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sábado, 12 de abril de 2014

Jacalyn Duffin, la científica atea que Dios eligió para que defendiera un milagro

Habla la hematóloga Duffin, cuyo análisis «determinó» la canonización de la primera santa canadiense. «No es la Iglesia quien se aleja de la ciencia, son los científicos que construyeron una pared artificial entre ellos y la Iglesia… Porque son ignorantes». Ahora que he terminado el trabajo, ¿me puedes decir: se trata de una demanda o de un milagro? Jacalyn Duffin 63 años, canadiense, médico hematólogo e historiadora de la medicina y profesora en la Universidad de Queen nunca imaginó escuchar por respuesta: «Un milagro».
(Portaluz/InfoCatólica) Ella, científica, atea, que siempre había creído en la «verdad de la historia, en un orden natural». No podía imaginarse que «la Iglesia prestaba atención a la ciencia», cuando ella compartía la opinión de la mayoría de los otros médicos: «La religión es sólo superstición, la medicina en cambio, es verdad». Pero es la misma ciencia quien hizo que Jacalyn sostenga una posición que «ha dejado locos a todos mis colegas: yo soy una científica, atea y creo en los milagros.»
Para entender cómo Jacalyn -autora además de cinco libros donde analiza sobre 1.400 milagros registrados en los Archivos Vaticanos-, ha llegado a sostener una posición casi «herética» (con la ciencia) a los ojos de sus contemporáneos, se deben conocer los acontecimientos de su vida que ella no había «planeado» y el increíble e «inusual» rol que tuvo en la canonización de la primera santa de Canadá, en 1990.

Los santos y los milagros no parecen importarles a los científicos. ¿Qué la motivó a ocuparse de esto?

Mi amor por la ciencia, aunque la forma en la que llegué a ello no es común.

¿Usted es médico o una historiadora?

Me gradué en medicina y me especialicé en enfermedades de la sangre. Cuando perdí a mi primer marido, me casé con un diplomático y lo seguí a París. Me aburría enormemente y, como no podía ejercer mi profesión en Francia, tomé un doctorado en la Sorbona, en historia de la medicina. Cuando regresamos a Canadá, quise volver a ejercer como médico, pero en los hospitales me decían: «Estudiaste historia, podrías matar a alguien». Entonces me iba al hospital tan pronto como había una conferencia y siempre trataba de intervenir, quería demostrar que yo era inteligente. Sabía hacer mi trabajo y debía demostrarlo.

¿Cuando llegó la gran oportunidad?

Un día, una colega hematóloga me pidió que analizara unas imágenes de la médula ósea (de un paciente): «No puedo decirte nada sobre este caso, sólo se necesita una segunda opinión de un testigo ciego», me dijo. Testigo ciego es un médico que analiza los datos sin saber nada del caso. Acepté porque quería demostrarle que yo era capaz y esperaba que lo asumiera. Pero no sabía en lo que me estaba metiendo.

¿Por qué?

Pensé que tendría que analizar algunas imágenes, sin embargo, eran más de 300, sin contar los exámenes de sangre. Me dejaron exhausta… y vi que el paciente tenía leucemia mieloide aguda, que es el peor tipo de leucemia que existe; mata en un promedio de 18 meses. Desde la primera imagen pensé que el paciente tenía que estar muerto: era 1986 y los exámenes se remontaban a 1978. Pero la médula ósea contaba otra historia. Los exámenes mostraban que la leucemia estaba curada y en remisión. Esto era increíble, pero no imposible. Después de cuatro meses, la leucemia puede estar de vuelta, agresiva, como antes, y en este punto la Biblia de los hematólogos es clara: si la leucemia regresa, después de ir a remisión, el paciente muere. Es lo que dice la ciencia, y nunca se ha contradicho. Por esto sabía que el paciente debía estar muerto, pero las imágenes mostraban una increíble segunda remisión y la última imagen disponible mostraba una médula ósea perfecta. Entonces pensé: «Es una lástima que haya muerto mientras estaba en remisión». De hecho los medicamentos que se toman para frenar el regreso de la leucemia, pueden causar infecciones. El cuadro me quedaba claro: de seguro la familia del paciente había denunciado al médico debido a que su ser querido estaba muerto a pesar de que había superado de manera inusual la enfermedad y el médico, durante el juicio, había pedido el análisis de un testigo ciego para demostrar que él había actuado de la mejor manera.

