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sábado, 29 de noviembre de 2014

‘Creo que Dios me está dando fuerzas. Para los creyentes es más fácil: como cruzar una puerta’

Tenía 69 años recién cumplidos, una mujer de la edad primera, tres hijos, tres nietos, dos pulmones comidos por el cáncer, el candado de la morfina, los días contados y ningún miedo. Ningún miedo a derrumbarse. Ni a las despedidas. Ni a hablar de su muerte después de muerto.
(Pedro Simón/El Mundo) A lo largo de dos semanas, este periódico ha recabado el testimonio de Antonio Segura Cabral, un enfermo terminal en cuidados paliativos que sabía que se estaba muriendo y decidió romper un tabú: el de hablar de la muerte en España.
No busquen lágrimas en su relato. Ni escenas de agonía. Ni estertores íntimos. Sólo a un hombre incalculable. Desgranando un testamento ético por vez primera en un periódico.
  • ¿Nos vemos el lunes, Antonio?
  • Yo creo que no.
  • Bueno, te llamo antes de venir.
  • Noto el deterioro de un día para otro, de la mañana a la tarde, de una hora a otra... Supongo que me sedarán. Les dije que lo único que me preocupaba era morir con sensación de asfixia. Me han dicho que no sentiré nada. O sea, que estoy tranquilo.
  • ¿En qué piensas ahora?
  • En la suerte que tengo... Espero que a alguna persona le sirva todo lo que te voy a contar.
Antonio falleció en paz el pasado domingo a las 18.10 horas, después de cinco largas tardes de conversación. Este cronista recuerda la suavidad del último beso. También cómo de fuerte da la mano un hombre que sabe que no te verá más.
  • Sigo sin entenderlo.
  • Es muy sencillo. De alguna manera te rindes. No se siente miedo. Ni angustia. La muerte es lo más natural de la vida. Hay que irse sin traumas. No quiero dramatizaciones entre los míos. Sino que recuerden lo positivo.
Esta es la vida explicada por él pero sin él.

Martes 11 de noviembre

Hospital Centro de Cuidados Laguna. Madrid. Planta primera. Habitación 113. Nada más entrar a la derecha, Antonio está sentado en la cama en un ángulo de 45 grados, semiincorporado, como uno de esos heridos de las películas. Por la ventana hay un sol de postal de otoño que destila una luz de melocotón.
El paciente es una extraña mezcla de fragilidad y de resistencia. Pilar, su esposa -sin la cual no se explicaría Antonio-, hace las presentaciones y nos deja a solas. Al periodista le llama la atención uno de los objetos y lo coge. El paciente bromea y se disculpa: tiene prensa de la competencia en la mesa.
  • Míralo por el lado bueno: se le va a morir un lector al ABC. Y no a vosotros.
Reímos. Antonio, con el sonido de un motor gastado. Eso será una constante durante todos estos días: la risa ahogada de Antonio, como esas salvas de confeti que no dejan ver las nubes.
«El puntito. Todo empezó cuando vi el puntito en la placa. Llevaba tiempo encontrándome muy cansado, con síntomas extraños, sin apetito, me daban tiritonas. En abril de 2013 me mandaron unas pruebas y allí estaba el puntito. Me senté frente al médico y le dije que fuera al grano, que no me viniera con historias. Así supe lo que tenía: cáncer».
Y entonces hablamos de cuando nació en Olivenza y de sus paseos en bici por Salamanca con su hermano detrás, de cómo se casó con la mujer de su vida en los 70 y de su carrera de ingeniero naval, de su estancia en Bilbao y del puerto refugio de los hijos.
No hay marejada ni tormenta en Antonio. Sorbito a sorbito, se va tomando el zumo. Y se bebe la vida.
  • ¿No te lo terminas?
  • No.
  • Si quieres más te lo acerco.
  • Ya me lo cojo, no te preocupes.
  • Vale.
  • Hay que hacerme de todo. Pelarme la fruta, asearme, sacarme a pasear, llevarme al baño... En sólo una semana he notado que la curva va hacia abajo rápidamente. Pero por alguna extraña circunstancia me lo estoy tomando con deportividad. A mí me ayuda muchísimo la fe: estoy muy esperanzado con que, cuando esto acabe, me voy a encontrar con algo plenamente satisfactorio. Creo que Dios me está dando fuerzas. Para los creyentes es más fácil: como cruzar una puerta. Pensaba que iba a tener miedo, pero no. Pensaba que iba a estar enfebrecido con la angustia, pero tampoco... He elegido no aislarme. Sino disfrutar de todo y de todos: de la familia, de los amigos, de esta conversación... Cuando termina el día, acabo agotado de vivir. Pero me encuentro mejor que nunca. No me duele nada. Siento mucha paz.
La máquina del oxígeno burbujea como un guiso a fuego lento. La morfina no hace ruido, pero entra en su torrente sanguíneo cada cuatro horas. Las manos enjutas de Antonio son sarmientos vivísimos. Señalan algo. Entonces viene un prolongado silencio.
  • ¿Qué miras?
  • ¿Cómo es posible que esté muriéndome y disfrute tanto de esta luz y de estos árboles?
  • Ya -sonreímos con él-.
  • Dime tú, ¿por qué tiene uno que estar muriéndose para disfrutar de esto? No fastidies... No fastidies.

