Tengo la sensación de que no ha ido a ningún lugar, mas bien, se ha quedado en todos. Donde quiera que su voz se escuche, donde sus canciones llenan el espacio y se convierten en himnos. Alguna vez la tuve cerca, conversamos en la premura de la espera de una guagua, antes o después de algún concierto donde me colaba al camerino, incluso desde la ventanilla de su carro en el parqueo de su casa. Nunca se lo dije, aunque siempre me anduve preguntado ¿dónde podré gritarle que la quiero? Mas no creo que eso importe, con cada persona que llegaba a su entorno y tenía la oportunidad de decláraselo, también lo hacía yo como un fans menor de cualquier rincón del universo.
Tenía, aunque prefiero decir que tiene, la magia de las flores silvestres, esa modestia que encanta y entusiasma. Sus amigos, sus cercanos hablan de su sencillez, aun desde lejos, subida sobre el escenario, se le veía como una simple mortal, comprometida con su arte, y a través de él, con su pueblo amado, al que cantaba con pasión, sin parafernalias de diva ni poses de mega estrella, aunque sus atributos fueran de ambas cosas. Ahí radica su grandeza, en la humildad de su actitud para con todos, hasta con la primavera.
De pequeño jugaba a escucharla pretendiendo entenderla, fue con el tiempo que aquella metáfora de la tarde llorando cobró sentido y quizás a partir de ella empecé a amar esa forma especial de los poetas decir las cosas; antes que en los libros, lo descubrí en sus canciones, de amor en principio interpretando a Leonor Porcella o Roberto Carlos, mas tarde de compromiso social con la nueva canción, Alfredo Zitarrosa, Benedetti y luego, dentro de su plan experimental y de búsqueda acompañada de Luis Díaz, haciendo el retrato fiel de la cotidianidad de la noche en los barrios donde la incertidumbre asalta y hay que protegerse aun sea con un “guachimán” cuando ataca “Andresito Reyna”.
Sonia Silvestre es de todos, siempre lo ha sido, y ahora con mayor certeza. Sonia no solo interpretaba canciones para hacernos disfrutar de su bellísima voz, las cantaba para que su pueblo se conociera a sí mismo, para con su canto dibujar y denunciar las injusticias reflejadas en las miradas de las manos temblorosas levantadas en busca de pan o piedad. Para poner una voz a los silenciados de siempre. Quizás por eso su carrera artística la asumía también a partir de un accionar político militante, honesto y cabal.
Dueña de una voz particularmente hermosa, cuyos matices eran capaces de acurrucar el alma mientras te acariciaban el espíritu y te despertaban la conciencia. Escúchenla con detenimiento, quien no lo ha hecho ya, y verá lo que le digo. Te hace vagar por el insondable universo de la “palabra precisa, de la sonrisa perfecta”, de la complicidad con el todo, incluido algún “corazón de vellonera”.
En la radio su nombre se hizo imprescindible, Sonia Margarita Silvestre, así dicho con el respeto de la aurora a quien entona los himnos del amanecer. Cuando de pronto decide marcharse, no a buscar fama y fortuna como ella misma afirma, sino como simple mortal que procura romper los hilos de una particular situación, al país le quedan rincones vacíos, al volver ya no tuvo la intensidad de los años de gloria, para entonces se convirtió en el icono de la canción, la referencia obligada, aun hasta hoy cuando nos dice hasta luego o hasta siempre.
“Así, se muere la gente, tan sencillamente, como respirar… Desnuda voy en mi viaje ningún ropaje llevo conmigo, el infinito es mi amigo…” Así tan sencillamente vuela a vivir un tercer amor definitivo y culminante, y nosotros agradecidos rendimos tributo con el penúltimo aplauso, y olvidamos el silencio porque la canción no calla, más cuando ha sido interpretada por una voz de su altura, por un talento capaz de trascender los planos del olvido. Hasta siempre, Sonia Silvestre.