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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Francisco en Israel

Julián Schvindlerman
                       

Ya fue confirmada la visita del Papa Francisco a Israel, Jordania y la entidad palestina para marzo del 2014. Los detalles de la agenda causaron decepción en Jerusalem cuando se conoció que el obispo de Roma planea permanecer menos de 48 horas en el país, que no dará una misa allí sino en Belén (ciudad bajo gobierno palestino) y que será el Papa quien reciba al Primer Ministro de Israel (en la iglesia Notre Dame) y no al revés como era de esperarse. Dado que los previos pontífices en viajar a Israel en el siglo XXI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, lo han hecho por seis y cinco días respectivamente, las autoridades israelíes tomaron a mal la brevedad del anunciado viaje pontificio.
Quizás no debieran verlo así. Las visitas papales a Israel son acontecimientos diplomáticos y religiosos enormes que ofrecen la oportunidad de reforzar los lazos entre Roma y Jerusalem -formalizados con el establecimiento de relaciones diplomáticas exactamente veinte años atrás este mes de diciembre- independientemente de la duración de la gira. Francisco podrá enmarcar su viaje en este trascendente contexto. Al mismo tiempo, empero, las estadías papales en Israel pueden ser, y en el pasado así han sido, problemáticas. Cada gesto del Sumo Pontífice, cada palabra y cada silencio serán escrutados. Si honrará con su presencia un lugar o si no lo hará será causal de alegría o indignación. Se esperarán de Francisco varios discursos, cada uno de ellos tendrá el potencial de agradar u ofender. Previas visitas pontificas dan cuenta de ello.
En 1964, Pablo VI se convirtió en el primer Papa en pisar territorio israelí. Entonces la Santa Sede y el estado judío no tenían relaciones diplomáticas de modo que el obispo de Roma se ocupó de dejar en claro que lo suyo era una peregrinación espiritual a Tierra Santa desprovista de cualquier motivación política. Pablo VI se negó a ingresar a Israel por la capital del país y las autoridades israelíes debieron desplazarse a la Galilea para darle la bienvenida. Procedente de Jordania, el Papa pasó menos de 24 horas en Israel, donde visitó sitios de relevancia religiosa para la Iglesia Católica: Meggido, Nazareth, Tiberíades y Cafarnaúm. Durante su estadía completa no pronunció las palabras “Israel” o “estado judío” en momento alguno y no incluyó al Gran Rabino en su agenda de reuniones. Extrañamente, defendió al controvertido Pío XII aun en suelo israelí y realizó una declaración teológica que chocaba con el espíritu de acercamiento religioso del recientemente inaugurado Concilio Vaticano II. Una vez de regreso en Roma, envió un telegrama de agradecimiento al presidente de la nación a Tel-Aviv y no a Jerusalem, donde el presidente tiene residencia. Oportunamente la revista católica Commonweal señaló sobre la conducta pontificia: “La falta de sensibilidad hacia la historia judía y hacia la nación de Israel debe esperar un más feliz día de rectificación”.
02Tal día llegó treinta seis años después. En el 2000 viajó a Israel Juan Pablo II, el pontífice responsable del intercambio de embajadores entre las partes. Una vez más ello fue anunciado como una peregrinación religiosa (“me entristecería si alguien le atribuyera otros significados a este plan mío”, afirmó) pero el relieve político de la gira era innegable. El Papa fue recibido en el aeropuerto internacional de Tel-Aviv por el presidente y el primer ministro, se reunió con los dos principales rabinos del país, fue al Museo del Holocausto Yad Vashem e insertó una plegaria en el Muro de los Lamentos en la ciudad santa. Esta última imagen quedó para la posteridad y se erigió en el símbolo visual más notable del nuevo vínculo Vaticano-Israel. Inevitablemente, la política se inmiscuyó en los discursos pontificios y algunos de sus pronunciamientos pro-palestinos irritaron al gobierno israelí. Pero no se perdió de vista que Juan Pablo II -con su sola visita- repudió la teología antisionista de la Santa Sede cristalizada en las palabras de Pío X al momento de recibir en audiencia al padre del sionismo político Theodor Herzl, en 1904: “Los judíos no han reconocido a nuestro Señor, por consiguiente no podemos nosotros reconocer al pueblo judío”. Al partir, el papa polaco dejó una impresión memorable entre los israelíes.
En el 2009 le llegó el turno a Benedicto XVI. “He venido como un peregrino de la paz”, postuló, tal como sus antecesores, pero nadie se hacía ilusiones de que la política estaría ausente. “Si él simplemente se las ingenia para regresar a Roma sin haber comenzado una guerra, algunos declararían el viaje exitoso”, opinó entonces el corresponsal en Israel del National Cathollic Reporter. El Papa se esforzó en ser ecuánime pero el desafío era imposible y algunas expresiones a favor de los palestinos empañaron la gira. “La última semana mostró que en lo relativo al conflicto palestino-israelí, el Papa Benedicto XVI sencillamente no lo entiende”, editorializó The Jerusalem Post. Especialmente decepcionantes fueron sus palabras en Yad Vashem -no mencionó expresamente a los nazis, a los alemanes o a sus colaboradores ni al antisemitismo- y se le atribuyó haber adoptado una postura meramente protocolar ante el Holocausto. Dada su nacionalidad alemana y su pasado como miembro de las Juventudes Hitlerianas, su actitud cobró una dimensión apreciable. Le jugó a su vez en contra su personalidad distanciada de las masas, el precedente de la mayormente exitosa visita de Juan Pablo II y las esperadas comparaciones así como la menor trascendencia histórica de una segunda visita papal.
El año entrante hallará a un nuevo Papa en Israel. Francisco es un amigo genuino de los judíos pero también es un hombre del Tercer Mundo y un pontífice que deberá honrar la tradicional diplomacia pro-palestina de la Santa Sede. Una agenda corta minimizará los posibles puntos de fricción sin dañar la relevancia simbólica del viaje en sí. A la luz de la duración de pasadas visitas papales, 48 horas puede lucir poco. Ante las controversias potenciales, la brevedad puede terminar siendo una bendición.

Por: Julián Schvindlerman.