(AFP/InfoCatólica) Según indicó el sitio «Lifesitenews», el obispo escribió a un activista pro-vida para explicarle que apoya plenamente la decisión de un sacerdote de su diócesis que se negó a dar la Eucaristía al senador Dick Durbin, un demócrata de Illinois. Durbin cuenta con el apoyo de la asociación Naral Pro-Choice, que aprueba el aborto.
El texto del correo electrónico fue publicado por un editorialista católico, Matt Abbot. «El senador Durbin fue informado hace algunos años por su pastor en la parroquia del Blessed Sacrament en Springfield -escribe el religioso- que no se le permitía recibir la Santa Comunión según el canon 915 del Código de derecho canónico. Mi predecesor confirmó esta decisión, que sigue en vigor. Por lo que sé, el senador se conforma con esta decisión aquí en la diócesis de Springfield en Illinois».
El canon 915 establece textualmente que «no deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave». El canon 915 atribuye, explica la diócesis, la responsabilidad de negar la Comunión a los ministros, a diferencia del canon 916, según el cual la responsabilidad de acercarse a la Eucaristía es prerrogativa de los fieles, si son conscientes de un estado de pecado grave.
Naturalmente este tipo de decisión ha provocado y provoca un fuerte debate en la Iglesia, porque algunos obispos sostienen que negar la Comunión transformaría la Eucaristía en una especie de arma política. Por otra parte se responde, no sin fundamento, que negar la Eucaristía a quienes están en pecado grave es una forma de caridad, porque se impide a la persona que incurra en un sacrilegio; al mismo tiempo, se evita el escándalo entre el pueblo cristiano.
En 2004, el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Doctrina de la Fe, respondió detalladamente, refiriéndose en particular al aborto y a la eutanasia. «La Iglesia enseña que el aborto o la eutanasia es un pecado grave. La carta encíclica ‘Evangelium vitae’», con referencia a decisiones judiciales o a leyes civiles que autorizan o promueven el aborto o la eutanasia, establece que hay una ‘grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante objeción de conciencia […] En el caso de una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, no es nunca lícito conformarse a ella’, ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley, ni dar a ella el sufragio del propio voto».
En particular, en el caso de los políticos, Ratzinger escribía: «En cuanto al pecado grave del aborto o de la eutanasia, cuando la formal cooperación de una persona se hace manifiesta (o sea, en el caso de un político católico, su hacer una sistemática campaña y votar por leyes permisivas sobre el aborto y la eutanasia), su pastor debería encontrarlo, instruirlo sobre la enseñanza de la Iglesia, informarlo que no se debe presentar a la Santa Comunión hasta que no haya puesto fin a la objetiva situación de pecado, y advertirle que de lo contrario se le negará la eucaristía». Y, si las medidas preventivas no tuvieran este efecto, o no fueran posibles, el sacerdote debe negarse a darle la Eucaristía. «Esta decisión, propiamente hablando, no es una sanción o una pena. Ni el ministro de la Santa Comunión formula un juicio sobre la culpa subjetiva de la persona; más bien reacciona a la pública indignidad de esa persona a recibir la Santa Comunión, debida a una objetiva situación de pecado».
La carta de Ratzinger, dirigida al cardenal McCarrick, se filtró y fue publicada en los medios de comunicación. Su autenticidad fue confirmada. Pero su aplicación no es ni uniforme ni está difundida. En Roma, el prefecto de la Signatura, el cardenal Raymond Leo Burke, es uno de sus mayores seguidores, e insiste en que no se trata de un castigo, sino de un acto de «caridad pastoral» por las razones expresadas antes. Burke, por el puesto en el que se encuentra, puede ser considerado como una de las mayores autoridades en Derecho canónico. Pero una decisión de este tipo presupone una gran valentía por parte del Obispo, además de la posibilidad de políticas e instrumentalizaciones políticas. Y esto explica por qué los Paprocki sean tan pocos.
El texto del correo electrónico fue publicado por un editorialista católico, Matt Abbot. «El senador Durbin fue informado hace algunos años por su pastor en la parroquia del Blessed Sacrament en Springfield -escribe el religioso- que no se le permitía recibir la Santa Comunión según el canon 915 del Código de derecho canónico. Mi predecesor confirmó esta decisión, que sigue en vigor. Por lo que sé, el senador se conforma con esta decisión aquí en la diócesis de Springfield en Illinois».
El canon 915 establece textualmente que «no deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave». El canon 915 atribuye, explica la diócesis, la responsabilidad de negar la Comunión a los ministros, a diferencia del canon 916, según el cual la responsabilidad de acercarse a la Eucaristía es prerrogativa de los fieles, si son conscientes de un estado de pecado grave.
Naturalmente este tipo de decisión ha provocado y provoca un fuerte debate en la Iglesia, porque algunos obispos sostienen que negar la Comunión transformaría la Eucaristía en una especie de arma política. Por otra parte se responde, no sin fundamento, que negar la Eucaristía a quienes están en pecado grave es una forma de caridad, porque se impide a la persona que incurra en un sacrilegio; al mismo tiempo, se evita el escándalo entre el pueblo cristiano.
En 2004, el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Doctrina de la Fe, respondió detalladamente, refiriéndose en particular al aborto y a la eutanasia. «La Iglesia enseña que el aborto o la eutanasia es un pecado grave. La carta encíclica ‘Evangelium vitae’», con referencia a decisiones judiciales o a leyes civiles que autorizan o promueven el aborto o la eutanasia, establece que hay una ‘grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante objeción de conciencia […] En el caso de una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, no es nunca lícito conformarse a ella’, ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley, ni dar a ella el sufragio del propio voto».
En particular, en el caso de los políticos, Ratzinger escribía: «En cuanto al pecado grave del aborto o de la eutanasia, cuando la formal cooperación de una persona se hace manifiesta (o sea, en el caso de un político católico, su hacer una sistemática campaña y votar por leyes permisivas sobre el aborto y la eutanasia), su pastor debería encontrarlo, instruirlo sobre la enseñanza de la Iglesia, informarlo que no se debe presentar a la Santa Comunión hasta que no haya puesto fin a la objetiva situación de pecado, y advertirle que de lo contrario se le negará la eucaristía». Y, si las medidas preventivas no tuvieran este efecto, o no fueran posibles, el sacerdote debe negarse a darle la Eucaristía. «Esta decisión, propiamente hablando, no es una sanción o una pena. Ni el ministro de la Santa Comunión formula un juicio sobre la culpa subjetiva de la persona; más bien reacciona a la pública indignidad de esa persona a recibir la Santa Comunión, debida a una objetiva situación de pecado».
La carta de Ratzinger, dirigida al cardenal McCarrick, se filtró y fue publicada en los medios de comunicación. Su autenticidad fue confirmada. Pero su aplicación no es ni uniforme ni está difundida. En Roma, el prefecto de la Signatura, el cardenal Raymond Leo Burke, es uno de sus mayores seguidores, e insiste en que no se trata de un castigo, sino de un acto de «caridad pastoral» por las razones expresadas antes. Burke, por el puesto en el que se encuentra, puede ser considerado como una de las mayores autoridades en Derecho canónico. Pero una decisión de este tipo presupone una gran valentía por parte del Obispo, además de la posibilidad de políticas e instrumentalizaciones políticas. Y esto explica por qué los Paprocki sean tan pocos.