Bajo la premisa de que el perdón de Dios no se puede negar a toda persona que se haya arrepentido, el Papa Francisco, en una carta dirigida al Presidente del Pontificio Consejo Para la Nueva Evangelización, ha decidido ``…conceder a todos los sacerdotes para el Año Jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado de aborto a quienes lo han practicado y, arrepentidos de corazón, piden por ello perdón``
Durante el Año Jubilar que comenzará el 8 de Diciembre del presente año y terminará el 20 de Noviembre del 2016 los fieles están llamados a peregrinar hacia la Puerta Santa abierta en cada catedral o iglesia para de esta manera vivir y obtener la generosa indulgencia ofrecida. El Papa ha reconocido que el aborto es un drama existencial y moral de la mujer y el hombre contemporáneos y que uno de los problemas actuales es la modificación de la relación del ser humano con la vida. La mecanización del quehacer humano mediante la utilización del instrumental que la ciencia y la tecnología de la modernidad han creado para controlar y dominar la naturaleza ha distanciado al hombre de los procesos espontáneos de la vida creadora, de lo sagrado y lo divino.
Desde los inicios de la ciencia experimental en los albores dorados del Renacimiento italiano, la fe y la doctrina cristiana que habían ordenado la vida de Occidente desde la época de las primitivas iglesias comenzaron a ser desplazadas por la infalibilidad del conocimiento de las nuevas ciencias. En el decálogo entregado a Moisés, el dios de los hebreos prohibió que el hombre matara al hombre. Muchos siglos después Jesús, el fundador de la religión cristiana, continuaba la tradición al afirmar en sus discursos dirigidos a los hombres que era pecado matar al prójimo. Para la iglesia surgida del seno mismo del judaísmo, el aborto, que era práctica casi común desde la más remota antigüedad, fue considerado un pecado ya que la concepción de la vida humana es un don divino.
Por ello el aborto voluntario, sin causa natural que lo justifique, está absolutamente prohibido a todo cristiano. La vida es creación de Dios, ningún humano debe violarla, de hacerlo desobedece la voluntad del creador. Hay estudiosos que consideran esta prohibición, que para la civilización judeocristiana ha tenido siempre carácter inapelable, como una contención a las costumbres politeístas religiosas de la antiguedad reconocidas por sacrificar seres humanos a sus dioses. Sin embargo, el Código de Hammurabi, casi dos mil años a. C., había tratado el aborto desde un punto de vista jurídico al determinar que ``Si un hombre golpea a una hija de hombre y le causa la pérdida del fruto de sus entrañas pagará 10 ciclos de plata. `` No hay registros históricos de prohibición o condena de aborto voluntario o por prescripción médica. Los griegos practicaban el aborto para mantener controlado el tamaño de su población; además, los nacidos deformes o con limitaciones físicas eran eliminados lanzándolos por innombrables despeñaderos.
La Iglesia Católica ha mantenido como dogma absoluto la prohibición del aborto porque es pecado muy grave realizar conscientemente la destrucción de la vida humana. Sin embargo, durante siglos, ocultamente, el aborto ha continuado realizándose tanto dentro como fuera del horizonte del mundo cristiano. A principios del pasado siglo ocurrieron las primeras legalizaciones de abortos.
En 1920 la URSS y los países que orbitaban a su alrededor atraídos por la nueva fuerza gravitatoria del comunismo marxista-leninista, legalizaron el aborto. Posteriormente Suecia, EUA y demás países llamados desarrollados se sumaron a la corriente que considera el aborto desde el punto de vista del derecho que tiene la mujer a decidir por sí misma si quiere o no continuar con un embarazo.
El Papa, conocedor de esa realidad abrumadora imposible de seguir siendo ignorada por su iglesia bajo el riesgo de seguir perdiendo confianza, feligreses y presencia, ha expresado en referencia a la actual Iglesia Católica que él conduce, lo siguiente: ``Esta es la iglesia que no mira a la humanidad desde un castillo de cristal para juzgar o clasificar a las personas. Es la iglesia que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los publicanos. La iglesia que tiene las puertas abiertas de par en par para recibir a los necesitados, a los arrepentidos y no sólo a los justos, a aquellos que creen ser perfectos. La iglesia que no se avergüenza del hermano caído y finge no verlo, es más, se siente implicada y casi obligada a levantarlo y animarlo a retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro definitivo con su esposo en la Jerusalén celestial``.
En este decir resuenan los ecos de aquel originario cristianismo, caído en el olvido, que los apóstoles fundadores aprendieron de su Maestro. Fue entonces el inicio de una misión inacabable, hoy en crisis, para la formación y salvación del alma humana.