Desde una perspectiva antropológica el matrimonio es una creación de carácter social para la legitimación de los descendientes de un grupo de parentesco, a la vez que crea relaciones de alianza entre diversos grupos de parentesco de los cuales provienen sus miembros. Etimológicamente matrimonio es una palabra compuesta, originaria del Latín matris, cuyo significado es madre y de munium, que significa a su vez cuidado; cuidado de la madre.
La madre siempre ha jugado el papel de educadora de los hijos en el hogar. Historiográficamente el matrimonio es una institución, una creación social propia de la civilización occidental que tuvo su origen en la Grecia y la Roma antiguas y que en aquella lejanía temporal tenía como único fin la transmisión del patrimonio a los descendientes directos, por ello se casaban. En Roma lo común era el legado de los bienes a un amigo o persona muy querida, casi nunca a los hijos. Sólo se casaban los grandes habientes de bienes y los miembros de las clases altas. La comunidad pagana no tomaba el matrimonio como una norma general para todos. En Grecia se realizaba el matrimonio para transmitir el patrimonio a los hijos legítimos por nacer, sólo heredaban estos, los esposos eran excluidos de la sucesión.
Los varones de Esparta sólo ayuntaban con las hembras para la procreación. Después del ayuntamiento aquellos regresaban a su dormitorio a reunirse con el resto de los varones jóvenes. Fue la acostumbrada homosexualidad espartana que tantas veces el historiador encubría al narrar las memorables guerras contra el invasor persa, particularmente la batalla de Las Termópilas.
En el fluir del quehacer histórico del hombre modalidades nuevas de matrimonio surgieron aparte de la forma tradicional para la procreación de los hijos. El matrimonio entre príncipes para consolidar alianzas estratégicas entre reinos o simplemente matrimonios ajenos totalmente a la procreación de hijos, el matrimonio fruto del amor romántico, el matrimonio como proyecto de vida en común, núcleo de la familia moderna.
El siglo XXI aporta la modalidad del matrimonio entre parejas del mismo sexo. Esta novedad perturbadora ha dejado perpleja una gran parte de la población del planeta, admitir lo prohibido unánimemente durante milenios es señal de fisura en los fundamentos de la civilización.
El matrimonio homosexual es legitimado por una parte de la sociedad y legalizado mediante leyes legisladas por los Estados occidentales que tradicionalmente son considerados abanderados del libre albedrío del hombre. Justo en medio del despliegue de la más abrumadora hegemonía de la ciencia y la técnica, cuyo dominio arropa la tierra y se extiende hacia los cielos y que atrevidamente ha alcanzado, profanando, la morada de la vida, ocurre que la misma sociedad que había considerado el matrimonio como un valor clave de la civilización, hoy acepta el matrimonio entre parejas del mismo sexo.
Algunos de los efectos jurídicos del matrimonio heterosexual, esto es, parentesco, adquisición de derechos sucesorales, régimen económico, emancipación del menor casado, permanecen en la modalidad del matrimonio gay. La adopción de niños es permitida en este matrimonio lo cual derriba de un manotazo el tradicional y respetuoso concepto de la mujer como educadora por excelencia de los hijos. Hace miles de años inspirados hombres en sus divinidades escribieron lo siguiente: “Creó Dios al hombre a imagen y semejanza suya, a imagen de Dios los creó y los creó varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola carne”.
La comunidad humana occidental ha visto con estupor durante estos tiempos finales de la modernidad cómo sus valores continúan siendo derribados, desvalorizados cada vez más aceleradamente por una multitud humana cada vez menos diferenciada, moldeada en los moldes de un igualitarismo degradante, mecánico, mediocre y vulgar.
Alejandro González