Miércoles 12 de noviembre

«No me gusta ser sensiblero, pero hoy me he despertado a las 5.40 y me he sentado en la cama a ver a mi hijo Javier, que dormía en el sofá-cama de al lado. A oscuras. Le he estado mirando una hora».
El tiempo se escurre entre los dedos. El tiempo tiene una connotación distinta con Antonio, donde reloj son cinco letras sin sentido. El tiempo es una ola que viene y te derrumba el castillo de arena que has estado horas levantando. Siempre el tiempo. Dice Antonio que le «falta tiempo». Que él nunca ha sido de madrugar y que ahora sí. Al alba, con las primeras luces, se encienden sus ojos.
«En el verano empezamos con nuevas sesiones de quimio porque la mancha había crecido. Notaba que iba a peor. Me fui a ver a la doctora: ‘Blanca, yo no pongo objeción a nada. Pero si hay muy pocas posibilidades yo no quiero este final’. Ella se sintió aliviada: ‘Pues sí, en este momento la quimio te va a hacer más daño que bien. Se acabó la quimio’. Y desde entonces ya supe que empezaba el final. Aquí llegué a últimos de octubre. No vienes a curarte. Sino a lo más difícil de todo: a morir».
Pilar le dice que sonría para la fotografía, que está «más guapo» cuando lo hace: tiene que renovar el DNI en breve y la almohada blanca hace las veces de fondo de fotomatón.
  • No te gustan las fotos, eh.
  • Me han dado la cita para el carné de identidad el 4 de diciembre y ni siquiera sé si estaré vivo entonces.
Hoy no ha abierto la biografía de Isabel La Católica que se está leyendo. A primera hora ha venido su hermano, José María, con quien deletreó la infancia y el mundo. A una enfermera le dice que tienen un baile pendiente. Ha tomado unas notas. Estrena pijama.
«Ya nadie se asusta cuando me oye hablar así. Decir que estoy disfrutando. Encarar la muerte como si no fuera algo prohibido. Porque a lo mejor mañana no estoy, pero me estáis regalando momentazos increíbles. Creo que perdemos el tiempo con tonterías. De verdad. He empezado a pedir perdón a todos los que me rodean. Me indigno con cosas que he hecho mal. Vivir es menos complicado de lo que pensamos. También morir. Una cosa tengo clara: no sé cómo nunca nos podemos creer más que los demás, si no somos nadie».
Hay quien dice que somos lo que hacemos; otros, que somos lo que leemos. Si somos conforme a los objetos que nos rodean, Antonio es una agenda, una linterna, un frasco de colonia, un abanico, los retratos de los nietos, una imagen de la virgen, un libro y un barquito de papel que su amigo Luis, ingeniero naval, le ha regalado a este niño de 69 años.
  • ¿Algún objeto más?
  • Bueno, tengo una botellita de vino de La Rioja ahí guardada -sonríe, sonreímos, otra vez el confeti de Antonio-. Cuando puedo, me tomo un dedito para comer, sólo un dedito. Hay que conservar los placeres que pueda hasta el final. ¿Quieres un poco?
Al final brindamos. Hasta la borrachera brindamos. Con agua.

