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lunes, 27 de enero de 2014

Raza, ideología e identidad



  • Después de más de trece años de luchas sangrientas y devastadoras, la Revolución haitiana de 1791-1804, no sólo desembocó en la proclamación de la primera República independiente en América Latina y el Caribe, sino en el primer país en lograr la abolición de la esclavitud.
    En la actualidad, se manifiesta gran respeto y mucha admiración hacia Haití por la conquista de esos logros, pero en su tiempo significó el no reconocimiento diplomático por parte de las potencias coloniales y, por consiguiente, su aislamiento internacional.
    Esa situación, unida a la destrucción de toda su capacidad de generación de riquezas durante la etapa revolucionaria y la sucesión de dictaduras crueles e incapaces, han sido las causas fundamentales de que durante algo más de dos siglos las grandes masas del pueblo haitiano se hayan hundido en la miseria.
    Pero, en todo caso, lo importante a rescatar es que la abolición de la esclavitud, al tiempo que suscitaba inmensos temores en los amos propietarios de plantaciones, generó grandes esperanzas en otros negros esclavos traídos desde África, que vieron en el ejemplo de Toussaint L¥Ouverture, Jean Jacques Dessalines, Henri Christopher y Alejandro Petión, entre otros, un símbolo de redención y un ejemplo de que la libertad era un sueño alcanzable.
    Luego de la epopeya haitiana, durante cerca de un siglo, otras rebeliones de negros esclavos se produjeron en distintas partes de la región, desde los Estados Unidos hasta Cuba, Brasil, Perú, Colombia, Panamá y las colonias inglesas y francesas del Caribe. Todos luchaban por reivindicar la dignidad humana.
    En los Estados Unidos, el presidente Abraham Lincoln, durante la Guerra Civil que enfrentó a los Estados del Norte con los del Sur, abolió la esclavitud mediante el acto de Proclamación de Emancipación; y luego, en 1865, al término de la guerra, se ratificó a través de la décimo-tercera enmienda a la Constitución norteamericana.
    De la libertad a la discriminacion
    Pero lo que aconteció en los Estados Unidos, como en otros lugares, es que luego de haberse proclamado la libertad de los esclavos, éstos no lograron insertarse plenamente en sus sociedades como seres libres, en razón de que eran segregados, discriminados y humillados por quienes seguían constituyendo el sector racial y social más poderoso desde el punto de vista político y económico: los blancos.
    Eso, por consiguiente, dio lugar a que desde el mismo siglo XIX se originase una contienda orientada a mejorar la condición humana. A que los negros pudiesen asistir a las mismas escuelas y universidades que los blancos. A que pudiesen ser asistidos en los mismos hospitales, comer en los mismos restaurantes y montarse en los mismos autobuses; y en fin, a que se estableciesen oportunidades económicas y de justicia social en favor de los nuevos libertos.
    En los Estados Unidos, por ejemplo, esas batallas por el reconocimiento a la plena integración a la sociedad de los descendientes de esclavos negros se extendió por cerca de un siglo, pues fue en el 1964 cuando el presidente Lyndon B. Johnson promulgó la Ley de Derechos Civiles, la cual eliminaba, desde la perspectiva legal, todo vestigio de discriminación.
    Mientras tanto, durante esos largos años se fueron creando organizaciones fraternales, de ayuda mutua y cooperación para promover la identidad y la solidaridad racial. Se fundaron numerosas iglesias protestantes, y surgieron diversas organizaciones cívicas, artísticas y culturales para gente de color que servían de espacio de reflexión y apoyo a la causa de la integración.
    En el plano internacional, hizo su aparición el llamado movimiento Pan-Africano, auspiciado por dos grandes intelectuales de raza negra: W.E.B. Du Bois, de Estados Unidos; y George Padmore, de Trinidad, que como en una especie de Alianza Tri-continental de la época procuraba incentivar las luchas de los africanos en sus tierras, así como de sus descendientes en Europa y las Américas.
    En 1914, Marcus Garvey fundó, en Jamaica, la Asociación Universal para el Mejoramiento de los Negros, y seis años después, en 1920, ya tenía un millón de afiliados. Su objetivo era el de promover el retorno a África, así como el de crear un proyecto político que unificase a los pueblos descendientes de población esclava.
