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martes, 9 de febrero de 2016

Misericordia quiero y no sacrifiios

Con la imposición de la ceniza iniciamos la Cuaresma, este miércoles 10 de febrero. Cuarenta días de preparación a la Pascua, tiempo propicio para vivir la misericordia, la reconciliación, el sacramento de la penitencia, el ayuno como privación voluntaria de los alimentos, la oración como encuentro y relación con Dios en la escucha de su Palabra, en la liturgia, en los sacramentos y en la comunidad.
    
El Señor como siempre nos bendice y viene en nuestro auxilio con un mensaje liberador enviado por el Papa Francisco para esta Cuaresma jubilar: “Misericordia quiero y no sacrificios”, citamos algunos párrafos y recomendamos leer el mensaje completo: “En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. 
    
La Cuaresma de este Año Jubilar, es para todos un tiempo favorable de salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las obras de misericordia corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados… mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar.                    

 Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero, la carne de Jesús crucificado, el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre, engañándose, cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen»” (Lc 16,29). Iniciemos con amor y devoción este tiempo de Cuaresma, recordemos a los enfermos en el día mundial del enfermo, el 11 de febrero y, acompañemos con nuestras oraciones al Papa Francisco en su visita apostólica a México del 12 al 17 de febrero.
Hna. Alicia Galíndez