«Si hubiera luz en la Feria del Libro Dominicano no se le ocurre al ministro la exclusión del hijo de Arequipa –¡perdón!– del Perú».
Inicio este escrito preguntándome: ¿Estamos confundiendo las cosas? ¿Qué significa excluir y por qué se excluye a alguien?
En el salón del Libro de París en 2014, que constituyó un homenaje a las virtudes escriturales de la Argentina, se excluyeron personalidades de reconocida relevancia intelectual, como fueron los nombres de los periodistas y literatos Martín Caparros, Premio Internacional de Periodismo Rey de España 1992 por su obra Crónica de fin de siglo, y Beatriz Sarlo, Premio Pedro Henríquez Ureña en 2015, otorgado por el Gobierno dominicano por su importante obra Modernidad periférica, que narra la particularidad socio-histórica de los países no desarrollados en su práctica de modernidad.
Beatriz Sarlo pertenece al pensamiento socio-cultural proclamado por intelectuales de la categoría del chileno Andrés Bello, los argentinos Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, promotores excelentísimos de la modernidad europea en sus respectivas sociedades. Ser incompatible.
La Real Academia de la Lengua designa el verbo transitivo excluir de la siguiente manera: «Quitar a alguien o algo del lugar que ocupaba. Descartar, rechazar o negar la posibilidad de algo».
En esta Feria del Libro Dominicano 2015, en homenaje a la República del Perú, parece que las aguas apacibles del río Sena al mezclarse con la osadía del Atlántico se han tornado semejantes en ignorancia a la feria homónima de París al repudiar la presencia de uno de los escritores latinoamericanos y universales más insignes por los lauros que ha merecido su prosa literaria en los salones más rigurosos de mundo culto.
Mario Vargas Llosa, figura señera de las letras universales y posiblemente el más grande emisario de la narrativa peruana, ha sido excluido por el oficialismo dominicano para evitar su participación como uno de los exponentes más gloriosos de las letras latinoamericana nacido en el Perú y es él, al mismo tiempo, una de las riquezas filosóficas más respetadas en el mundo literario.
¿Por qué se hace esta irritante exclusión de Vargas Llosa? Es posible que el ministerio de Cultura, por ignorar que cultura es sinónimo de comunicación y creatividad, haya considerado algunos comentarios particulares hechos por el laureado escritor en un trabajo suyo que tuvo como título Los parias del caribe, publicado en el periódico El País, de España, sobre algunos aspectos contenidos en la ley 168-2013 del Tribunal Constitucional dominicano.
Las reflexiones de Vargas Llosa sobre dicha sentencia no pueden entenderse como un insulto in extremis al país ni a los propios haitianos. El Gobierno dominicano, a través del ministerio de Cultura, quiso exhibir en su vitral intelectual lo más granado de la literatura del Perú y, sin la menor duda, el autor de las obras premiadas, tales como son El sueño del celta (2010), La ciudad y los perros (1963) y La casa verde (1966), entre otros textos admirables, es un representante destacado de la intelectualidad del Perú. Sabemos que otros escritores, en otros tiempos y en geografías distantes, han sido excluidos por gobiernos intolerantes y pocos generosos con el arte y el pensamiento escritural. También se conoce el caso de uno de los economistas estadounidenses más destacado, Joseph Stiglitz, quien a pesar de ser un crítico acertadamente del neoliberalismo y sus aventuras con traumas y pesadas cargas para los pueblos en este milenio, nunca ha recibido la ponzoña de la exclusión por el Gobierno de los Estados Unidos.
Como escritor estadounidense, frente al repudio de que ha sido sujeto el novelista y ensayista peruano por el ministerio de Cultura dominicano, cuya determinación se ha convertido en una decisión aberrante, prefiero un viaje de aproximación al santuario de Machu Picchu y consultar a los dioses de aquel promontorio de rocas milenarias, darme la oportunidad de conocer, como lo hice con una intelectual cubana, la muy noble y leal Arequipa, llamada también la «Ciudad blanca».
