(EWTN/AciPrensa) A partir de las palabras de la primera Carta de san Juan, en la que el Apóstol insiste en repetir: «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor es perfecto en nosotros», el Santo Padre observó que la experiencia de la fe está precisamente en este «doble permanecer».
«Nosotros en Dios y Dios en nosotros: esta es la vida cristiana. No permanecer en el espíritu del mundo, no permanecer en la superficialidad, no permanecer en la idolatría, no permanecer en la vanidad. No, no: permanecer en el Señor. Y Él retribuye esto: Él permanece en nosotros. Pero, primero, permanece Él en nosotros. Muchas veces lo echamos y nosotros no podemos permanecer en Él. Es el Espíritu el que permanece».
El «fantasma es el que precisamente –en el pasaje del Evangelio de hoy– los discípulos ven asombrados y temerosos venir hacia ellos caminando sobre el mar. Pero su estupor nace de una dureza de corazón, porque –dice el mismo Evangelio– no habían entendido» la multiplicación de los panes sucedida poco antes.
«Segundo criterio de concreción es: en el amor es más importante el dar que el recibir. El que ama da, da... Da cosas, da vida, da sí mismo a Dios y a los demás. Sin embargo, quien no ama, quien es egoísta, siempre busca recibir, siempre buscar tener cosas, tener ventajas. Permanecer con el corazón abierto, no como estaba el de los discípulos, cerrado, que no entendían nada: permanecer en Dios y Dios en nosotros; permanecer en el amor».
«Nosotros en Dios y Dios en nosotros: esta es la vida cristiana. No permanecer en el espíritu del mundo, no permanecer en la superficialidad, no permanecer en la idolatría, no permanecer en la vanidad. No, no: permanecer en el Señor. Y Él retribuye esto: Él permanece en nosotros. Pero, primero, permanece Él en nosotros. Muchas veces lo echamos y nosotros no podemos permanecer en Él. Es el Espíritu el que permanece».
El amor verdadero
«El mismo Jesús, cuando habla del amor, nos habla de cosas concretas: dar de comer a los hambrientos, visitar a los enfermos y tantas cosas concretas. El amor es concreto. La concreción cristiana. Y cuando no hay esta concreción, se puede vivir un cristianismo de ilusiones, porque no se entiende bien donde está el centro del mensaje de Jesús. Esta amor no llega a ser concreto: es un amor de ilusiones, como estas ilusiones que tenían los discípulos cuando, mirando a Jesús, creían que era un fantasma».El «fantasma es el que precisamente –en el pasaje del Evangelio de hoy– los discípulos ven asombrados y temerosos venir hacia ellos caminando sobre el mar. Pero su estupor nace de una dureza de corazón, porque –dice el mismo Evangelio– no habían entendido» la multiplicación de los panes sucedida poco antes.
Amar con las obras, no con las palabras
Francisco insistió luego: «si tú tienes el corazón endurecido tu no puedes amar y piensas que el amor es eso de imaginarse cosas. No, el amor es concreto. Y esta concreción, añade, se funda sobre dos criterios: Primer criterio: amar con las obras, no con las palabras. ¡Las palabras se las llevó el viento!. Hoy están, mañana no están».«Segundo criterio de concreción es: en el amor es más importante el dar que el recibir. El que ama da, da... Da cosas, da vida, da sí mismo a Dios y a los demás. Sin embargo, quien no ama, quien es egoísta, siempre busca recibir, siempre buscar tener cosas, tener ventajas. Permanecer con el corazón abierto, no como estaba el de los discípulos, cerrado, que no entendían nada: permanecer en Dios y Dios en nosotros; permanecer en el amor».