Con ocasión de la Cuaresma, el papa Francisco, pastor de la iglesia universal, nos ha propuesto algunas reflexiones, a fin de que nos sirva para el camino personal y comunitario de conversión, que hemos iniciado con la celebración del Miércoles de Ceniza, que inaugura el Tiempo de Cuaresma.
El titulo de la reflexión, es extraído, de la carta de san Pablo a los corintios: “…se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (cfr. 2Cor 8,9). Jesucristo siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza. Son palabras que pueden parecer, en principio, contradictorias, pero no es así. La pobreza de Cristo que nos enriquece, consiste, en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo, es la mayor riqueza que poseemos.
Hoy, tres tipos de miseria, lacera severamente la humanidad: La miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual.
La primera, la miseria material, son aquellos que viven privados de los derechos fundamentales, como son, los carecen de vivienda, de ropa, del medicamento, de la comida, viendo así, disminuida su dignidad humana. Estas carencias de muchos ciudadanos, no es fruto de la mala suerte, sino de una mala distribución de los bienes materiales. Otras de las razones de la pobreza material, es la corrupción pública y privada.
El sector privado cobra el impuesto al consumidor, pero este no pasa todo lo que le corresponde al fisco, y la otra es, cuando algunos ministros e incumbentes del gobierno central, en vez de invertir religiosamente el dinero del pueblo en obras de bien social, se lo “embolsillan”. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, origina miserias y desdichas. No obstante, estamos en el deber de ser solidarios con los más pobres a fin de aliviar de algún modo su penuria. Hemos de dar hasta que nos duela. El Romano Pontífice en su mensaje, desconfía de la limosna que no cuesta y no duele. Privarnos de cosas legítimas, puede ayudar a enriquecer a otros con nuestra pobreza.
La segunda es, la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. Muchos hogares, presentan un rostro triste, cuando alguno de sus hijos, caen seducidos por el alcohol, las drogas, la pornografía, y los juegos de azar. Muchas familias angustiadas, porque a pesar de los esfuerzos, no ven, aparentemente, un camino de esperanza. Esta forma de miseria, trae ruina económica, y esta siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor infinito.
El santo padre, sostiene, que el evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual. El cristiano no está para condenar ni hacer juicios mal sanos de los demás, es competencia de Dios valorar lo bien o lo mal que nos hemos portado en la tierra; al contrario, debe llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado, y nos ama, sin contabilizar nuestras acciones. Todo lo que brota del corazón de Dios llega gratuitamente, su generosidad no tiene límites. Compartamos el tesoro hermoso que se nos ha confiado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros del odio, y acorta la distancia que en su momento nos dividieron. En este tiempo fuerte de Cuaresma, seamos misericordiosos y agentes de misericordia.
Felipe de Js. Colón