(Aica/InfoCatólica) «¡Cuántos -y yo los entiendo, dijo el Papa- se enojan con Dios, blasfeman: '¿Por qué me quitaste a mi hijo, a mi hija?' '¡No hay Dios, Dios no existe! ¿Por qué me hizo ésto?!' Pero esa rabia es la que sale del corazón por un dolor tan grande; la pérdida de un hijo, de una hija, del padre o la madre es un dolor enorme. En esos casos, la muerte es casi como un agujero», graficó ante los más de quince mil peregrinos que participaron de la audiencia general.
El pontífice advirtió que «la muerte tiene 'cómplices' que son todavía peores que ella y se llaman odio, envidia, orgullo, avaricia. Es decir, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace todavía más dolorosa e injusta. Los afectos familiares aparecen como las víctimas predestinadas e inermes de estas potencias auxiliares de la muerte, que acompañan la historia del hombre. Pensemos en la `normalidad´ absurda con la que, en ciertos momentos y en ciertos lugares, los eventos que añaden horror a la muerte están causados por el odio y la indiferencia hacia los demás seres humanos. ¡Que el Señor nos libre de acostumbrarnos a ello!».
La muerte tiene la última palabra
Asimismo, explicó que «gracias a la compasión que Dios nos dio en Jesús, «muchas familias demuestran con hechos que la muerte no tiene la última palabra. Cada vez que la familia en luto -incluso en lutos terribles- encuentra la fuerza de mantener la fe y el amor que nos une a los que amamos impide, ya desde ahora, a la muerte que se lleve todo. Hay que hacer frente a la oscuridad de la muerte con una labor más intensa del amor. A la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de los que el Padre le ha confiado, podemos quitar a la muerte su 'aguijón', como dice el apóstol Pablo; podemos impedirle que nos envenene la vida, que anule nuestros afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro».
«En esta fe podemos consolarnos unos a otros, sabiendo que el Señor ha vencido a la muerte de una vez por todas. Y la esperanza nos asegura que nuestros difuntos están en las manos fuertes y buenas de Dios», afirmó y agregó: «La experiencia del luto puede generar una solidaridad más fuerte que los lazos familiares, una nueva apertura al dolor de las otras familias, una nueva fraternidad con las familias que nacen y renacen en la esperanza».
La fe nos protege
«La fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, así como de los falsos consuelos del mundo, para que la verdad cristiana 'no corra el peligro de mezclarse con mitologías de varios tipos, cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna'», sostuvo.
El Papa exhortó a los pastores y a los cristianos a expresar de forma más concreta el sentido de la fe ante el luto en la familia.
«No hay que negar el derecho a llorar, Jesús también 'se echó a llorar' y se 'conmovió profundamente' por el grave luto de una familia que amaba. Nos puede ayudar también el testimonio sencillo y fuerte de tantas familias que ,en el durísimo pasaje de la muerte han sido capaces de captar también el paso seguro del Señor, crucificado y resucitado, con su promesa irrevocable de la resurrección de los muertos. La obra del amor de Dios es más fuerte que la labor de la muerte. Y de ese amor tenemos que ser 'cómplices' con nuestra fe. La muerte ha sido derrotada por la cruz de Jesús. Jesús nos restituirá a todos a la familia», concluyó.