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miércoles, 2 de septiembre de 2015

Polémicas matrimoniales (XX): no tienen vergüenza

Hemos hablado un par de veces ya de una petición pública que algunos “teólogos” españoles han hecho al Papa para que dé la comunión a los divorciados en una nueva unión. Se trata de una iniciativa realizada a través de la plataforma Change.org, que permite que los particulares recojan firmas para todo tipo de cosas. El hecho de que haya sidourdida por Religión Digital con la colaboración de un grupito de teólogos heterodoxos ya dice mucho sobre la propuesta. Como era de esperar, la calidad de los argumentos esgrimidos es ínfima y, de no ser por los firmantes originales, uno estaría tentado de imaginar que es obra de algún becario adolescente al que le parezca muy significativo tutear al Papa, por ejemplo.
Al margen de todo eso y para aviso de navegantes desprevenidos, conviene señalar que la petición empieza con una falsedad descomunal, cuyo único camuflaje es la desvergüenza y el desparpajo con el que se propone como si fuera cierta. En efecto, a nadie se le ocurriría que una persona normal vaya a mentir de forma tan descarada y en eso precisamente reside la fuerza del engaño. Veámoslo.
Tras un primer parrafito dedicado a presentarse al “Hermano Francisco”, la petición entra en materia dejando clara la base teológica de toda la petición:
“Hablamos de supuesta fidelidad no para juzgar la intención de quienes te escribieron sino porque, en realidad, la enseñanza de la Iglesia no es que esos divorciados vueltos a casar “no puedan recibir la sagrada comunión” sino, según el Concilio de Trento, que “la Iglesia no yerra cuando les niega la comunión”. Esa formulación, cuidadosamente elegida en aquel concilio, dejaba abierta la posibilidad de que tampoco haya error ni infidelidad en la postura contraria, y que se trate más de una cuestión pastoral que de una cuestión dogmática".
Sin duda alguna, es una afirmación razonable. Los que defendemos la indisolubilidad matrimonial y, por lo tanto, consideramos que la segunda unión del divorciado es una situación de adulterio que impide comulgar solemos alegar que nuestra postura es dogma de fe definido por Trento. Estos teólogos, sin embargo, nos hacen el favor de desasnarnos,explicándonos con paciencia que lo que dijo Trento fue que lapráctica de no darles la comunión a los divorciados era legítima, pero eso no impide que la práctica contraria lo sea también. Así sucede, por ejemplo, con la comunión en la boca, que no hace necesariamente ilegítima la comunión en la mano.
Ante esta argumentación, la postura “rigorista” parece totalmente derrotada desde el principio. A fin de cuentas, ¿quién se puede oponer a una cita literal del Concilio de Trento? La postura “misericordiosa” de los autores parece irrefutable y es imposible que no convenza. Por poner un ejemplo, D. Joan Carreras explica en su blog que “lo que me ha convencido a firmar no es tanto las razones aportadas por los teólogos, sino el hecho de que no se trata de un asunto cerrado. Los dos primeros párrafos puedo suscribirlos y son suficientes para que me anime a firmar”. El apoyo de un canonista experto en el tema, debería ser aval suficiente, si es que hacía falta, para que cualquier buen católico firmase la petición.
Los que conocemos la forma habitual de proceder de Religión Digital, sin embargo, sabemos que sus citas literales en general son cualquier cosa menos literales e inmediatamente acudimos al original. En efecto, enseguida descubrimos que, en este caso, lo que viene entre comillas en la petición no es una cita del Concilio de Trento, sino una deformación maliciosa, que apenas tiene nada que ver con el texto conciliar.
En realidad, el Concilio de Trento dice:
“Si alguno dijere, que la Iglesia yerra cuando ha enseñado y enseña, según la doctrina del Evangelio y de los Apóstoles, que no se puede disolver el vínculo del Matrimonio por el adulterio de uno de los dos consortes; y cuando enseña que ninguno de los dos, ni aun el inocente que no dio motivo al adulterio, puede contraer otro Matrimonio viviendo el otro consorte; y que cae en fornicación el que se casare con otra dejada la primera por adúltera, o la que, dejando al adúltero, se casare con otro; sea anatema” (Concilio de Trento, Canon VII sobre el sacramento del matrimonio).
Como se puede ver, Trento no dice “la Iglesia no yerra cuando les niega la comunión”, sino algo muy distinto: la Iglesia no “yerra cuando ha enseñado y enseña, según la doctrina del Evangelio y de los Apóstoles, que no se puede disolver el vínculo del Matrimonio por el adulterio”. Los autores del panfleto han modificado intencionadamente el texto para hacerle decir lo que no dice.
Fijémonos bien en la diferencia: “enseña”, “según la doctrina del Evangelio y de los Apóstoles”, que “no se puede disolver el vínculo del matrimonio (por adulterio, y mucho menos por cualquier otra razón). Luego si la Iglesia no yerra al enseñarlo es que es verdad que es imposible disolver ese matrimonio. Contra lo que los autores del panfleto pretendían hacernos creer con una burda treta, el Concilio de Trento no habla de una costumbre eclesial mudable ni de una forma circunstancial de tratar a los divorciados, sino de la doctrina de la Iglesia. En ningún momento habla el Concilio de una práctica pastoral, sino claramente de una enseñanza dogmática, procedente de Cristo y de los Apóstoles, cuya negación constituye herejía(“anathema sit”).
El Concilio anatematiza a cualquiera que afirme que la Iglesia se equivoca al enseñar que la segunda unión de un divorciado es fornicación. Es decir, Trento condena directamente las propuestas kasperianas y la del panfleto-propuesta, que reclaman el acceso a la comunión de los que tienen la intención de seguir viviendo en un falso “segundo matrimonio” que no es tal. Contra lo afirmado en la petición de que “aplicar las palabras de Jesús [prohibiendo el divorcio] a otra situación desconocida en su época, donde lo que hay no es el abandono de una parte sino un fracaso de los dos, podría equivaler a desfigurar esas palabras”, elConcilio de Trento establece clarísimamente y sin ninguna duda que esa “segunda unión” es fornicación, sin importar la culpabilidad o ausencia de ella en la ruptura. Y en otro Canon, convenientemente olvidado por los autores, el Concilio condena dogmáticamente la idea de que el “fracaso” del matrimonio haga posible el divorcio:
“Si alguno dijere, que se puede disolver el vínculo del Matrimonio por la herejía, o cohabitación molesta, o ausencia afectada del consorte; sea anatema” (Concilio de Trento, Canon V sobre el sacramento del matrimonio).
Así pues, los autores de la petición engañan descaradamente y en una materia gravísima al pueblo de Dios. No sé qué pensarán de esto los firmantes de la carta, pero claramente los han timado: pedían pan y les han dado una piedra, querían pescado y les han servido una serpiente (cf. Lc 11,11).
Podríamos seguir analizando los demás argumentos de la petición, que son igualmente ridículos, pero creo que no es necesario. Cuando alguien comienza faltando a la verdad de forma gravísima para engañarte, lo que uno hace es dejar de escuchar. O repetir lo que dijeron San Pablo y el Concilio de Trento: anathema sit!