El buen gusto se ha desvanecido. Extraño el tiempo en que una canción de Serrat o de Víctor Manuel, ocupaba los primeros puestos durante meses en los principales “hit parade” del país. Un merengue cadencioso de Villalona, Sergio Vargas o una salsa de Rubén Blade se convertían en verdaderos fenómenos de popularidad. No se si he quedado atrapado en la nostalgia de “todo tiempo pasado fue mejor”, pero puedo asegurar que esto que vivimos no me parece del todo bueno.
El “feísmo” se ha instalado de manera brutal. Y hay que ver cómo se defiende la mediocridad, a veces con tal vehemencia, como si fuera la única forma posible para la conquista del paraíso. Lo corriente y vulgar que antes era de “orilla” ha ocupado el centro y la atención, desplazando con su fuerza avasallante el modelo aspirado de la perfección. La ignorancia, como río desbocado, nos lleva colina abajo, arrastrando toda suerte de basura, antes agazapada debajo de los matorrales, ahora coronando la piel del lomo del río.
¿Cuáles son los éxitos editoriales del momento? ¿Cuáles las notas que reciben mayor atención en las redes sociales? ¿Qué desborda el entusiasmo de la gente? El éxito de “ánimo, ánimo, ánimo”, el efecto viral en las redes no fue solo asunto de burla, en ello había mucho de esa fiebre mediática por lo banal e insulso. ¿O es acaso que estamos más pendientes al ridículo que a las posibilidades de conseguir una onda expansiva orientada a hacernos crecer como sociedad en términos cuantitativos?
No desdigo del derecho a usted escuchar cuanto le complazca, a leer trivialidades o deleitarse a la sombra del árbol cuyo fruto sea el de su gusto particular, cada quien con aquello que le satisfaga. No hablo de limitar las posibilidades a aquello que rancios patrones convencionales nos hacen creer es bueno y válido. No, que para eso hemos construido esta democracia, mal trecha y mal llevada, pero democracia al fin. Para seguir la búsqueda, para remediar.
Por ejemplo, no encuentro razones para denigrar un vendedor ambulante cuyo “pregón”, gracias a las enormes posibilidades de difusión que el Internet ofrece, haya logrado acaparar la atención, hasta llegar a productores musicales que han visto en este canto un filón de oro y hayan convertido al humilde pregonero en una figura protagonista de la farándula criolla. Hay aquí, si se quiere, algo de reconocimiento a esos elementos de la cultura popular perdidos en el tiempo y en la burocracia de un ministerio que solo mira hacia los grandes espectáculos.
Pero una cosa es esa cultura popular cargada de valores, que se expresa silvestre en nuestras calles, que entusiasma; vida y sangre de barrios y campos, el sentir de la pobreza y las limitaciones a que han sido sometidos los “sin precio” de la patria, esa parte de nosotros tan venida a menos y echada al olvido y otra la difusión de estúpidas consignas machistas, enajenantes, ideas retorcidas y vulgares como tal aparecen en algunos temas de cantantes mediocres, amparadas en la libertad individual de hacer, escuchar o decidir sobre lo que nos venga en ganas.
Aunque en ocasiones me niegue a las regulaciones, por las manipulaciones posibles y el tanto de relativo por quienes son responsables de ellas, a veces las creo oportunas, a través del consenso, de establecer con claridad la sociedad aspirada, bajo qué banderas queremos vivir, cuál camino mostrar a nuestros hijos. Porque mire usted, si esta caravana no dobla, siento que caminamos irremediablemente al abismo del desconcierto. Y “ánimo, ánimo, ánimo” que la tarea es dura y empedrado el camino de la montaña pero no nos podrá impedir alcanzar ese el sueño de un ser humano nuevo.