Jueves 13 de noviembre

En La 2 hoy han puesto un documental de los osos polares con el que Antonio se ha puesto a hibernar un rato, como el plantígrado de la televisión. La siesta, que antes era una herejía, ahora es un narcótico y una liturgia.
«Les digo que esto se acaba. Lo noto. Me han dicho que no será una asfixia agónica, sino un tránsito suave. No sentiré nada. Tendré tantos fármacos paliativos que el cuerpo no responderá. Todos los papeles están más o menos arreglados. Lo que tengo que hacer ahora es gozar de todo».
Gozar del amigo de la planta de arriba, al que va a visitar cuando puede. «El hombre se emociona mucho. Y eso que parecía que era yo el que iba a durar menos. Estamos donde estamos. Y eso hay que asumirlo».
Gozar de la memoria. «El colegio de los maristas estaba en la otra punta de Salamanca. Cada dos por tres mi hermano y yo hacíamos barrabasadas. Te cuento algunas...».
Gozar de las visitas y de las despedidas: «Cada día es una sorpresa. Hoy me ha llamado el ministro Pedro Morenés, con quien trabajé un tiempo, que se ha enterado de lo mío».
Gozar de los cinco sentidos: «Todavía mantengo el apetito, pero me estoy frenando, porque cada vez tengo más problemas para ir al baño. Cada cosa que como es como si me hubiera tragado una vaca».
Gozar de esta charla: «¿Ya te vas?».
Antonio tiene más dificultades al respirar. Como esos ciclistas cabeceantes que a medida que ganan altura pierden pie. Pero aprieta los dientes y da pedales.
Hace ya 10 días, cuando se encontraba ostensiblemente mejor, la doctora le miró a los ojos y le hizo una pregunta definitiva: «Antonio, ¿tienes que volver a casa por algo? ¿Es indispensable que regreses para alguna cosa? Dínoslo ahora».
«Le contesté que no... Entonces ya sabes por dónde va la pregunta. Sucederá aquí. Está bien: necesito que sepan mil veces lo bien que me encuentro, lo feliz que soy».
Pilar nos acompaña hasta el ascensor. Y nos habla de los nietos. Y de qué buen paciente es Antonio, que nunca quiere molestar. Y a Pilar no le da la gana de llorar, sino de reír. Y recibe un beso -bienintencionado y paliativo- que a buen seguro no palia nada. Y habla como si ella diera ánimos al visitante y no al revés. Qué cosas. Por qué será que ninguna revista saca jamás a una mujer tan relevante como ella en su portada.

