En la cotidianidad ocurren cosas tan comunes como una denuncia por un servicio mal ofrecido, tener una discusión por cualquier razón en el trabajo o con un vecino, entre otras; sin embargo un migrante se ve compelido a callar ante el miedo de verse frente a las autoridades y que por el solo hecho de ser extranjero, le exponga a riesgos que lo pueden colocar en el próximo avión de regreso (es decir la camiona para los extranjeros en EEUU).
El miedo es un compañero perenne de aquellos que decidimos vivir en tierras “ajenas”.
Aquí en Estados Unidos he visto nacer dos de mis nietos y sus padres han reclamado los derechos que les corresponden a Margorie y Dereck por el simple hecho de haber llegado al mundo en este país; Jamás han sentido un trato irrespetuoso para ellos o sus hijos; sin que con ellos quiera decir que no existen practicas reprochables en algunas autoridades, sobre todo en zonas rurales y sub-urbanas.
Jamás desconocería los niveles de prejuicios que hay en una sociedad multiétnica y multirracial como la estadounidense; pero es nuestro deber como nuevos migrantes, mantener la lucha por un trato igualitario, de respeto a la diversidad y a los derechos.
Sin duda, aquí en “gringolandia” también aparecen los extremistas que sueñan con llevar a la constitución del país, posiciones trogloditas que castiguen lo “diferente”, posturas irracionales que aspiran a criminalizar acciones humanas comunes como el movimiento migratorio y la búsqueda de mejores condiciones laborales y de vida. Aquí también grupos pequeños, echan mano al discurso chovinista del nacionalismo, solo para estimular sentimientos anti-otros.
Aquí también, esos extremistas olvidan que esa mano de obra fue traída inicialmente por empresas agrícolas que compran su fuerza de trabajo a menor precio; sin cuestionar, las empresas, si esos “extranjeros” tienen o no documentos para estar en el país.
Estoy convencido que el deber de los inmigrantes en Estados Unidos es seguir luchando por una reforma migratoria justa; la no explotación de los hermanos “indocumentados”; Que continúe la atención y la prestación de servicios a todos aquellos que lo necesitan sin importar su situación migratoria, pues los trabajadores (con y sin documentos) pagan impuestos en diferentes niveles y vías al gobierno.
Frente a todo esto, solo pido que los hermanos haitianos en la Republica Dominicana sean tratados, como deseo ser tratado aquí en Estados Unidos, que sus derechos sean respetados como reclamamos aquí los nuestros, que la nacionalidad de sus hijos nacidos en territorio nacional, no sea escamoteada por interpretaciones antojadizas de la ley, que por ser ley, no necesariamente es justa.
La comunidad haitiana en Republica Dominicana, no merece esas manifestaciones “nacionalistas” estimuladas por grupos que no entienden nuestra realidad insular, que no entienden que nuestra relación con Haití no tiene vuelta atrás y que es deber de ambas naciones entenderse, sencillamente para tener una convivencia armoniosa.
Con la sentencia del Tribunal Constitucional, a mi juicio, a los grupos chovinistas y los mercaderes de la miseria que mucho provecho han sacado a la mano de obra haitiana, se le vio el refajo.
Por: Samuel Sánchez.
Samuel Sánchez es periodista dominicano y reside en New York.