Se cumplen 40 años del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende, pero también de su trágica muerte. Allende fue el primer presidente socialista que llegó a su cargo no a través de una revolución, sino a través de las urnas. Era un médico de pueblo, un ser pacífico y honrado que buscó, fiel a su estilo y a través de la democracia, llevar adelante una revolución pacífica y sin derramamiento de sangre. Una revolución socialista empujada desde las urnas, sin armas y respetando los poderes del Estado, la Constitución y las leyes. Un socialista distinto, pero que buscaba extender los beneficios de la salud y la educación a todos los chilenos.
Un político que ocupó distintos cargos, desde ministro de Salud, diputado y senador nacional en varios períodos hasta la Presidencia de la Nación, pero que nunca perdió su estilo humilde y sencillo. Fundador del Partido Socialista Chileno, recorrió los países comunistas como Cuba, Rusia, China, Corea y las repúblicas socialistas de Europa, antes de llegar al poder. Allende llegó a presidente luego de cuatro intentos fallidos en 1952, 1958, 1964 y por un ajustado margen en 1970, en medio de la Guerra Fría y cuando era impensado que un socialista gobierne por mandato constitucional.
Será recordado por su “socialismo a la chilena”: nacionalizó el cobre y las telecomunicaciones y desarrolló una reforma agraria justa y equitativa; abrió las puertas de la Casa de la Moneda para que cualquier ciudadano pudiera pedir una audiencia con su presidente; por Pablo Neruda como embajador; por su sacrificio final, al no querer entregarse.
Un hombre que defendió el derecho al trabajo, el Estado de Derecho y las libertades constitucionales. De hablar pausado, pero con ideas firmes. Allende hablaba de “jóvenes viejos y de viejos jóvenes”, y en estos últimos se reconocía. Allende pedía profesionales que se comprometieran con el cambio social, que entendieran las necesidades de su pueblo, que no apunten a llenarse de dinero en cargos públicos y que recuerden que las universidades públicas en las que se formaron, se sostienen con el dinero público de los contribuyentes, que en su gran mayoría son trabajadores, como dijo en una conferencia en la Universidad de Guadalajara en 1972.
Salvador Allende intentó ser un salvador de su propio pueblo en una época difícil, apuntó a la redistribución del ingreso, algo que aún hoy es una deuda pendiente de muchas democracias consolidadas; que quiso abrir las universidades a los hijos de los campesinos y de los trabajadores; que apuntaba a los jóvenes como eje el de su revolución. Allende prefirió el suicidio a una entrega a los traidores que lo derrocaron, pero antes tuvo un último acto de valentía al pedirles a todos sus asesores que abandonen el edificio, que iba a ser bombardeado.
Allende significa hoy, 40 años después, un ejemplo de lucha, de convicción y vocación, que con coraje y humildad buscó revertir la realidad de su tiempo, sin armas ni ataques, en un mundo que se tornaba cada días más violento. Buscando esa revolución pacífica dejó en América Latina un legado que hoy sigue vivo, con deudas sociales que aún no se han podido saldar, pero que aún nos inspiran.
¡Hasta siempre, Salvador!
Por: Maximiliano Campos Ríos