Main Nav

lunes, 27 de octubre de 2014

Del inicio del racionalismo

El Renacimiento de los siglos XV y XVI fue, por una parte, un abandono, una difusa inapetencia de las tradicionales estructuras medievales fundamentadas en las creencias y dogmas del cristianismo y en las finuras intelectuales del  escolasticismo recogido en las umbrías soledades de abadías, monasterios y conventos y, por otra parte, un retomar el quehacer originario del arte y la arquitectura griegas, además de los valores del movimiento humanista surgido en la Roma de Cicerón, senador, legendario orador, seguidor del estoicismo y uno de los iniciadores del humanismo. 

Dejado atrás el teocentrismo característico de la Edad Media, el hombre renacentista se constituye como la medida de todas las cosas; antropocentrismo inducido por el asombro de los descubrimientos de la física experimental de Galileo, la recuperación de las matemáticas y la geometría de la  antiguedad, el descubrimiento del cuerpo humano admirablemente reproducido en los dibujos anatómicos realizados por Leonardo Da Vinci durante sus furtivas y secretas disecciones de cadáveres. Debido al novedoso quehacer descubridor de las leyes que ordenan y rigen la realidad del universo, de la naturaleza, de los seres vivos, del movimiento de los cuerpos, de la generación de la vida, del Estado, de la libertad, el hombre comienza a dudar, a descreer  que sólo Dios y los saberes de las autoridades tienen las respuestas confiables. 
   
 El armónico y bello cuerpo de las amplias argumentaciones y fundamentaciones de la filosofía platónica y, principalmente de la metafísica aristotélica, reciben de parte del hombre de la modernidad en ciernes las agudas punzadas de un cuestionamiento casi irreverente, que quiere respuestas razonables, probatorias, verdaderas. Uno de los hombres más destacados de la modernidad inmediatamente posterior al Renacimiento, considerado el padre de la filosofía moderna fue René Descartes. Descendiente de la nobleza francesa, nació en La Haye en 1596, estudió en el colegio jesuita de La Fleche, una de las escuelas de más renombre en aquella época en toda Europa. En su precursora obra Discurso del Método establece los procedimientos, objetivos e ideas fundamentales de su pensamiento filosófico.                     

El propósito de su ardua indagatoria fue fundamentar la filosofía sobre bases sólidas a salvo de las inseguridades notoriamente evidentes en el pensamiento filosófico tradicional; quiso Descartes despejar el enjambre de dudas que le asaltaban. En su ambicioso intento esperaba desplazar la filosofía hacia un plano científico en común hábitat con las ciencias matemáticas y geométricas con las que el pensamiento produce un conocimiento racional, necesario, indubitable. El conocimiento fundado en la razón enfatiza más la importancia de lo necesario tanto en el orden del ser, del espíritu o de los valores que la evidencia dudosa de los hechos percibidos por los sentidos. Son las verdades de razón que posteriormente Leibniz desarrolla, amplía y perfecciona en su racionalismo monadológico. 

Por ello, afirma Heidegger: “Toda la metafísica moderna, incluido Nietzsche, se sustenta en la interpretación del ser y de la verdad introducidas por Descartes…”. Inicia su camino de búsqueda a partir de la duda absoluta.  ¿Qué podemos admitir como cierto? Una inmediata reflexión descarta las opiniones cotidianas de los hombres por ser estas semejantes a costumbres y modas dependientes de las mudanzas del tiempo, carentes de certidumbre. Las filosofías son igualmente descartadas; también el conocimiento de los sentidos que a veces nos engañan por lo que debemos desconfiar de ellos. Ocurre igualmente con los raciocinios lógicos y a veces hasta con los cálculos matemáticos.     

La duda se extiende sobre la tierra, el cielo, los cuerpos extensos, las figuras, magnitudes y lugares. La realidad exterior es puesta toda en duda. Las representaciones del mundo exterior tenidas en nuestra interioridad nos acaece tenerlas en los sueños, por lo que resulta imposible distinguir con certeza la vigilia del sueño.                    

 Aun nuestro cuerpo es una ilusión; lo único cierto son dos cosas: el hecho del pensamiento y el yo que piensa: “Pienso, luego existo”. Es esta reducción de la totalidad del ente a un principio o fundamento lo que la fenomenología nombra intuición de esencia.

Alejandro González