La sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional pudo resultar un remedio oportuno para un paciente que, como nuestro país, ha sufrido una grave crisis de identidad, un padecimiento congénito por la ingesta, desde su mismo origen y a lo largo de toda su vida de brebajes españoles, franceses, ingleses, holandeses, mezclados con elementos africanos y aborígenes, además de otros agregados. Incluso, algunas de las tomas ingeridas en el último siglo, las ha bajado de envases con etiquetas yanqui, aunque se las haya tragado con nariz tapada y forzada presión sobre su mandíbula inferior.
De acuerdo al diagnóstico de los expertos complacidos con la citada sentencia, el paciente no ha evolucionado favorablemente, dado a que no ha sido receptivo al elevado nivel técnico del tratamiento y a la aplicación de medicamentos altamente sofisticados, alabados por alquimistas locales, pero de dudosa aprobación en el plano internacional, donde tratamientos más naturales y consecuentes con los padecimientos humanos de los enfermos han dado mejores resultados.
El último reporte sobre el tratamiento de males parecidos viene desde Brasil, donde la dosis de un tratamiento llamado “refugiados” estaba provocando rechazo y discriminación en los pacientes, lo que les impedía el acceso a las plazas de trabajo y su integración a la vida económica y ciudadana del país, además de un largo y doloroso proceso burocrático. “Residentes” es la etiqueta que trae ahora el nuevo medicamento que se está aplicando en el país sudamericano y que está produciendo notable mejoría en los pacientes. Estos han reaccionado favorablemente al cambio, lo que se prevé como positivo, ya que están mejorando su estado de salud ciudadana y aportando con su trabajo e integración al país.
Sin dudas que el tratamiento que aplicó la sentencia 168/13TC al problema migratorio dominicano, ha surtido un efecto que evidencia el contenido de medicamentos contraindicados, lo que ha dado lugar a reacciones fanatizadas y sin ninguna racionalidad ni fundamento: “Todos somos Haití; “somos un país soberano y podemos decidir nuestros asuntos sin tomar en cuenta a mas nadie; Haití no existe”… Son reacciones propias de un paciente que ha recibido una sobredosis de medicamentos o está bajo los efectos de un tratamiento contraindicado.
Estamos ante un paciente con un diagnóstico complejo, que indudablemente requiere ser medicado y atendido con sumo cuidado, tomando en cuenta su larga enfermedad y la gravedad de los síntomas que definen su estado en pronostico reservado, por lo que la receta debe aplicarse con prudencia, tomando siempre en cuenta todo su historial médico, bastante complicado por cierto, y dándole estricto seguimiento a sus condiciones físicas y emocionales.
Hay que descartar escisiones profundas y extirpaciones muy significativas y dolorosas. Lo recomendable será siempre una cuidadosa y sostenida terapia, considerando que los síntomas del paciente son patológicamente compartidos, por origen y proximidad inevitable, con un vecino y hermano llamado Haití.
Algunos dirán que cada país aplica la medicina de conformidad con sus muy particulares criterios y atendiendo a sus propias condiciones económicas y sociales. Esto es verdad. Sin embargo, el criterio prevaleciente hoy es favorecer a los afectados, y superar con sensatez las amargas controversias que generan este tipo de males, buscando siempre curar y restablecer, sanar y restituir; no agravar y profundizar el mal, que en nuestro caso, se ha empeorado por la testaruda voluntad de unos expertos que no entienden que las soluciones a los problemas humanos tienden a ser cada día más horizontales y prácticas, menos técnicas y legalistas y cada vez más humanas y próxima al sentido común.
Es importante que nuestros expertos entiendan que, a veces, el bien o la mejoría que no se logra con medicamentos procesados en laboratorios de sofisticados equipos, con tubos cristalinos y en cubículos transparentes, totalmente inmunizados, puede lograrse con un poco de agua hervida en un anafe y unas cuantas hojas de moringa.
Autor: Tomás Gómez Bueno