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domingo, 20 de octubre de 2013
Imprudente, inoportuno y repugnante
Imprudente porque se elaboró sin tener una clara idea del propósito que se buscaba con ese gesto abusivo en casa ajena.
Inoportuno porque no era el momento para llamar la atención del país sobre un tema que los dominicanos conocen muy bien y de primera mano.
Y repugnante porque se utilizó la buena fe de damas extrañas al país que ignoran la idiosincrasia de los dominicanos y la manera como se bate el cobre en este país.
La definición que le he dado mas arriba al citado show de mal gusto lo justifica las excusas de la señora Mirna Cunningham, una dirigente indígena de Nicaragua quien expresó sus excusas al presidente Medina y a la República Dominicana por el show de mal gusto que escenificaron en presencia del jefe del Estado.
Las mujeres dominicanas organizadoras de la pendejada del martes último ignoran, además, cuáles son los sentimientos dominicanos y cómo, a través de la historia, se ha forjado esa cultura con respecto a la nación haitiana.
Personalmente soy uno de los defensores conscientes de los negros haitianos en contra del régimen de explotación e inhumanidad que los esclavizaba como animales, pero cualquier lego comprende que la lucha haitiana dista mucho de lo que ha sido la formación de la nacionalidad dominicana, de sus sentimientos y de su cultura hispánica.
Nadie en esta parte de la isla necesitó luchar nunca contra los esclavistas. Cuando los hubo se produjo una evolución que determinó para siempre el carácter del pueblo dominicano. Las incitadoras del escándalo de la semana pasada ante Danilo Medina sólo provocaron una reacción genuina y espontánea del patriotismo dominicano.
Los dirigentes haitianos de los primeros tiempos que proclamaban el principio de que la isla era “una e indivisible” desaparecieron hace mucho tiempo y el último de ellos fue el “Emperador Faustino Primero”, quien respondía al nombre de Soulouque, ciertamente un acérrimo anti-dominicano.
Su irrefrenable anti-dominicanismo lo llevó a la segunda etapa de la Guerra Dominico-Haitiana, pero fue derrotado en Elías Piña, Dajabón y en San Juan de la Maguana por Antonio Duvergé, quien recibió el sobrenombre de “Guardián de la Frontera” por su tenaz defensa del territorio nacional, pero no pudo evitar que Soulouque se engullera para Haití la llamada “Plateau Central”, que incluye a Hinche y a la ciudad de San Rafael. Eso fue todo.
Liquidado el régimen absolutista del pretendido monarca haitiano, a partir del 1860, con el gobierno de Geffrard se abrió el período de reconocimiento de la Independencia Nacional que hasta hoy permanece. Desde el infame Soulouque, o Faustino Primero, jamás un gobernante haitiano ha pretendido anexarse territorio alguno de la República Dominicana. De Fabre Nicolás Geffrard debe decirse que fue un cooperador eficiente en la Guerra de la Restauración, e incluso Haití fue atacado a cañonazos por la Flota española como represalia por su cooperación.
Esa es la cepa nacionalista de los dominicanos y todo el que pretenda ignorarla sufrirá las consecuencias de lo que ocurrió el martes último en presencia del presidente Danilo Medina.
La reacción de Zoila Medina y de Consuelo Despradel le dejaron ver a las que proclamaron que “Haití somos Todas” que su esfuerzo se dirigió por una vía imposible de fructificar en la República Dominicana.
La señora Mirna Cunningham responsabilizó a las mujeres dominicanas del evento de solicitar la solidaridad de las delegadas extranjeras que no podían tener idea del lío en que se estaban metiendo. Porque ignoraban que su acción no le haría ningún bien a la causa que dicen defender, sino todo lo contrario, tal como ha ocurrido.
La solicitud de un conversatorio habría sido más efectivo en lugar de imitar las demostraciones de activistas europeas que se desnudan en pleno parlamento español para enseñar sus senos en demanda de que se le respete su derecho al aborto. No es posible reproducir una protesta europea de esa índole con el esperpento realizado ante el jefe del Estado.
Por eso resultó improcedente, impopular y repugnante. Esa falló.
Por Silvio Herasme P.