    Se pensó en Liberia y en Sierra Leone como hogar para estas poblaciones; y en principio, muchos se sumaron a esta iniciativa. Albergaban el sueño de regresar al mundo de sus abuelos. Luego, sin embargo, comprendieron que los afro-descendientes ya formaban parte de una nueva realidad histórica y cultural y que el epicentro de sus luchas, en lugar de África, se encontraba en las tierras de América.
    Pero la solidaridad racial promovida en el ámbito internacional era de tal magnitud que se creó un comité de lucha contra la invasión italiana de Etiopía, en el 1935, lo cual dio origen a la celebración de congresos de intelectuales, encuentros de activistas y a la elaboración de publicaciones donde se hacían denuncias contra el colonialismo y el imperialismo.
    Se desarrolló el criterio de conciencia y dignidad de los negros. Se difundió la idea de auto-determinación, integración y separación racial. Surgió el concepto de nacionalismo negro, que consistiría en la creación de espacios habitacionales sólo para miembros de ese grupo étnico racial. Se organizaron cónclaves en distintas ciudades del mundo para promover la cooperación internacional en la diáspora africana y fomentar la cultura negra.
    En fin, proliferaron movimientos artísticos que auspiciaron nuevos conceptos del gusto y de la estética. Se promovió la música jazz y el blues. Nació un movimiento cultural de extraordinaria influencia, como fue el Harlem Renaissance, y se constituyeron redes de intercambio entre escritores e intelectuales, como el creado entre figuras de la talla del novelista haitiano Jacques Roumain; y los poetas, Aimé Cesaire, de Martinica; Nicolás Guillén, de Cuba; y Langston Hughues, de Estados Unidos.
    Independencia y Black Power
    Por otra parte, luego de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, se desató un proceso, a escala planetaria, de lucha contra el colonialismo y las potencias imperiales de la época, que permitió el surgimiento de un movimiento en favor de la independencia, soberanía y auto-determinación de nuevas naciones.
    En el caso específico de África, esa lucha se manifestó a través de movimientos nacionalistas, con fuerte identificación racial, los cuales fueron encabezados por grandes líderes que terminarían convirtiéndose no únicamente en los padres fundadores de sus respectivas naciones, sino en íconos internacionales de los pueblos en lucha contra el colonialismo, la opresión, la marginalidad y la discriminación racial.
    Entre esos líderes se encontraban Kwame Nkrumah, de Ghana; Jomo Kenyatta, de Kenya; Léopold Senghor, de Senegal; Julius Nyerere, de Tanzania; y Amilcar Cabral, de Guinea-Bissau, quienes se apoyaron en la etnicidad, la religión y la lengua para alcanzar sus objetivos de erradicar la dominación colonial.
    Esa ola de lucha contra el colonialismo clásico o tradicional, y en favor de la independencia, alcanzó la zona del Caribe a principios de los años 60, escenificándose las primeras confrontaciones en Jamaica y Trinidad.
    En esos lugares, como en la otras islas de la región, había una notable influencia, además del movimiento independentista africano, del Black Freedom Movement en los Estados Unidos, que fue de donde salieron el movimiento moderado de los Derechos Civiles, encabezado por Martin Luther King Jr., y el Black Power, de carácter más radical, cuyas cabezas principales fueron Malcom X y el grupo de los Panteras Negras.
    Todo eso coincide, a su vez, con las grandes batallas que libraba Nelson Mandela en África del Sur en contra del Apartheid, que era el brutal régimen de segregación racial empleado por la minoría blanca que gobernaba aquel país.
    El intercambio, el apoyo y la solidaridad racial se practica entre todos estos pueblos en lucha, los cuales, aún después del éxito de sus contiendas, se mantiene, como expresión de un pasado común de oprobio y discriminación, así como de esperanzas e ilusiones compartidas hacia un mejor porvenir.
    Eso es lo que explica la defensa colectiva que rápidamente se asume frente a todo lo que pueda percibirse como una virtual agresión a cualquiera de los integrantes de ese conjunto de pueblos surgidos al calor del combate contra la esclavitud, la humillación y la discriminación; y es lógico comprender, en el contexto de esas luchas épicas por la libertad, la admiración que suscita, como símbolo de redención, la Revolución haitiana, la primera en el mundo en liberar a los esclavos negros africanos de las cadenas de la ignominia y la opresión.

    Leonel Fernández

    Santo Domingo