Main Nav

domingo, 26 de octubre de 2014

¡Sonríe! ¡Dios te ama!

Durante muchísimos años, la televisión de Estados Unidos nos hizo reír grandemente con lo que ahora llaman un “reality show”: “Sonríe, estás en Cámara Cándida”. Con el mismo concepto de sorprender con travesuras al caminante desprevenido, “La Cámara Escondida” sigue haciendo de las suyas en la pantalla chica.
    
¿Cuál es la magia del programa? Su éxito radica en la gran necesidad que todos tenemos de reír, de soltar tensiones, de divertirnos sanamente, de tener la oportunidad de echar a un lado los problemas, de seguir viviendo no obstante las tantas dificultades que debemos enfrentar en el diario vivir.
    
En Australia vive un señor llamado Don Ritchie, quien, durante más de cincuenta años, se ha dedicado a vigilar, desde su casa, un infame peñón en la entrada del puerto de Sidney, sitio de elección para muchos suicidas.  Prismáticos en mano desde que se levanta, cuando ve a alguien demasiado cerca del borde, se le acerca suavemente, y con una sonrisa a flor de labios, le invita a tomar una taza de té. Los que han aceptado se acercan ya a los doscientos, de acuerdo a datos oficiales.
    
¿Cuál es su fórmula? Sin ser psicólogo ni consejero profesional, ofrece lo mejor que él sabe dar, su sonrisa, que ha sabido obrar milagros.
    
Debemos esforzarnos en hacer de la sonrisa parte integral de nuestras personalidades. ¡Aún sea por conveniencia! Al sonreír, utilizamos catorce músculos de la cara.  Frunciendo el ceño utilizamos setenta y dos.  Da mucho más trabajo estar bravo que sonreído.
    
La gente se va dando cuenta de la enorme ventaja de exhibir permanentemente una sólida sonrisa. Las puertas se abren, nos atienden con agrado, los muros caen, las dificultades ceden, el contrario se desinfla, y lo principal, nosotros mismos nos sentimos muchísimo mejor.
    
San Francisco de Sales afirma que “un santo triste es un triste santo”.  Entonces, en tu apostolado, la sonrisa es un ingrediente indispensable. Sonreír a todos, a los que se sienten solos, a los tímidos, a los tristes, a los ancianos, a los niños, a los enfermos, a los temerarios, a los agresivos, a los impertinentes, a los populares y a los que caen mal, a los ignorantes y a los instruidos, a los de arriba y a los de abajo, a los que te hacen bien y a los que te hacen daño, porque en cada uno de ellos debemos ver a Jesús.
   
 Y sobre todo, sonríe en tu casa, y haz chistes, y promueve en todo momento un ambiente servicial, festivo, alegre, ligero, donde no haya lugar a depresiones, a tristezas, a encontronazos, a palabras duras fuera de tono, sino a risas, risas, risas. Se puede. Claro que se puede. Todo está en que nos hagamos el firme propósito de lograrlo, y verás que, como dice el Evangelio, “todo lo demás vendrá por añadidura”.
   
 Por último, no olvides de sonreírle a Dios. Sonríele a Dios mientras aceptas con amor lo que Él te mande.  Si le sonríes a Dios, descubrirás que Dios te sonríe a ti, y así te sentirás plenamente feliz, porque la sonrisa de Dios penetra hasta el fondo del corazón y purifica el alma.
   
 Don Ritchie ha pasado por la vida salvando vidas con su sonrisa. Nosotros podemos hacerlo, empezando con la nuestra.

¡Sonríe, Dios te ama! 
Bendiciones y paz.
Este cuento aparece publicado en la página 71 de mi libro “¡Descúbrete! Historias y cuentos para ser feliz”. Disponible en Librería Cuesta y La Sirena.
Juan Rafael Pacheco