Martes 18 de noviembre

  • ¿Cómo estás hoy, Antonio?
  • Se me va la vida. Noto que se me va. Pero de ánimo sigo relativamente bien. Tanto que a veces me pregunto: «¿Y no seré un insensato?».
  • ¿Qué tal ha ido el fin de semana?
  • Ha sido muy malo. No podía con nada. Ahora me encuentro mejor. Siempre que amanece me digo: aquí empieza otro día. A ver si lo termino.
  • ¿Quieres que hablemos?
  • Claro que quiero.
Entre el sábado y domingo apenas ha comido media croqueta y algo de fruta. Calcula que ha perdido ocho kilos en esta última etapa, pero nunca se ha sentido tan pleno. Antonio se alimenta de abrazos. Abrazos grandes y calientes, esféricos, como tortas de pan recién hechas.
Un corazón con miga. «Soy un privilegiado. Hay mucha gente en circunstancias más jodidas que yo. Aquí hay una paciente joven, con tres criaturas, se va a casar en paliativos. Yo la he visto aquí con los niños haciendo los deberes. Ella no ha cerrado su vida, pero yo ya la he cumplido... Sí, he sido un privilegiado. He vivido bien. Tengo tres hijos maravillosos que me adoran. Una mujer increíble. En este hospital me han tratado con gran generosidad. Todo eso me reconforta, me tranquiliza».
Antes de entrar, Pilar nos advierte: «Este fin de semana han muerto cuatro. Pero Antonio no lo sabe. No le digáis nada para que no se disguste».
Nada más entrar, Antonio nos aclara: «¿Sabes? Este fin de semana han muerto cuatro... Pero es que el fin de semana anterior murieron nueve. Nacemos para morir. El que no entienda eso no entiende nada».

Viernes 21 de noviembre

Hay una quietud de portazo recién dado en el pasillo según avanzamos. Y algo heroico en el hombre que nos recibe a pesar de todo. Incorporándose en un esfuerzo épico. Hace tres días que no venimos, pero parecen tres semanas.
  • Tenemos 10 minutos.
  • Lo que mandes.
«Hoy le he dicho a Pili que me limite las visitas». Antonio toma aire, respira con dificultad, pide tiempo muerto. «Sólo visitas de mis hijos, de mis nietos, de mi hermano... y las tuyas. Porque me he comprometido y quiero contarte lo más posible».
Cuando uno ya creía haberlo visto todo en el ejemplo incalculable del hombre que se muere, Antonio se preocupa por un problema de salud (nada serio) de quien tiene delante. «He pedido que me bajen la morfina. Porque me genera como una especie de ensoñación que no me deja pensar con lucidez y tengo la sensación de que me quita la poca fuerza que tengo».
Nació un «4 de noviembre de 1945». Su padre era «militar y químico» y su madre «trabajaba en casa». Jugaba «a los coches» con su hermano José María. Su boda fue en 1973 y «las fotos se velaron». Está «orgulloso» de la «educación humanista» de sus hijos. Pilar ha sido el «motor» de todo. «Ser abuelo es volver a nacer»... Uno estaría toda la vida tomando notas como éstas.
  • He cumplido un ciclo. Estoy a punto de empezar otro. Y voy muy sereno.
  • Vendré el martes.
  • Muy bien.
Siempre nos estrechamos las manos en la despedida. Apretando como el que quiere traspasar al otro. Mirándonos a los ojos con entusiasmo. No sé por qué hoy nos hemos dado un beso.

Domingo 23 de noviembre

Antonio falleció en su cama del Hospital Centro de Cuidados Laguna sin crispación aparente y en completa calma. Fue el domingo, 23 de noviembre, pasadas las seis de la tarde.
El lunes, sobre el tanatorio de Las Rozas, luce un sol de septiembre. En la sala 4, casi nadie se atreve a llorar, porque al fin y al cabo estamos hablando de Antonio, que nos dejó todo esto dicho.
«Me gustaría que me recordaran como una buena persona, leal, que puso empeño en dar. (...) No quiero dramatizaciones. Ausencia es una palabra muy relativa. Yo andaré por ahí».
(...)
Nos quedaron pendientes varios temas, ¿recuerdas? Uno de ellos: al final no te hice cambiar de periódico.
Espero haber puesto todo lo que me contaste, Antonio. Espero haber sido fiel a tus últimas tardes. Espero que tu testimonio «les sirva de algo» -como tú querías- a los que saben que no hay vuelta atrás.
Pocas cosas tienen tanto sentido en esta profesión como haberte conocido. En cualquier caso, no olvides algo: allá donde estés, me debes un vino.