¿Cuándo se enteró que se trataba de otra cosa?

Cuando terminé mi trabajo se lo di a mi colega y le dije: «Bueno, ¿es una demanda o un milagro?» Cuando me respondió que era un milagro, y que el paciente, tras ocho años, todavía estaba vivo, yo no podía creerlo.

¿El Vaticano la consultó para evaluar una canonización?

No, en absoluto. Los expertos del Vaticano ya habían rechazado este caso. Para ellos no se podía hablar de milagro porque al analizar las imágenes no habían encontrado la primera remisión, sólo la segunda. Y de acuerdo con la ciencia una remisión es posible, dos no. Así que no había milagro. Pero esto era un insulto: Soy una científico, nadie me puede tomar por tonta. Una vez entregados mis resultados, me fui al Vaticano para presenciar el proceso con una pila de documentos y pruebas. Para mí era una cuestión de principios, de ciencia.

¿Para usted, una científica atea, era un milagro y para el Vaticano no?

Así como la canonización tiene reglas, también la medicina: hay criterios precisos para reconocer una remisión y una recaída. El Vaticano se estaba equivocando.

¿Quién era la sanada por el milagro?

Una mujer canadiense que después de la primera remisión de la leucemia, sabiendo las consecuencias decidió orar a Marie-Marguerite d´Youville pidiendo la gracia. Lo bello es que la paciente no era particularmente religiosa o practicante, pero rezaron por ella, a horas fijas, la familia y todas las parroquias de la ciudad. Es increíble cómo las oraciones sirven para un milagro. El 9 de diciembre de 1990, Juan Pablo II decidió canonizar a Marie-Marguerite d´Youville y me invitó.

¿Algo más en particular?

Yo no sabía nada del proceso de canonización. Mi madre era anglicana, esa era toda mi cultura religiosa, pero luego se convirtió en una atea, y yo pensaba que en la Iglesia Católica determinaban simplemente por un: «Estaba mal, oré y ahora estoy curada. He aquí el milagro». Pero no, el proceso es muy técnico: el Vaticano no considera opiniones sin hechos observados con el conocimiento científico más avanzado del momento. Y cuando en Roma me dieron el acta del proceso, la «Positio Super miraculo «, y me dijeron que iba a ser mantenida en los archivos del Vaticano, me encendí y pensé: ¡Cuántos milagros habrán allí, y tal vez todos han sido sometidos al mismo rigor científico! A partir de ese momento mi vida cambió.

¿Cómo?

En primer lugar, en Canadá me ofrecieron un trabajo como hematóloga y es realmente irónico haber vuelto a ejercer la medicina gracias a la Iglesia. Por ese tiempo hice también más de 20 viajes a los archivos del Vaticano, donde analicé 1.400 milagros que en los últimos 400 años sirvieron para establecer canonizaciones. Todo tipo de curaciones de enfermedades físicas. Hoy entiendo que la Iglesia y la ciencia tienen una larga tradición común.

¿Usted que es atea cree que se han producido más de 1.400 milagros?

Puedo oír a muchos de mis colegas, que me miran a disgusto y dicen: «Ah, ¿pero entonces usted cree en los milagros?». Quiero aclarar: ocurren cosas inexplicables que la ciencia no puede demostrar. Las personas que tienen fe y creen en Dios argumentan que eso sucede por la oración. En los últimos años he aprendido de la humildad: si no puedo explicar ciertos hechos con la ciencia, ¿quién soy para decir que no ha sido por la oración? Somos muy arrogantes en la medicina y dejamos pasar por alto estos hechos, pero la ciencia médica debería prestar más atención a los milagros que suceden muy a menudo.

¿Cree usted que Dios está haciendo milagros?

No sé explicar por qué suceden y yo no creo en Dios, pero estoy abierta a la posibilidad de que la causa sea Él. Cuando voy a conferencias, incluso con médicos católicos, siempre hay alguien que me dice: «Pero a estas alturas debes de creer en Dios y convertirte al catolicismo». Pero no es así, yo soy atea.

¿Nunca pensó en la conversión?

Sí, pero luego me dije a mí misma, la fe en Dios es en sí un milagro. Un milagro que no me ha pasado. Esta es la única respuesta que puedo dar, o al menos lo único que hace desistir a los detractores que se enojan conmigo.