Allí en Arequipa, viajando a través de un valle hermosísimo, como lo hizo el inca Mayta Capac, observé a un tipo de gente distinta a las comunidades indígenas originarias, fieles a la corona española; tal vez de esa primera estirpe nace Vargas Llosa y los también escritores José de la Riva Agüero y Augusto Aguirre Morales, este último autor de la magnífica obra literaria El pueblo del sol (1924).
Uno no llega a comprender la dicotomía que se forma, como si fuesen posturas absurdas en un laberinto de pasiones políticas desbordadas, en una sociedad que vive en los bordes o límites exactos de una barbarie cultural, se puede dar el lujo de desestimar la presencia en una Feria del Libro de un escritor que ha recibido premiaciones, como son Premio Nobel de Literatura (2010), Príncipe de Asturias (1986), otorgado exclusivamente a personas que han tenido una representación destacada en la cultura universal en los campos de la literatura, así como el Premio de la Crítica de España (1963), por La ciudad y los perros y el Premio Miguel de Cervantes (1994).
La contradicción de los organizadores de la Feria del Libro se hace aún más irracional e inaceptable cuando muchas de las obras cumbres de Mario Vargas Llosa estarán expuestas en este magnífico evento cuyo objetivo fundamental es la de promover la cultura. No es posible que esta feria sólo sirva para la venta al público de «comida rápida», móviles y otros accesorios modernos para que los jilgueros de la cultura dominicana se arranquen la piel, beban vino hasta emborracharse y partir a «lomos de vino, hacia un cielo mágico y divino», como diría el poeta parisino Boudelaire, por los revuelos que ha causado en el mundo intelectual latinoamericano la exclusión del hijo distinguido de la fidelísima ciudad de Arequipa.
No sé qué hubiese pensado un escritor de la envergadura de un César Vallejo, de un Ricardo Palma, un Abraham Valdelomar o un Alfredo Bryce Echenique, todos intelectuales, ante un gesto tan desafortunado.
Seguro debo estar que esta antipática actitud le permitirá al laureado escritor y ensayista Mario Vargas Llosa, en algún momento, colocarse la capa en el brazo izquierdo y la espada empuñada en su mano derecha, como el caballero del Cid Campeador, para enfrentar valientemente el odioso episodio de una repugnante exclusión decidida por el ministerio de Cultura de la República Dominicana y, posiblemente, de un grupo de diputados «honorables» que estarían detrás de esta exclusión aunque se escondan en la sombra.
La falta de espíritu democrático y de libertad de debate de las ideas, que es lo que ha demostrado el ministro de Cultura al excluir al ilustre escritor peruano Mario Vargas Llosa, cuya feria es una merecida gratificación al Perú, es una clara demostración de fanatismo político y de carencia de una firme ideología cultural.
Dice la periodista Juana Vásquez, en un artículo publicado en 2008 en el periódico El País, de España, algo que quizás no entiende el ministro de Cultura dominicano ni los organizadores de la Feria del Libro, que la «cultura forma parte y es un reflejo claro de la sensibilidad y las ideas de un pueblo». «La ideología determina y en muchas ocasiones dirige el pensamiento de la colectividad con fines específicos, que luego, a su vez, darán cauce a una serie de proyectos. Entre estos proyectos se encuentra el cultural».
Exceptuando a algunos ministros de cultura dominicanos que sí conocen lo que fue «modernidad e ilustración», por la proposición de proyectos transformadores de la sociedad y de la «historia basada en el triunfo de la razón», esta pseudo postmodernidad que vive el país produce una desilusión desoladora de aquellos ideales auténticos.
Me permitiré el beneplácito de comenzar a ponerle fin a este trabajo con una frase del arzobispo emérito de Olinda, Brasil, defensor de los derechos humanos, Helder Cámara, que dice así: «Los que tratamos de tomar la antorcha y seguir los pasos de Jesucristo no debemos descansar hasta que los muros de la injusticia, la exclusión y la mentira caigan en nuestra preciosa tierra americana, ancha y enajenada».
Finalmente, entro al gran universo de Trilce para dejarles a mis lectores estos versos del grande César Vallejo: «Hay un lugar que yo me sé en este mundo, nada menos, adonde nunca llagaremos. Donde, aun si nuestro pie llegase a dar por un instante será, en verdad, como no.
Rafael A. Escotto