El Papa Francisco inauguró el Sínodo de los Obispos sobre la Familia con una solemne Misa en la Basílica de San Pedro del Vaticano. En ella participaron los padres sinodales que reflexionarán sobre la familia hasta el próximo 25 de octubre.
“Éste es el sueño de Dios para su criatura predilecta: verla realizada en la unión de amor entre hombre y mujer; feliz en el camino común, fecunda en la donación recíproca”, manifestó en la homilía.
Francisco destacó además que Dios “une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad”, por lo que la Iglesiadebe “vivir su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes”.
El Santo Padre al comienzo aseguró que “las lecturas bíblicas de este domingo parecen elegidas a propósito para el acontecimiento de gracia que la Iglesia está viviendo” y la articuló en tres partes: el drama de la soledad, el amor entre el hombre y la mujer, y la familia.
La Soledad
“La soledad, el drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres”, subrayó el Pontífice en referencia a uno de los problemas de la sociedad contemporánea.
“Pienso en los ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en los viudos y viudas; en tantos hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido; en tantas personas que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas”.
También “en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura del descarte”.
El Papa destacó que “hoy se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía…”.
En esta realidad, “son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en laesclavitud del placer y del dios dinero”.
Francisco advirtió que “cada vez menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la buena y en la mala suerte”.
“El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado”, afirmó.
Pero, además, “parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social”.
Amor entre hombre y mujer
El Pontífice recordó el pasaje en el Libro del Génesis en el que Dios decide ponerle una compañera a Adán. Esto muestra “que nada hace más feliz al hombre que un corazón que se asemeje a él, que le corresponda, que lo ame y que acabe con la soledad y el sentirse solo”.
También que Dios “no ha creado el ser humano para vivir en la tristeza o para estar solo, sino para la felicidad, para compartir su camino con otra persona que es su complemento; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos”.
Además, recordó que “es el mismo designio que Jesús resume en el Evangelio de hoy con estas palabras: ‘Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne’”.
En la Escritura, Jesús “responde de forma sencilla e inesperada: restituye todo al origen de la creación, para enseñarnos que Dios bendice el amor humano, es él el que une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad. Esto significa que el objetivo de la vidaconyugal no es sólo vivir juntos, sino también amarse para siempre. Jesús restablece así el orden original y ‘originante’.
La familia
“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, comenzó diciendo Francisco en este punto recordando así el Evangelio de San Marcos.
Al explicar estas palabras, afirmó que “es una exhortación a los creyentes a superar toda forma de individualismo y de legalismo, que esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios”.
“Sólo a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem”, añadió.
“Para Dios, el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la soledad” y “en efecto, el miedo de unirse a este proyecto paraliza el corazón humano”.
Al hombre “lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña el amor auténtico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega total”, lo que hace comprender “la tristeza de este mundo”.
“En este contexto social y matrimonial bastante difícil, la Iglesia está llamada avivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad”.
“Vive su misión en la fidelidad a su Maestro como voz que grita en el desierto, para defender el amor fiel y animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino”.
También “para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vínculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio”.
“Vivir su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes”.
Francisco indicó que “la verdad que protege al hombre y a la humanidad de las tentaciones de autoreferencialidad y de transformar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vinculo temporal”.
Porque “sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo” y “el amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente” y “este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad”, dijo recordando unas palabras de Benedicto XVI.
En definitiva, la Iglesia debe “vivir su misión en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que –fiel a su naturaleza como madre– se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia”. Así como “de ser ‘hospital de campo’, con las puertas abiertas para acoger a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; de salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de la salvación”.