La semana pasada tuve la satisfacción de asistir a la conferencia magistral –así titulada– del doctor James Rothman, Premio Nobel de Medicina 2013, en la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, una verdadera experiencia filosófica y médica que debe ser definida como muy grata. Afortunadamente, he tenido la dicha de tener similares experiencias consistentes en escuchar las conferencias y estrechar las manos de dos médicos prominentes que han ostentado igual honrosa distinción: ser Premio Nobel de Medicina.
Entre ellos hay coincidencias: los tres han estudiado las proteínas del cerebro y son norteamericanos. Al primero que tuve el honor de conocer fue a Roger Sperry, Nobel de Medicina en 1981, durante el Congreso de Neurociencia celebrado en Brighton, Inglaterra en 1982. En la oportunidad, junto a mi profesor George Duboulay, presentamos un trabajo de investigación sobre la migraña, publicado luego en Neuroradiology.
El doctor Sperry describió la especialización funcional de los dos hemisferios cerebrales. Al tercero de estos Nobel lo conocí en una conferencia en Buenos Aires durante el Congreso Mundial de Neurología celebrado en la ciudad porteña. El Dr. Stanley Prusiner es un prominente colega neurólogo, descubridor de los ”priones”, que son unas proteínas maleadas, infecciosas, que causan la Enfermedad de las Vacas Locas, entre otras enfermedades.
La exposición del Dr. Rothman, que fue un deleite, se inició con la historia del premio. Rothman señaló que todo empezó con una llamada telefónica a medianoche de Goran Hansson, secretario de la Asamblea del Instituto Karoliska en Estocolmo, quien le dijo que era ganador del premio junto a otros colegas por haber resuelto el misterio de cómo las células transportan sus moléculas internas y se comunican unas con otras, como la insulina en el caso de la diabetes.
Con la sabiduría que dan los años y el conocimiento, Rothman pidió a los estudiantes de la audiencia que levantaran las manos y los exhortó a que continuaran sus carreras haciendo aportes. Les enfatizó que el camino del éxito, no solo en las ciencias, era cuestión de constancia y que solo la perseverancia se ve coronada al final con el logro de metas y propósitos.
De una manera didáctica, consiguió explicarnos las investigaciones hechas por él y su grupo. Algo relevante en su disertación fue que les dio siempre crédito a todos sus colegas y antecesores. Utilizó el ejemplo de que el transporte entre célula y célula funciona como con los carteros, donde los mensajeros son las moléculas, que tienen que medir su acción de forma perfectamente sincronizada, ya que al mínimo fallo el proceso deriva en diversos tipos de enfermedades.
Explicó de forma muy comprensible cómo esas moléculas transportadoras deben atravesar vasos, e incluso células, para llegar a su destino, y cómo el proceso requiere diversos tipos de transportes específicos. Luego “conversaremos” sobre los neurotransmisores cerebrales. Así de simple, nos explicó uno de los aportes más importantes a las ciencias. Al terminar la charla fuimos gentilmente invitados por el Lic. Diómedes Núñez, director de la biblioteca, a la recepción en honor del Dr. Rothman.
Me excusé agradecido, pues en mi condición de presidente del Club de la Epilepsia me tocaba disertar esa noche frente a neurocientistas acerca de los tumores cerebrales. ¡Gratificante e intensa experiencia científica!