Carmen padecía una enfermedad que la ciencia considera incurable: «Mastopatía-Fibroquística-Bilateral». Tras haberle sido detectada, dice, comenzó a conocer la vida del padre Cristóbal Magallanes Jara y sus 24 compañeros.
(Portaluz) María del Carmen Pulido Cortés, de profesión Química Farmacobióloga, casada con el Arquitecto Ricardo Gánem, es miembro activo, junto con su marido, de la Acción Católica, y su contribución a dicha asociación es la difusión de la devoción a los Santos y Beatos Mártires Mexicanos; una encomienda que tiene desde aquel 30 de enero de 1993, en que fue beneficiada por estos mártires mexicanos con el favor de un milagro obtenido de Dios.
Un largo camino
Carmen padecía una enfermedad que la ciencia considera incurable: «Mastopatía-Fibroquística-Bilateral», es decir, «quistes en los senos». Tras haberle sido detectada, comenzó a conocer la vida del padre Cristóbal Magallanes Jara y sus 24 compañeros, cuando aún eran Siervos de Dios. Esto, gracias al P. José Gálvez Amezcua, actual párroco de San Juan Macías, en Guadalajara.
El sacerdote, como amigo de la familia, le sugirió que conociera a fondo la vida y obra de los mártires. Esto fue a principios de los años 90 del siglo pasado, y a propósito de ello, comenta: «Antes de mi enfermedad, ni siquiera sabía que existían estos hombres, pero el P. Gálvez comenzó a contarme sus vidas y me dijo que iban a ser beatificados, aunque se necesitaba la comprobación de un milagro para lograr su Canonización».
Carmen, entonces, se interesó en el tema y leyó las biografías de los mártires. «Realmente estaba interesada en esto, porque por cuestiones de mi profesión sabía que me iba a morir; sentía que era muy joven y que lo único que podía salvarme sería un milagro. Desde que comencé a adentrarme en sus vidas, empecé a pedir su intercesión».
En 1992 se dio a conocer la fecha y el lugar de la beatificación de los Mártires: 22 de noviembre, en Roma, Italia, a la que Pulido Cortés iba a asistir porque aseguraba que en ese gran evento iba a curarse.
Para tal fecha, Carmen ya se encontraba en una condición física muy deteriorada; incluso sus médicos, familiares y amigos le aseguraban que no soportaría el viaje. Sin embargo, se fue junto con su hermano, médico de profesión, y su señora madre.
Momento inolvidable
«Estar ahí fue una experiencia inexplicable, aseguró Carmen. La emoción que sentía era enorme. El estar escuchando al obispo Adolfo Hernández Hurtado, que en paz descanse, Promotor de las Causas de Canonización en aquel tiempo, y leer las biografías de cada uno de los 25 mártires, me hacía sentir más segura de que iba a curarme por su mediación. Fue tan grande la experiencia, que llegué a decir que si me moría, lo iba a hacer muy feliz».
Carmelita, como la llaman sus más allegados, no se curó en aquel día. Es más, al regresar a casa empeoró físicamente; ya no comía y no podía valerse por sí misma. Tomaba un medicamento tan fuerte, que le provocaba dolores de cabeza y no podía ni tener los ojos abiertos cuando había luz: «Sentía que ya me estaba muriendo, por lo que le pedí al padre Gálvez que me llevara una cruz que había hecho con reliquias de los Mártires.
El día que me la llevó, de paso por el jardín del Seminario, cortó una margarita. Cuando el padre llegó con la cruz y la flor, como a las 17:00 horas, se las entregó a mi madre para que me las diera, y ella me las colocó en mi pecho y me dijo: ‘Te trajo esta flor también’. Tomé la cruz y pedí la intercesión de los Mártires para que ahora me ayudaran a soportar tanto dolor. En seguida mi madre salió de la recámara para ir por un florero, y cuando regresó, yo le dije: ‘Mamá ese florero está muy grande’. Salió y regresó con uno más pequeño, y entonces le dije que ya me había aliviado y que me ayudara a vestirme».
Un hecho
En la casa de los Pulido Cortés nadie cuestionó a Carmen por haberse levantado y comenzar a ayudarles a sus hermanas con unos bolos que estaban preparando. «Me di cuenta de que a Dios no se le condiciona. Yo le puse hora, fecha y lugar; sin embargo Él me dijo ‘No, Yo te voy a hacer el milagro cuando Yo quiera’, y me lo hizo el 30 de enero de 1993, día del Aniversario del martirio del P. David Galván Bermúdez, uno de los Mártires. Días después que vi al Padre Gálvez, y que mi salud era evidente, pese a haber estado invadida de quistes, me recomendó hacerme otros exámenes, y lo hice. Tengo exámenes del 7 de enero, en donde se ven los tumores, y hay otros del 10 de febrero, del mismo año, donde ya no se ve nada».
Después de que médicamente estaba comprobado que Carmen ya no tenía ningún tumor, el padre Gálvez comenzó a hacer los trámites para introducir la causa. Fue cuando se inició un proceso costoso (en dinero, tiempo y esfuerzo) y doloroso para Carmen y su familia; mas ella decidió continuar porque sabía que si se consideraba milagro, podría ser éste la causa por la cual podrían elevar a los altares a los Mártires.
A Carmen Pulido tuvieron que hacerle innumerables pruebas médicas, físicas y mentales, y aunque lo recuerda como un trámite muy penoso, no se rindió. Después de que se llevó a cabo la parte diocesana, ésta se mandó a Roma, donde la Causa tardó años. No fue sino hasta finales de 1999 cuando se requirió su presencia en la Ciudad Eterna. Estando allá, los médicos de Pisa, Italia, le hicieron tres exploraciones (dos fueron endoscópicas, y la tercera fue con bisturí). Con esto se comprobó que Carmen estaba curada y que había sido un hecho extraordinario.
Tras comprobar a quién se le atribuiría la intercesión, con testimonios de sacerdotes y fotografías de la presencia de Carmen en la beatificación de los Mártires, fue cuando los cardenales y el Papa declararon que había sido un milagro y dieron la fecha de la canonización de los Mártires: 21 de mayo del año 2000.
«Desde entonces sé que tengo un gran compromiso de fe, y que tengo qué dar a conocer la vida y obra de los Mártires, para que la gente se edifique con la vida de virtud que llevaron y los imite. Debo decirles también que Dios escucha nuestras plegarias y que le agrada que le pidamos. Mi vida cambió desde entonces. Ahora puedo asegurar a quien me escuche que para Dios no hay imposibles; que si es su voluntad y es para nuestro bien, nos concede cualquier cosa que le pidamos. Esto es una gran responsabilidad, pero sé que si Dios lo permitió, igualmente me dará las fuerzas y la voluntad necesarias».