En el país es una tradición, que pequeños grupos de personas se reúnan en casas de familias a jugar bingo. En mi pueblo, hay un grupo de distinguidas damas, clase media, quienes se reúnen los sábados en la tarde a dar su jugadita. Además de jugar, celebran cumpleaños, cuentan anécdotas, comentan las noticias más novedosas, estrenan vestidos, hablan con orgullo de sus viajes, éxitos de sus hijos, nietos o parientes. Es realmente un encuentro social donde entre brindis y música suave, comparten durante varias horas. Tantos años juntas, son como familia. Hay confianza entre ellas.
Como no es un negocio y se reúnen en diferentes hogares, no habían pensado en tener permiso formal para jugar. Un día se encontraban felices y relajadas, concentradas en sus cartones. La que cantaba las bolas decía: la niña en su edad, 15, para arriba y para abajo, 69, el fatal, 13, el mayimbe, 75, los locos, 28, Guacara con Guacara, 44. A veces la interrumpían para preguntar si habían salido los caballeros de Santiago, 30, o la fecha de pago, 25. Mientras otra pedía que cantara a Nochebuena, San Juan y las Mercedes, 24, que hacia rato lo estaba esperando.
Entre juegos, ellas sacan tiempo para tomar café, jugos y picadoras. Ese día escuchaban un merengue de Fernandito Villalona de quien todas son fanáticas y una de ellas, se paró a bailar entre la risa y aplausos de las demás. Disfrutaban encantadas. Volvieron a concentrarse en el juego. En el momento en que una decía con energía y aire triunfal ¡Bingo!!!, otra , miró por la ventana y vio llegar a la policía. ¡Llego la policía!!, gritó con cara de espanto.
Todas se levantaron como por arte de magia. Salieron despavoridas. Las mas ágiles saltaron la verja del jardín, rumbo al vecino, otras se ocultaron debajo de las camas, detrás de la nevera, se arroparon como dormidas en las habitaciones, mientras las sillas, zapatos, cartones, sombrillas, carteras, lentes, quedaron tirados por doquier.
La policía entró. Detuvo a algunas mientras buscaba las otras. Lo más simpático ocurrió cuando tocaba insistentemente la puerta del cuarto de baño donde había siete damas. Una de ella abrió la llave de la ducha y en un hilo de voz preguntó ¿Quién es?. Yo soy la trabajadora de la casa y me estoy bañando. Minutos después, nada se movía. Las señoras permanecían tiesas en sus escondites y otras, con ligeros rasguños, donde los vecinos.
La policía se reunió con la dueña de la casa y las que por su edad avanzada, no pudieron correr. Las damas le explicaron los objetivos de sus encuentros en la forma llana, sincera y campechana, que caracteriza la gente de mi pueblo, aunque un poco nerviosas. Los agentes entendieron y les dijeron “les daremos una oportunidad pero los juegos ilegales están prohibidos” y se retiraron.
Salieron de sus escondites. “Mi marido me mata si se entera de esto”, dijo una. “Si mi esposo no estuviera fuera de la ciudad, yo juraría que fue el quien nos denunció. Odia el bingo”, dijo otra. Durante semanas no se reunieron. Esperaban reponerse del susto. Hoy, ese grupo de alrededor de 30 damas, ha vuelto a disfrutar de la alegría de estar juntas en un ambiente sano y tranquilo, pero tienen una nueva variable: el gobernador provincial y la policía, conocen formalmente de sus encuentros.