(Ecclesia/InfoCatólica) Ahora «ha llegado el momento de seguir adelante –afirma Bartolomé, Patriarca ecuménico de Constantinopla– y con el Papa Francisco daremos precisamente un buen paso hacia adelante».
Una convicción que el Patriarca conserva desde el momento en que se encontró con el Pontífice con ocasión de las celebraciones de comienzo del ministerio petrino. Por ello propuso conmemorar juntos el quincuagésimo aniversario del «histórico abrazo de Jerusalén». De los frutos que él espera de este encuentro Bartolomé habla en la entrevista concedida a nuestro periódico en vísperas del inicio del viaje a Tierra Santa.
El Papa Francisco sigue los pasos de Pablo VI cincuenta años después. En este período se pasó del «diálogo del amor» al «diálogo de la verdad». ¿Y ahora cómo podrá seguir el camino con vistas del horizonte final?
No cabe duda de que el histórico encuentro entre nuestros venerables predecesores, el Patriarca ecuménico Atenágoras y el Papa Pablo VI –que la Iglesia católica romana beatificará dentro de poco–, marcó un nuevo inicio en las relaciones entre el catolicismo romano y la ortodoxia. Es bueno recordar que ese encuentro seguía a todo un milenio de desconfianza recíproca y de distanciamiento teológico entre nuestras dos grandes tradiciones. No obstante nuestra historia común de Escritura y Tradición, nuestras dos Iglesias corrían el riesgo de ser dañadas por el aislamiento y la autosuficiencia, habiendo seguido caminos diferentes desde el siglo XI.
El encuentro en Jerusalén, el 5 de enero de 1964, fue un punto de partida extraordinario para el largo camino de reconciliación y de diálogo, que las generaciones sucesivas fueron llamadas a seguir. Mirando atrás, a los últimos cincuenta años, podemos dar gracias a Dios por lo que se ha realizado tanto en el «diálogo de amor» como en el «diálogo de la verdad». El espíritu de amor fraterno y respeto recíproco ha ocupado el lugar de las viejas polémicas y las sospechas.
Hay mucha expectativa por este encuentro. Muchos tienen concretas esperanzas para un decisivo paso hacia delante que conduzca a superar los obstáculos que todavía se interponen a la unidad entre los cristianos. ¿Cuáles son sus expectativas y esperanzas?
Hoy, aún más que hace cincuenta años, existe una necesidad urgente de reconciliación, y esto hace de nuestro próximo encuentro con el Papa Francisco en Jerusalén un acontecimiento de gran significado. Naturalmente sólo se trata –como debemos humildemente comprender y admitir– de un primer paso para ir al encuentro del mundo, como afirmación de nuestro deseo de aumentar los esfuerzos a favor de la reconciliación cristiana y pacífica. Esto demostrará, sin embargo, nuestra disponibilidad y responsabilidad común en el progreso por el camino preparado por nuestros predecesores.
Por lo tanto, como líderes eclesiásticos y espirituales, nos encontraremos para dirigir un llamamiento y una invitación a todas las personas, independientemente de su fe y virtud, para un diálogo que, en el fondo, está orientado al conocimiento de la verdad de Cristo y a gustar la inmensa alegría que acompaña el encuentro con Él. Sin embargo, en último término, esto es posible sólo colmando la separación interior que hay entre unos y otros y a través de la unidad de toda la gente en Cristo, que es la auténtica plenitud del amor y la alegría.
Una convicción que el Patriarca conserva desde el momento en que se encontró con el Pontífice con ocasión de las celebraciones de comienzo del ministerio petrino. Por ello propuso conmemorar juntos el quincuagésimo aniversario del «histórico abrazo de Jerusalén». De los frutos que él espera de este encuentro Bartolomé habla en la entrevista concedida a nuestro periódico en vísperas del inicio del viaje a Tierra Santa.
El Papa Francisco sigue los pasos de Pablo VI cincuenta años después. En este período se pasó del «diálogo del amor» al «diálogo de la verdad». ¿Y ahora cómo podrá seguir el camino con vistas del horizonte final?
No cabe duda de que el histórico encuentro entre nuestros venerables predecesores, el Patriarca ecuménico Atenágoras y el Papa Pablo VI –que la Iglesia católica romana beatificará dentro de poco–, marcó un nuevo inicio en las relaciones entre el catolicismo romano y la ortodoxia. Es bueno recordar que ese encuentro seguía a todo un milenio de desconfianza recíproca y de distanciamiento teológico entre nuestras dos grandes tradiciones. No obstante nuestra historia común de Escritura y Tradición, nuestras dos Iglesias corrían el riesgo de ser dañadas por el aislamiento y la autosuficiencia, habiendo seguido caminos diferentes desde el siglo XI.
El encuentro en Jerusalén, el 5 de enero de 1964, fue un punto de partida extraordinario para el largo camino de reconciliación y de diálogo, que las generaciones sucesivas fueron llamadas a seguir. Mirando atrás, a los últimos cincuenta años, podemos dar gracias a Dios por lo que se ha realizado tanto en el «diálogo de amor» como en el «diálogo de la verdad». El espíritu de amor fraterno y respeto recíproco ha ocupado el lugar de las viejas polémicas y las sospechas.
Hay mucha expectativa por este encuentro. Muchos tienen concretas esperanzas para un decisivo paso hacia delante que conduzca a superar los obstáculos que todavía se interponen a la unidad entre los cristianos. ¿Cuáles son sus expectativas y esperanzas?
Hoy, aún más que hace cincuenta años, existe una necesidad urgente de reconciliación, y esto hace de nuestro próximo encuentro con el Papa Francisco en Jerusalén un acontecimiento de gran significado. Naturalmente sólo se trata –como debemos humildemente comprender y admitir– de un primer paso para ir al encuentro del mundo, como afirmación de nuestro deseo de aumentar los esfuerzos a favor de la reconciliación cristiana y pacífica. Esto demostrará, sin embargo, nuestra disponibilidad y responsabilidad común en el progreso por el camino preparado por nuestros predecesores.
Por lo tanto, como líderes eclesiásticos y espirituales, nos encontraremos para dirigir un llamamiento y una invitación a todas las personas, independientemente de su fe y virtud, para un diálogo que, en el fondo, está orientado al conocimiento de la verdad de Cristo y a gustar la inmensa alegría que acompaña el encuentro con Él. Sin embargo, en último término, esto es posible sólo colmando la separación interior que hay entre unos y otros y a través de la unidad de toda la gente en Cristo, que es la auténtica plenitud del amor y la alegría.