Hace ya tres años, en un acto de cobardía y aberrante desprecio por la vida, unos “pobres” inquilinos de la derrota, por un par de pesos “hediondos” dispararon a Jordi Veras, comunicador, abogado, amigo, hijo, hermano y esposo pero sobre todo, miembro de honor de ese cada vez más reducido grupo de hombres íntegros que habitan esta media isla colocada en el mismo trayecto del dolor.
¿Cuál había sido su delito, la acción tan repudiable que mereciera por parte de este grupo de pérfidos ser borrado de la existencia? Pues sencillamente defender con valentía y dignidad una mujer de las maldades de quien ahora ponía en manos de unos pillos la “responsabilidad”, la triste misión, de “quitar del medio” al hijo de Don Negro Veras.
Sí, este joven de notable talento y valor asumió en su momento la defensa de una señora a quien su marido había intentado a través de terceros, no solo quitarle la vida, sino deshonrarla de la manera más vergonzosa y bochornosa.
A pesar del dinero, del “prestigio” de este engendro del mal, logró llevarlo a la cárcel, donde se encuentra cumpliendo condena por su delito pero desde donde puede, gracias a lo podrido de esta sociedad y a un par de criaturas desalmadas, articular maniobras mal sanas para pretender poner en jaque hasta la justicia divina.
Tengo la dicha, el privilegio de tenerle de vecino cada martes. Su trinchera la puedo observar desde mi posición en la parte inferior, mirando un poco hacia arriba y luego inclinando ligeramente hacia la derecha. Ahí está, asumiendo su dolor y la impotencia de sentir el peso de la injusticia en sus hombros, mas es evidente que no le desalienta, pues él sabe, al igual que su padre que la lucha es larga y no se puede siquiera pestañear.
Cuando sucedió el hecho, una oscura mañana de junio hace ya cuatro años, la conmoción hizo presa incluso de quienes no conocíamos a los Veras, por lo menos no de manera personal. Se trataba de un atentado contra una familia de reciedumbre moral, con una trayectoria de honorabilidad y de respeto, “ya si estamos jodidos, me decía un amigo, el mal no respeta ni los altares”.
Pasado el tiempo, el espanto y la duda se apoderan más de nosotros al contemplar cómo los mismos órganos de la sociedad llamados a establecer justicia, a imponer sanciones a las ratas, lucen lentas, indecisas, maleables ante la embestida diabólica de los genios del terror.
Mas no podemos perder la fe, todo este dolor no puede ser en vano. A pesar del calvario se ha de producir la resurrección. Veremos la luz al final del camino. Todavía estamos a tiempo, la infección no ha logrado alcanzar todo el cuerpo, quedan órganos sanos con posibilidad de enfrentar con éxito la enfermedad.
No importa el dinero podrido que rueda procurando comprar conciencias. Pudo pagar un atentado, pero es evidente que lo ganado en base al dolor y la maldad se consume en las fauces del infierno terrenal. Lo saben quienes cobraron ya y quizás queda como advertencia a algún “abogadito” de cuarta, la comida comprada con ello, incluso el placer si fuera el caso, saben a carbón quemado, a carroña envenenada.
Luce negra la justicia, y la falta a la verdad, mas creo de veras que el carácter de Don Negro Veras, su trayectoria diáfana de lucha y la roca de sus principios más la recia actitud de Jordi y su familia junto a cuanto queda de blanco en los órganos judiciales, veremos llegar el día de la justicia definitiva, porque el mal debe quedar enterrado en la mazmorra y no debe permitírsele siquiera que le toque un rayo de sol, la luz no se hizo para roedores ni para serpientes rastreras.
Benjamín García