Solo el que escucha constantemente la voz de Dios podrá hacer su voluntad. En estos tiempos de tanta veleidad de mente y corazón, los cristianos corremos el peligro de escribir nuestra propia historia, y no dejar que el mismo Dios sea quien escriba sus planes en las páginas de nuestros corazones. Se puede huir de Dios aun siendo cristiano.
El santo Padre, el papa Francisco, recientemente, mientras predicaba en la capilla de la Casa de Santa Marta exhortaba a los fieles a abrir el corazón cerrado y, a no huir de Dios para permitir que Él escriba cotidianamente nuestra historia.
Su santidad pone el ejemplo del profeta Jonás, que sirve con amor al Señor, reza mucho y hace el bien, pero cuando el Señor lo llama comienza a huir…a fugarse. Jonás tenía su historia escrita, y no quería ser molestado. El Señor lo envía de misión a Nínive, y él se embarcó a otro sitio. No le interesaba en ese momento obedecer a Dios. Entendía que hacer lo propio, es mucho más productivo que obedecer a lo ajeno, o sea, a Dios. Pero cuando Yavé lo llama por segunda vez, hace caso, recapacita, obedece, se levanta, e invita a los ninivitas a la conversión (Jonás, 3,1-4).
Cuando se huye de Dios, cerramos la posibilidad de hacer lo que a Dios le agrada. Cerrar el corazón es propio del hombre superficial que no ha entendido la pedagogía del obrar de Dios en su existencia. No se puede hablar con propiedad de lo que no se ha profundizado.
La experiencia pastoral, así lo demuestra, lo que es de Dios genera los frutos del Espíritu Santo; lo que es meramente humano, genera angustia, decepción, división, y no perdura en el tiempo. Quien no incluye a Dios en sus planes, Dios se autoexcluye, no porque quisiera hacerlo, sino que ha respetado nuestra torpe decisión de marginarlo en cada acción que hayamos emprendido.
Los que tenemos responsabilidad pastoral, dirección, gerencia, administraciones confiadas, tenemos la tentación de no escuchar la voz de Dios, sino imponer nuestro capricho. Aunque tengamos una buena formación, títulos académicos, experiencias acumuladas, y algunas canas en la cabeza, no nos da derecho a actuar de cualquier modo, en perjuicio del bien pastoral, aun más, en detrimento de los intereses o políticas de la institución o empresa a quien nos debemos.
La fuga de Dios, significa el hombre que ha sacado a Dios de su corazón, y ha instalado en su interior dioses falsos, que lo llevará a la perdición. Su filosofía de vida es acumular riquezas materiales, poder, fama, prestigio. Naturalmente que el que actúa de esa manera no ha descubierto el don de la fe, no sabe lo que es saborear y vivir los bienes de arriba.
La pena que da es que muchos intentan escapar de Dios, pensando que de aquel lado de la montaña la vida es mejor, o al menos más placentera; y no han sido pocos los que han admitido que se equivocaron, que el mundo del placer del cuerpo y de los sentidos, al final del trayecto genera “vacíos”, “llantos”, “lágrimas”, “traición”, y “deslealtad”.
Fugarse, es escapar de un lugar, para caer en otro sitio; pero quien escapa, continuamente tiene que seguir huyendo, saltando empalizadas, y alambrados, mintiendo donde quiera que se asoma. Dejemos que Dios sea quien escriba la historia de nuestras vidas. Su dedo es mucho más firme y certero que el nuestro. No olvidemos el viejo adagio: “Dios escribe derecho, en líneas torcidas”.