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jueves, 11 de septiembre de 2014

El arzobispo de Los Ángeles pide a los fieles que participen en el debate público para defender el matrimonio

El matrimonio y la familia no son sólo asuntos religiosos o privados. La manera en que definimos estas realidades tiene implicaciones para la sociedad y para nuestras obligaciones hacia los ciudadanos más vulnerables: los niños y los ancianos.
En mis últimas columnas para The Tidings y AngelusNews.com, he estado meditando acerca del matrimonio y la familia, para ayudarnos a todos a orar y a prepararnos para el importante Sínodo de los Obispos que se reunirá en unas cuantas semanas.
El Papa Francisco convocó este sínodo porque se da cuenta de que en nuestros tiempos, la familia está pasando momentos muy difíciles.
Vemos las mismas señales por todas partes en la sociedad contemporánea. Nuestro mundo está perdiendo el sentido de la razón de ser del matrimonio y la familia.
Este es uno de los importantes temas de discusión en nuestro tiempo, porque el matrimonio y la familia son los cimientos de la sociedad y de la cultura.
A la Iglesia se le ha confiado la hermosa verdad de lo que es el matrimonio y la familia. Y nuestro mundo necesita escuchar esta «buena noticia».
El plan de Dios para el matrimonio y la familia está inscrito en el orden natural de la creación.
En la creación de Dios, hay algo único, hermoso y sagrado con respecto a la relación entre el hombre y la mujer en el matrimonio. Su unión en el amor crea nueva vida, crea una nueva generación de la sociedad humana.
Tenemos que proclamar la verdad de que en el plan de Dios, el matrimonio es un sacramento, un signo vivo de la realidad del amor de Dios por cada persona. También tenemos que proclamar la verdad de que el matrimonio es una vocación de amor, un llamado que Dios hace a los esposos y esposas a dar testimonio de su amor y a construir su Reino, la familia de Dios en la tierra.
Pero el matrimonio y la familia no son sólo asuntos religiosos o privados. La manera en que definimos estas realidades tiene implicaciones para la sociedad y para nuestras obligaciones hacia los ciudadanos más vulnerables: los niños y los ancianos.
Y parte de nuestra misión como católicos requiere que intervengamos en la discusión cultural y política sobre el matrimonio.
En mi opinión, estos debates en nuestros días reflejan la forma en que nuestras ideas han sido distorsionadas por el individualismo que impera en nuestra cultura.
De manera que debemos ayudar a nuestros prójimos a que entiendan que el amor es más que una emoción personal, y que el matrimonio es más que una relación para el beneficio de las personas que quieren casarse.
El amor conyugal es fuente de vida y forma una «comunidad» de personas. Y cada familia se vuelve una parte de la sociedad en general. Esto es lo que los Papas quieren decir cuando hablan de que la familia es la «célula básica» de la sociedad.
Tenemos que promover una comprensión más completa y más rica de lo que significa la familia.
Cuando hablamos de familia, no sólo nos referimos a un esposo, una esposa y sus hijos. Las familias están constituidas por generaciones más jóvenes y generaciones de más edad. Las familias se componen de muchos individuos diferentes y todos ellos viven relaciones de amor y de cuidado de unos por otros. Las familias son los padres, abuelos y niños; las tías, tíos y primos.
La promoción de matrimonios y familias fuertes es un asunto fundamental de la dignidad humana y de la justicia social, así como también parte de lo que significa tener una buena sociedad.
Entonces, tenemos que examinar el impacto que nuestras políticas, leyes y prácticas culturales están teniendo en la estabilidad de los matrimonios y en la unidad de las familias. Tenemos que examinar el impacto que tienen en los niños, que son el futuro de nuestra sociedad.
Y al mismo tiempo que trabajamos por ayudar a nuestra sociedad a comprender la belleza del matrimonio y la familia, hemos también de buscar nuevas maneras en que la Iglesia pueda ayudar a las familias.
Tenemos que hablar más sobre los temas de la vida familiar en la catequesis. Tenemos que buscar la manera de inspirar a los jóvenes a responder a la vocación del matrimonio, y hemos de encontrar nuevas maneras para prepararlos a ser buenos esposos, esposas y padres.
Algunas de nuestras parroquias suelen recordar y bendecir cada mes a las parejas que están celebrando su aniversario de matrimonio. Todos deberíamos poner en práctica buenas ideas como ésta.
La Iglesia primitiva hablaba de la familia como «Iglesia doméstica». Esta es una hermosa imagen sobre la que podemos pensar y reflexionar. La familia es el lugar cuyo centro es Jesús y en el que los valores del Evangelio se viven y se transmiten.
Entonces esta semana recemos por las familias y por las parejas casadas. Y sigamos buscando nuevas maneras de ayudar a las parejas católicas a vivir su vida de casados con mayor fidelidad y alegría.
Sigamos rezando también con el Papa Francisco para que el Espíritu Santo guíe a los obispos en el próximo Sínodo.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María, la Madre de la Sagrada Familia y de todas las familias cristianas, que nos dé el valor de estar abiertos a la vida y a anunciar el Evangelio de la familia y la belleza del matrimonio en nuestra sociedad.

José H. Gómez, arzobispo de Los Ángeles