Rafael A. Escotto.
Cuando la joven oficialidad de los institutos castrenses, que incluye a los miembros de la Policía Nacionales en los países subdesarrollados de América Latina y el Caribe toman ellos mismos la difícil decisión de recorrer los caminos de la superación personal vía la educación académica, entonces se puede decir que en estos países a pesar de las dificultades que les cubre, la llama de la esperanza aun no se ha extinguido. Más viva y ardiente es todavía la llama de esa creencia cuando el joven oficial agrega a sus avances universitarios la virtud del recto recorrido y de la moralidad atestiguada en sus actuaciones.
Rebasar con éxito y no dejar que sus manos ardan en el fuego de su propia concupiscencia atraído y seducido por el pecado que suele ofrecérsele en forma de fascinación a la joven oficialidad, solo puede ser superado por su propia y férrea voluntad de no hacer lo que es contrario a lo puro o a lo ético. Según el Apóstol Santiago, el pecado es un proceso que comienza con un simple mal pensamiento al cual la Biblia llama “tentación” (Santiago 1: 13-15). Las buenas obras, como sería comportarse con integridad, con decencia, siempre son recompensadas por Dios.
Recordemos que Jesús fue llevado por el Espíritu Santo al desierto para ser tentado por el diablo (Mateo 4,1-3); de igual manera, muchas veces nuestros jóvenes son llevados a determinados lugares o instituciones para ser seducidos como hizo Satanás quien representado en la serpiente tentó y engaño a Eva. Hay que saber que en todas partes, hasta en la propia Iglesia, hay personas, como Satanás, que su tarea es inducir a muchos a descarriarse, su trabajo radica en encontrar sitios débiles y vulnerables en nuestras vidas, y los explota cuando tiene la oportunidad.
Usted, amigo lector, quizás se pregunte por qué hablo de estas cosas en este artículo, si en realidad no ha sido éste el propósito esencial que me ha conducido a escribir este trabajo. Es que para hablar de lo bueno también tengo que advertir sobre lo malo que nos asecha y debemos de evitar dejarnos seducir. Y lo bueno de este artículo es que precisamente muy pocas veces oímos hablar de algo tan oportuno, de algo que nos trae gozo y regocijo a nuestras almas; se trata del reciente ascenso a general de brigada (PN) del joven oficial Orión L. Olivence Minaya.
Ese ascenso tiene necesariamente que ser visto no como si fuera un premio particular a una determinada persona, sino, más bien, un reconocimiento del presidente Leonel Fernández Reyna a la juventud consagrada y moralmente sana de nuestros institutos castrenses para que no se siga diciendo que en la policía nacional se soslaya a esta clase de oficiales jóvenes quienes enaltecen con su pundonor, con su honradez y, sobre todo, con su reconocida caballerosidad los signos sagrados de nuestra Nación.
Por eso me atrevo a aplaudir, sin ninguna turbación ni celo político, ese gesto o manifestación del presidente Fernández exactamente en unos instantes de la vida institucional del país en que la sociedad esta escasa de representación y del prototipo de hombres y de mujeres quienes con sus ejemplos de bien y su nobleza se puedan convertir en paradigmas de sus acciones y ejecutorias que no estarán contaminadas del tradicional y acostumbrado ejercicio de ser mercenarios del entendimiento.
Envidia y no otra cosa, es lo que debéis sentir aquellas provincias que como Valverde y Santiago no tienen la fortuna de poseer como comandantes de sus plazas policiales a un joven oficial y otro de mayor madurez pero no de menor relevancia intelectual como son los generales regionales de la Cruz Martínez y Orión L. Olivence Minaya.
El autor es abogado.