Main Nav

miércoles, 16 de julio de 2014

Fútbol y otras religiones contemporáneas

El fútbol, como apreciamos durante la reciente realización de la Copa Mundial en Brasil, tiene todos los elementos propios de una religión, desde sus catedrales, como el estadio Maracaná, sus santos y sus sacerdotes (estelares, dirigentes gerentes y árbitros), hasta organización internacional de la FIFA que controla el asunto. El fervor popular y las peregrinaciones, así como reglas y rituales, y la asistencia puntual a los eventos de fin de semana y días de guardar. En su aspecto “trascendente”, los ídolos se llenan de “gloria” tras hazañas, que suelen ser esperadas como verdaderos milagros.
La devoción a estos ídolos y su seguimiento fanático llega a niveles de altísima emotividad, de fervorosa lealtad. Probablemente lo que diferencia esta forma de religiosidad de otras, como la santería popular que a menudo se confunde con catolicismo, está en que los santeros tienen deidades o ídolos que habitan en otras esferas de la realidad. En el caso del fútbol, como en el consumismo, la gastronomía, el culto al vino, ocurre que las figuras oficiantes y las más destacadas a las que se tiene devoción, son intermediarios, cuales sacerdotes, no entre el fanático y una deidad extraterrena, sino entre el fanático y un ideal de sí mismo. Ideal del yo propio que se disfraza de héroe deportivo con el que el seguidor se “identifica”.
Subrayando la palabra “identifica”, porque se trata de otro yo sublimizado, idealizado, que compensa y rehabilita un yo deprimido, disminuido que habita en el “simpatizante”, o sea, en el individuo real. Este individuo suele ser una persona pobre, perdida en un mundo sin rumbo, mediocre, careciendo dicho individuo, de un sano sentimiento de personalidad y de destino. Esta forma de religiosidad está más cerca del budismo zen que de las religiones cristianas.
En tanto que el cristianismo propone una relación personal con un Dios real, que vive fuera de nosotros, el budismo propone una relación con un todo que es dios, del cual nosotros seríamos parte, una entidad difusa e impersonal que lo abarca todo (panteísmo). Como en el fútbol, “pertenecer es existir”. En la religión del consumismo, su credo es: “Consumo, luego existo”.
La sensación de placer y de vivir está íntimamente ligada a consumir bienes y servicios. Sus centros comerciales son sus catedrales, a las que se asiste los domingos con la familia completa. Como en otras religiones modernas, el culto es el de sí mismo. Una culminación pseudo racional, de la ruta del hombre que desde los albores de la humanidad decidió caminar su propio camino apartado de Dios. Aquí, la significación de la persona estaría dada por el estatus y la capacidad de compra.
Tratan de librarse de la frustración, del vacío emocional y espiritual con emociones tras emociones, secuelas de insatisfacción interminables. Las derrotas deportivas suman a los perdedores en la desesperación y, como ahora en Brasil, en violencia colectiva. Los gobiernos que patrocinan estos circos suelen pagar altos costos. La sustitución del Dios verdadero, y la huida de la realidad son engaños del príncipe de este siglo.

Por 
r.acevedo[@]hoy.com.do