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lunes, 19 de mayo de 2014

Los 100 años de Julio Cortázar


 


Figura emblemática del llamado ‘boom latinoamericano’, decir su nombre es evocar historias fantásticas cargadas de lenguaje musical, mitología, arte, alucinaciones y experiencias viajeras; historias que desafían el tiempo y continúan marcando, desde que comenzara a publicar a principios de los 50, a generaciones de lectores.
Entre obras póstumas y publicadas en vida, Cortázar escribió más de 40 títulos repartidos en novelas, cuentos, poesía, teatro, microrrelatos, ensayos y artículos.
Aunque su obra es considerada como parte del movimiento surrealista y del realismo mágico, el propio Cortázar hizo referencia a lo poco que le gustaban los encasillamientos cuando escribió, en “Los autonautas de la cosmopista” (1983), el último libro que colocara en vida en las librerías: “Casi nunca he aceptado el nombre-etiqueta de las cosas y creo que eso se refleja en mis libros, no veo por qué hay que tolerar invariablemente lo que nos viene de antes y de fuera”.
Pero lo críticos lo han hecho, casi siempre alabando su ingenio y estilo narrativo.
Dice, por ejemplo, el escritor y crítico literario brasileño Davi Arrigucci Jr. en “El alacrán atrapado. La poética de la destrucción en Julio Cortázar” (2002) que, vista en su conjunto, la obra literaria de Cortázar parece trazar el itinerario laberíntico de una búsqueda incesante, “una aventura en el reino de la imaginación, como un deseo constante de pasaje hacia una realidad inefable, de la que intenta posesionarse con el lenguaje de creador”.
“Cortázar es básicamente un artista ‘inventor’, en los términos de Ezra Pound. La invención es, como en el caso del jazz, leitmotiv de la obra y una especie de parámetro de la creación artística para el autor, es decir, fidelidad a un tema sobre el cual se improvisa. Significa fidelidad a la búsqueda, negativa al fácil acomodo, ser rebelde hasta el extremo de volverse contra sí mismo, en una investigación incesante, en un perenne echarse de bruces sobre el misterio del hombre y del mundo, que es al mismo tiempo un sondeo de las propias posibilidades del lenguaje con que se procura exprimirlo”, apunta Arrigucci.
Ejemplos de esta seductora invención son los cuentos recogidos en “Bestiario” (1951), las “Historias de cronopios y de famas” (1962) y su obra cumbre: “Rayuela”.
Como registra el sello Punto de Lectura, la aparición de “Rayuela” en 1963 revolucionó la novelística en castellano. “Por primera vez ñexplicañ, un escritor llevaba hasta las últimas consecuencias la voluntad de transgredir el orden tradicional de una historia y el lenguaje para contarla”.
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UN PECULIAR ESTILO NARRATIVO

En la primera biografía de Julio Cortázar, publicada por el escritor argentino Mario Goloboff para Seix Barral en 1998, el autor de “Un tal Lucas” dejó entrever, de algún modo, el origen rebelde de su característico estilo narrativo.
“Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha, al mismo tiempo, fue el no aceptar las cosas como me eran dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra madre era la palabra madre y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”, consideraba Cortázar.
Por sus grandes aportes a la historia de la literatura argentina, en 1984 la Fundación Konex le otorgó post mórtem el Premio Konex de Honor.