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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Salvemos la integridad de nuestras familias

Dios nos ha concedido el magnífico don de nacer en una familia. Desarrollarnos como personas en ese extraordinario espacio natural donde iniciamos a forjar nuestro primer encuentro directo con la realidad humana. De ahí que decir familia, es hablar de hogar, ternura, alegría, identidad, etc. Fue precisamente en ella donde aprendimos a vivir, a reconocernos ante los otros, a saber quiénes llevan nuestra misma sangre. Tal importante tener familia, que hasta el hijo de Dios nació en una, contando con el apoyo de María y José para cumplir su misión salvífica.
    
Nadie nace solo en esta vida; otros guían nuestro caminar a lo largo de nuestra existencia. Lentamente comenzamos a comprender el sentido de las cosas gracias a las personas que crecen juntos a nosotros. Tanto la alegría como la tristeza forman parte del aprendizaje humano y sincero que nos ofrecen nuestros propios familiares. Acogemos en nuestro corazón las experiencias que vamos acumulando en el contacto con ellos.  Ella constituye el terreno de ensayo de nuestra personalidad. Es donde adquirimos los conocimientos necesarios para ir preparándonos para dar lo mejor de nosotros en la sociedad. 
   
 La familia es lo más sagrado que existe en el mundo. Es el reflejo más puro del amor de Dios. Quienes atentan contra ella, desafían la naturaleza misma del Creador.  Porque es la primera célula de la sociedad, el fundamento humano del cual se formó todo.  Es la zapata,  el “humus” del mundo, es decir, la tierra donde se dan todos los frutos: buenos y malos. Si desapareciera algún día, desaparece el Planeta. Por consiguiente, quitarla  o pretender eliminarla, es odiar nuestro origen, nuestra raza humana. Es negar la existencia de Dios entre nosotros, y pretender establecer un nuevo mundo pero sin contar con la presencia divina. 
    
La unidad, la fraternidad y los buenos valores que aprendemos de la familia, están siendo amenazados. Nos encontramos en una cultura de muerte, en medio de ideologías que buscan imponer el aborto, la eutanasia, y otro estilo de vida, contrario al plan perfecto de Dios. Estamos sumergidos en la época del descarte, es decir, en un tiempo, en que el valor económico define y califica a las personas entre dignas e indignas, entre actas de vivir o de morir.
    
La frase tan repetida “la familia está en crisis” no debe ser ignorada. Cada persona es responsable de la situación dilemática en la que se encuentra la familia, ya que todos, sin excepción de persona viene de una. Por tanto, hay que fortalecer nuestra conciencia, despertar del miedo que nos acorrala, dejar de ver a la familia como un sistema tradicionalista que debe ser superado, e iniciar un proceso de transformación y sanas sus heridas y dolencias. Debemos velar por el futuro de los hijos que nacerán. Dar lo mejor de nosotros, y aportar con nuestra vida a una disminución del virus “anti-familias” que se ha venido estableciendo de manera sigilosa en nuestro mundo. Porque defender a las familias es luchar por nuestra humanidad.
Luis Alberto De León Alcántara