El título responde a lo que considero fue el tema de las lecturas del Domingo 27 del Tiempo Ordinario. Lo publico como extracto de mi humilde homilía en la Santa Eucaristía en la Parroquia de la PUCMM a las 11.00 a.m., del Domingo, 06 de Octubre del 2013, por solicitud de varios feligreses.
La primera lectura nos ofrece esos versículos del comienzo del Profeta Abacuc, profeta sin patria y sin apellido que vive entre dos grandes poderes: Asiria y Babilonia. Asiria decadente y Babilonia renaciente. El dios de Asiría es la red para pescar pueblos. El dios de Babilonia es la fuerza. Entre los dos está Israel. Tiempos de opresión y de violencia. Por eso Abacuc se pregunta sobre la justicia y su pregunta la hace frente a Dios, el Justo, Tierno y Misericordioso. Pregunta atrevida y desafiante: ¿Hasta cuándo te gritaré violencia, sin que me salves?
Pero Abacuc en sus preguntas se hace portavoz de los lamentos de su pueblo, tratando de leer la historia y de buscar sentido y esperanza que ponga en marcha a los desesperados, que sufren las consecuencias del pecado de la arrogancia, la vanagloria y la injusticia.
En la orden de que escriba, recibe la respuesta de Dios. Respuesta que motiva la expectación. Motiva a su pueblo oprimido por la fuerza de los que se creen grandes y omnipotentes, a la fe, la confianza, y la perseverancia. Tres gracias donadas por Dios, al justo que vive de la misma fe. Por eso esta primera lectura termina, con el gran mensaje de que el injusto vive con el alma hinchada, y el justo vive de su fe. Fe que invita a cantar el estribillo del Salmo Responsorial, Salmo 94: a vivir escuchando la voz del Señor, y a que no hinchemos nuestras almas, conciencias, personas, sino que escuchemos, con humildad esa voz, sabiendo que El es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Por eso el justo ante Dios vive desde la fe. Esa fe que hace que nos levantemos cada amanecer agradeciendo el descanso de la noche y poniendo en manos de Dios el nuevo día. Ese nuevo amanecer que es regalo gratuito de Dios, para empezar cada día con fe, esperanza y servicio. Fe en Dios, en nosotros, en nuestras familias, en las comunidades, en el trabajo, en el estudio, en la generosidad y gratuidad de tantas personas. Fe en que la justicia es verdad, que la educación y el trabajo nos dignifican. Fe en que podemos ser mejores personas humanas y cristianas. Fe en la otra persona, en los niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos. Fe en nuestra Madre Iglesia, que, a pesar de tantos pecados nuestros, de escándalos, de infidelidades, sigue y seguirá la promesa del Señor: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.
Por eso San Pablo, en prisión, por ser testigo de esa fe, urge a su discípulo Timoteo, a quien el mismo Pablo le impuso las manos, a ser testigo del Señor, a dar la cara por la persona y misión de Jesús, sabiendo que esta barca la lleva el Espíritu del Crucificado y Resucitado. Es la fuerza del Espíritu Santo quien conduce la barca de Pedro, que es la barca del Señor. Y ese mensaje es para nosotros hoy. Es la invitación a ser testigos de esa fe, de Jesús y de su misión en donde quiera que estemos, a cualquier lugar que vayamos, ante cualquier persona, institución o situación que nos encontremos Es mensaje que nos motiva como Habacc, como Pablo, a ver a los demás con fe, con confianza, con esperanza. A que no habrá noche tan oscura que no espera un reluciente y bello amanecer. A que los que tienen el alma hinchada por el relativismo, el poder, el placer y el tener, les llegará la noche, y muy oscura, si antes no aceptan el llamado al arrepentimiento. Y aquellos humillados, pobres, hambrientos, harapientos, pero de corazón noble como el publicano que entró al templo y solamente pedía perdón, porque apuestan por la justicia de Dios, vivirán el pleno día, cantando, eternamente como María el “Mi alma proclama las grandezas del Señor”.
Por eso la petición que hacen los Discípulos a Jesús en el Evangelio de hoy, y nosotros junto a ellos la decimos: “auméntanos la fe”. Fe que nos invita a ser como el siervo bueno y fiel, que hizo lo que tenia que hacer. Y hacer lo que tenemos y debemos de hacer, como dijera nuestro Papa Francisco en la Santa Eucaristía celebrada en la fiesta de San Francisco de Asís, en la habitación donde San Francisco de Asís se despojó de su ropa y permitió que la gracias de Dios cubriera toda su existencia, hasta configurarse en todo con el Crucificado, incluso con los estigmas, de la cruz redentora, que nos despojemos de lo mundano, porque lo mundano nos lleva a la arrogancia, a la vanidad y al orgullo, tres pecados que nos hinchan el alma, y no nos dejan vivir en fe, humildad, esperanza y confianza.
Y Dios pide a Habacuc, San Pablo a Timoteo y Jesús a sus Discípulos, y a nosotros hoy, recordado por el Papa Francisco, en Asís, una actitud profunda de humildad, de desprendimiento, incluso de nosotros mismos, porque solamente así, nosotros, nuestra Iglesia, nuestras familias, instituciones, empresas,… podemos hacer espacio a la omnipotencia y gratuidad de Dios. Es la invitación a aceptarnos como lo quiere el Evangelio, pequeños, sabiendo que nos basta solamente el amor y la gracia del Señor.
Es que el Señor salió de su silencio, pronunciando la Palabra que se hizo Carne, y que vino a habitar en la región de nuestras pobrezas, pecados, incoherencias, injusticias, orgullos, vanidades, egoísmos, ímpetu de grandeza, colgándose en el leño de la cruz, y sigue colgado en aquellos que le quitamos la dignidad de vida, hasta que su redención alcance a cada persona, y no haya un niño con hambre, un enfermo sin medicina, una familia sin techo, sin agua, sin electricidad, sin trabajo, sin seguridad ciudadana y el vivir no sea un milagro, porque El se colgó en la cruz para que todos tengamos la dignidad de vida de los hijos de Dios, y una vida en abundancia. Porque el Dios Creador nos regaló a todos esta existencia por el amor entrañable que nos tiene y para que seamos felices. Y aspirar a esta dignidad es vivir desde la gracia de la fe..
Serafín Coste Polanco