(Aleteia/InfoCatólica) El deporte tiene una fuerza innata de tender hacia lo alto, aunque grandes fuerzas poco limpias le arrastren en dirección contraria. Ante los dirigentes olímpicos europeos, el Papa Francisco exalta las luces y señala las sombras que contaminan el mundo del atletismo, profesional o no. Las luces son conocidas pues son antiguas, hasta el punto de que el Papa define «una bella realidad» consolidada desde hace tiempo el «vínculo entre la Iglesia y el deporte», pues éste constituye «un instrumento válido para el crecimiento integral de la persona humana».
«La práctica deportiva, de hecho, estimula a una sana superación de uno mismo, entrena en el espíritu de sacrificio y, si se plantea bien, favorece la lealtad en las relaciones interpersonales, la amistad, el respeto de las reglas. Es importante que cuantos se ocupan del deporte, a varios niveles, promuevan esos valores humanos y religiosos que están en la base de una sociedad más justa y solidaria».
El idealismo del deporte acaba en cambio por sucumbir cuando en su gran mundo se multiplican los personajes que ven en el atleta no la humanidad, sino una máquina de hacer dinero.
«Cuando el deporte es considerado únicamente en base a parámetros económicos o de consecución de la victoria a toda costa, se corre el riesgo de reducir a los atletas a mera mercancía de la que obtener beneficio. Los propios atletas entran en un mecanismo que les arrastra, pierden el verdadero sentido de su actividad, la de jugar que les atraía desde niños y que les impulsó a hacer tantos sacrificios y a ser campeones. El deporte es armonía, pero si prevalece la búsqueda desenfrenada del dinero y del éxito, esta armonía se rompe».
La universalidad del lenguaje deportivo, que – nota el Papa Francisco – «supera fronteras, lenguas, razas, religiones e ideologías» y «posee la capacidad de unir a las personas, favoreciendo el diálogo y la acogida» es en cambio un «recurso muy precioso». Y el símbolo más evidente y conocido de este «espíritu de fraternidad» es precisamente el que sugieren los cinco círculos olímpicos entrelazados. Círculos, observa el Papa, que indican una responsabilidad concreta.
«Deseo alentar a las instituciones y organizaciones, como la vuestra, a que propongan, especialmente a las jóvenes generaciones, itinerarios deportivos de formación a la paz, al compartir y a la convivencia entre los pueblos. ¡Es típico de la actividad deportiva unir y no dividir! ¡Hacer puentes, no muros! (...) Vosotros, como dirigentes olímpicos, estáis llamados a favorecer la función educativa del deporte. Todos somos conscientes de la gran necesidad de formar deportistas animados por la rectitud, el rigor moral y un vivo sentido de la responsabilidad».
«La práctica deportiva, de hecho, estimula a una sana superación de uno mismo, entrena en el espíritu de sacrificio y, si se plantea bien, favorece la lealtad en las relaciones interpersonales, la amistad, el respeto de las reglas. Es importante que cuantos se ocupan del deporte, a varios niveles, promuevan esos valores humanos y religiosos que están en la base de una sociedad más justa y solidaria».
El idealismo del deporte acaba en cambio por sucumbir cuando en su gran mundo se multiplican los personajes que ven en el atleta no la humanidad, sino una máquina de hacer dinero.
«Cuando el deporte es considerado únicamente en base a parámetros económicos o de consecución de la victoria a toda costa, se corre el riesgo de reducir a los atletas a mera mercancía de la que obtener beneficio. Los propios atletas entran en un mecanismo que les arrastra, pierden el verdadero sentido de su actividad, la de jugar que les atraía desde niños y que les impulsó a hacer tantos sacrificios y a ser campeones. El deporte es armonía, pero si prevalece la búsqueda desenfrenada del dinero y del éxito, esta armonía se rompe».
La universalidad del lenguaje deportivo, que – nota el Papa Francisco – «supera fronteras, lenguas, razas, religiones e ideologías» y «posee la capacidad de unir a las personas, favoreciendo el diálogo y la acogida» es en cambio un «recurso muy precioso». Y el símbolo más evidente y conocido de este «espíritu de fraternidad» es precisamente el que sugieren los cinco círculos olímpicos entrelazados. Círculos, observa el Papa, que indican una responsabilidad concreta.
«Deseo alentar a las instituciones y organizaciones, como la vuestra, a que propongan, especialmente a las jóvenes generaciones, itinerarios deportivos de formación a la paz, al compartir y a la convivencia entre los pueblos. ¡Es típico de la actividad deportiva unir y no dividir! ¡Hacer puentes, no muros! (...) Vosotros, como dirigentes olímpicos, estáis llamados a favorecer la función educativa del deporte. Todos somos conscientes de la gran necesidad de formar deportistas animados por la rectitud, el rigor moral y un vivo sentido de la responsabilidad».