Al momento de la muerte de mi padre, llegué al dormitorio donde había pasado los últimos meses postrado en una cama, ayudado por muchos a hacer lo que siempre hizo solo. Ante su cuerpo, sentí en toda la habitación, la paz que transmitía su rostro. La misma donde con mi madre, habría compartido ilusiones y desvelos, las aprehensiones de la vejez, las preocupaciones por sus hijos, nietos, y fundamentalmente la oración a Dios.
Dentro de su llanto, nuestra madre expresaba su dolor, recordando cómo minutos antes le tomó las manos, pidió su perdón y sobre todo, expresó una vez más, el amor que sentía por ella, mismo que había profesado desde que la conoció cuando iba al colmado donde era dependiente y más luego, cuando la veía caminar rumbo a la Iglesia.
Un tiempo antes, mientras contemplaba su inevitable descenso, reflexioné sobre la relación de estos dos seres, que habían estado juntos por algo más de seis décadas y escribí este texto:
Las tardes con el abuelo eran para El Artesano la consumación del encuentro con la sabiduría. Bajo la sombra del laurel, hermoso, imponente, las pláticas eran intensas.
El viejo vivía apartado y para llegar a su casa se hacía el recorrido por un camino empedrado, franqueado por dos hileras de coralillos. Desde ese momento la experiencia era mágica.
Estaba llegando la noche cuando se disponían a dejar el lugar debajo del árbol para volver a su casa y el artesano quiso preguntar. ¿Abuelo, usted, en su momento, fue exitoso con las mujeres?
La pregunta sorprendió al venerable anciano, quien volvió a sentarse en el tronco centenario de aquel árbol. Se levantó el sombrero y pasó su mano por la cabeza encanecida. Lo miró a los ojos fijamente por un rato y le señaló la vieja casa. “¿Lo ves?, ese viejo rancho donde siempre has venido, ha cobijado mi éxito con las mujeres durante décadas”.
El artesano no alcanzaba a comprender hasta que el abuelo retomó la idea. “En ella he vivido con tu abuela desde muy jovencito. Durante todo ese tiempo sólo nos hemos tenido el uno al otro. Construimos desde nuestros sueños de juventud el futuro, este presente que ahora nos toca vivir llenos de arrugas, pero con el alma dichosa por habernos tenido”.
“Entonces no tuve éxito con las mujeres, como dices tú muchacho, he tenido la dicha de tener solo una, haber vivido con ella las alegrías y las penas de la vida. Las desdichas y los momentos de gloria que nos han correspondido. A ella debo cuanto soy y cuanto soy se lo entrego a ella cada mañana. Sin resabios, sin dudas, ni celos. Con la confianza mostrada en la transparencia de nuestras miradas. Con el respeto a la individualidad y la tolerancia.”
Miró al horizonte y dijo: “Sí, he sido exitoso con una mujer, con mi mujer, pues gracias al amor que nos hemos profesado, no nos ha faltado un beso, ni un abrazo, ni una noche mágica de entrega. Y todo ha estado bajo un mismo techo y sobre un mismo lecho”.
Benjamin Garcia.