(VIS) El Paoa ha destacado cómo la celebración de este sacramento ha pasado de ser una forma pública de confesión a una personal y confidencial. Sin embargo, «esto no debe hacernos perder la matriz eclesial, que es el contexto vital. De hecho, la comunidad cristiana es el lugar donde se hace presente el Espíritu, que renueva nuestros corazones con el amor de Dios y hace que todos los hermanos sean una sola cosa en Cristo Jesús. Por esta razón -ha proseguido- no es suficiente pedir perdón al Señor con la mente y el corazón, sino que hay que confesar humildemente y confiadamente los pecados a un ministro de la Iglesia».
El Obispo de Roma ha subrayado que el sacerdote no representa sólo a Dios sino a toda la comunidad, y que aunque uno piense que puede confesarse sólo con Dios no debe olvidar que los pecados cometidos son contra los hermanos y contra la Iglesia. De ahí la necesidad de pedir perdón a los hermanos y a la Iglesia aunque al hacerlo sintamos vergüenza. «La vergüenza es buena, -ha dicho- es saludable tener un poco de vergüenza, porque avergonzarse es saludable. Cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un desvergonzado, un sinvergüenza. Por eso la vergüenza es buena, porque nos hace más humildes, y el sacerdote recibe con amor y ternura esta confesión y en nombre de Dios perdona. Incluso desde un punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote, ciertamente, lo que tanto nos pesa en el corazón. Uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con su hermano. ¡No tengáis miedo de la confesión!».
Con estas palabras el Pontífice ha preguntado a los presentes cuándo ha sido la última vez que se habían confesado y los ha animado efusivamente a no descuidar la confesión. «Si ha pasado mucho tiempo, -ha recalcado- no pierdas un día más, que el sacerdote será bueno. Y allí está Jesús, que es más bueno que los sacerdotes, y te recibe, con tanto amor. ¡Sé valiente y ve a confesarte!...«¡Qué cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios nos hace una fiesta! Continuemos por este camino. ¡Qué Dios os bendiga!».
El Obispo de Roma ha subrayado que el sacerdote no representa sólo a Dios sino a toda la comunidad, y que aunque uno piense que puede confesarse sólo con Dios no debe olvidar que los pecados cometidos son contra los hermanos y contra la Iglesia. De ahí la necesidad de pedir perdón a los hermanos y a la Iglesia aunque al hacerlo sintamos vergüenza. «La vergüenza es buena, -ha dicho- es saludable tener un poco de vergüenza, porque avergonzarse es saludable. Cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un desvergonzado, un sinvergüenza. Por eso la vergüenza es buena, porque nos hace más humildes, y el sacerdote recibe con amor y ternura esta confesión y en nombre de Dios perdona. Incluso desde un punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote, ciertamente, lo que tanto nos pesa en el corazón. Uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con su hermano. ¡No tengáis miedo de la confesión!».
Con estas palabras el Pontífice ha preguntado a los presentes cuándo ha sido la última vez que se habían confesado y los ha animado efusivamente a no descuidar la confesión. «Si ha pasado mucho tiempo, -ha recalcado- no pierdas un día más, que el sacerdote será bueno. Y allí está Jesús, que es más bueno que los sacerdotes, y te recibe, con tanto amor. ¡Sé valiente y ve a confesarte!...«¡Qué cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios nos hace una fiesta! Continuemos por este camino. ¡Qué Dios os bendiga!».