El firmamento de las letras está de luto y se ha quedado sin una de sus estrellas más luminosas, señeras y representativas con que contábamos los escritores latinoamericanos. Ese astro de la literatura universal que solía guiar nuestra rigurosidad escritural para lograr una narrativa pródigamente descriptiva en la novela que pusiera al lector a disfrutar del placer estético de la prosa nos ha dejado sin un adiós.
Solo la casticidad, la elocuencia y el vigor de su obra intelectual quedarán a manera de consuelo perdurable a su partida del mundo terrenal que sirvió de refugio al género literario narrativo del cual Gabriel García Márquez (Gabo) fue su figura más conspicua y notable. Todos los escritores americanos imaginariamente nos hemos calzado nuestro escarpín color oro brillante para arrimarnos con pie relumbrante, como debe ser, al sarcófago que guarda impasible los restos mortales de un ser humano talentoso y extraordinario.
A Gabo se le ocurrió morir Jueves Santo el día que se consagran los aceites que se emplean en los sacramentos y es el Jueves Santo como una profecía de la Pascua. Este colombiano ilustre de las humanidades gozará de un asiento en la mesa de Jesús y con el recogimiento debido será espectador privilegiado de todo lo que aconteció en la noche que iban a entregarlo.
Por la naturaleza de escritor lucido que fue Gabriel García Márquez, he de suponer que fue invitado por el propio Jesús para que escribiera sobre sus funerales, como aquel cuento fascinante que escribiera en 1962 titulado Los funerales de la Mamá Grande. No cabe duda que el Gabo sabrá escribir sobre estos funerales divinos con la nobleza merecida, humildemente, para engrandecer a Dios.
El ilustre Gabo ha quedado allí extasiado serenamente sobre la “hierba muerta”, como sintiendo el último “rescoldo de los caballos”, como el individuo de la “piel gris y brillante”, del personaje Nabo, del cuento escrito por él en 1972 nombrado El negro que hizo esperar a los ángeles. Cuando me acerco suplicante al ataúd, en mi sueño vistiendo mi botín color oro brillante de poeta, toqué el cuerpo inerme del Premio Nobel de Literatura con mi mano derecha trepidante con suma reverencia, a mi lado estaba en ánima María del Rosario Castañeda y Montero, del pueblo de Macondo.
La señora, dueña y soberana de Macondo, me pasó el envase de incienso y el carbón litúrgico y susurrándome al oído me dijo: “Usted y yo vamos a despedirnos de este genio de la literatura universal, que se convertirá en su tiempo en una solemne deidad, perfumando su cuerpo con humo de incienso, mirras y carbón ritual mágico a manera de envolverlo en una fragancia que le permita tranquilidad en su estancia celestial.
Como las rosas amarillas tuvieron un significado incorpóreo muy especial para el Gabo, por ser flores que emanan optimismo, felicidad y alegría, tres fundamentos que en el insigne intelectual colombiano daban la ilusión de atrevimiento y, además, como cristiano, esta rosa tiene un simbolismo beatífico por ser la flor de la Virgen María y por medio de esta flor se reveló la Virgen de Guadalupe; le pedí al maestro con extremada sumisión una flor amarilla para llevarla eternamente en la solapa de mi chaqueta como señal de aliento encendido que incite mi creatividad culta.
García Márquez siempre será para todo escritor latinoamericano un referente importante tanto por la fuerza y misión escritural que nos transfieren sus obras como por su entrega a una labor literaria fértil, siempre coherente y perseverante. En El amor en los tiempos de cólera, el Gabo nos revela su profunda convicción cristiana cuando emprende un diálogo con Dios en el cual le ruega a éste que le razonara sobre algunas inquietudes existenciales que él no había podido solucionar con sus limitaciones como ser terrenal.
A continuación me permito resumir un pequeño fragmento de esa suplica: “Le rogó a Dios que le concediera al menos un instante para que él no se fuera sin saber cuánto le había querido por encima de las dudas de ambos y sintió un apremio irresistible de empezar la vida con él otra vez desde el principio para decirse todo lo que se les quedó sin decir y volver a hacer bien cualquier cosa que hubieran hecho mal en el pasado”.
No sabemos cuáles eran las interrogantes que se había formulado García Márquez ni si pudo resolver sus incógnitas temporales, puesto a que no dejó señales escritas o quizás le faltó tiempo para dar testimonio de que estaban compensadas sus inquietudes. Empero, el Gabo le dejó a la humanidad un rico material bibliográfico que servirá de soporte y estímulo a las presentes y futuras generaciones de escritores, intelectuales y lectores apasionados, las cuales permitirán el disfrute del goce estético. Dijo Borges que soñar es la actividad estética más antigua.
Siempre albergué la dulce esperanza de que el Gabo pudiera leer mi novela titulada Asesinato en el novenario, un homenaje a la famosa escritora Agatha Christy, sin embargo, no fue posible porque le sobrevino sorpresivamente la enfermedad, pero por las leyes superiores que nos rigen, ya que todo es una vida itinerante que tiene su fin, habrá otro plano sobrehumano o astral donde podamos coincidir y el maestro hacer el recibimiento protocolar de mi prosa.
Me resulta bastante difícil como escritor y narrador despedirme de este eximio escritor, periodista y laureado prosista colombiano, pero de nacionalidad universal, ya que mi discurso ha quedado ahogado en mis propias palabras de dolor con esta triste partida de Gabriel García Márquez, de la que no hay regreso.
Rafael A. Escotto