A veces el tiempo pasa rápido y creemos que no es así, pero cuando recordamos algún hecho importante en nuestras vidas, entonces nos damos cuenta que transcurre. Esto lo expreso porque parece que fue ayer que mi madre, Carmen Teresa Rodríguez, partiera junto al Creador, un día como hoy 3 de septiembre del 2005.
En aquella oportunidad y a los pocos días, escribí un artículo titulado: “Entre El Dos y El Tres”. Haciendo referencia que mi madre siempre vio por medio de los ojos de sus hijos.
Llevó esa virtud dado por Dios de ser madre, hasta sus últimos días. Tanto así, que el día antes de su muerte física, el día 2 de septiembre –fecha en que cumple años mi hermano Ho-chi, a pesar de su malestar que venía arrastrando semanas antes, no le impidió llamarme para hacer que le comprara un regalo a su nombre para mi hermano. Esto porque ya ella no podía movilizarse de forma correcta, fruto de la quimio que se le había dado y que a diferencia de las otras que había recibido en años y tiempos anteriores.
Mi madre fue una persona valerosa y sin temor a enfrentar lo que fuere, y esto lo expreso porque a pesar de que tenía un cáncer de mama del cual sólo se le dio un mes de vida, pudo sobrevivir; gracias al Todopoderoso y el esfuerzo familiar y la buena voluntad de los médicos que le atendieron; y enfrentar este mal con su mejor cara, nunca perdió su simpatía, sus deseos inmensos de la vivir y luchar por ella. Nunca perdió su alegría, ni su sensibilidad, ni solidaridad por los demás. Puedo decir con orgullo que mi madre fue un temple frente este terrible mal y lo supo enfrentar con valor hasta su último momento, ese día 3 de septiembre del año 2005.
Perdí mi madre en forma física, pero la tengo espiritualmente conmigo como ángel de la guardia y nunca ha dejado entre nosotros como familia. Su espíritu ha sido ejemplo y legado para que en nuestro proceso, fruto del atentado en mi contra, del cual, precisamente ayer, 2 de septiembre, hacen treinta y nueve meses que Dios y ella, me sacaron con vida del vehículo en que me encontraba.
El escrito que mencioné más arriba, parte del mismo, expresaba lo siguiente y cito: “Caramba, nunca olvidaremos cuando nuestro hermano saliera de CI con sus ojos llorosos y desesperado, luego su esposa y finalmente nuestro padre; no lo podíamos creer, parecía una pesadilla que con el pasar de los días se ha convertido en una triste y dolorosa realidad con la que tendremos que vivir”.
“No podemos decir que nuestra madre avizoraba su partida, ya que su deseo de vida era el mismo, aunque quizás su cuerpo estaba bastante maltratado por la última quimio que le dieron a principios de año y que había salido precisamente de Cuidados Intensivos de forma milagrosa”. “Además, el día 2 estaba tan pendiente de su segundo hijo, el mismo que estuvo con ella cuando murió en Cuidados Intensivos, para que recibiera su regalo de cumpleaños, ya que se lo había anunciado y felicitado, que no parecía que el día 3 tendría tal desenlace”.
Continúo citando: “Nuestra madre dejó este mundo entre el día 2 y el 3 de septiembre”. “Gracias a Dios según nos expresó nuestro hermano, tal como ella hubiese querido, que siempre manifestó y como se merecía, sin dolor; sólo se fue apagando, cerrando su ojos, como cual flores que cierran su pétalos en el umbral de la noche para dejar en el ambiente sólo el espíritu de su perfume”. “Nuestra madre murió en paz y realizada consigo misma y con la gente que la rodeó durante toda su vida”.
Hoy, ocho años después de la muerte de mi madre; de ayer, de la dicha del cumple años de mi hermano Ho-chi y de los treinta y nueve meses de cumplirse del atentado a nuestra vida; podemos decir que los seres humanos vivimos de vaivenes, como las olas o el subir y el bajar de las montañas, de hechos que nos golpean, nos tiran al piso, pero asimismo nos ofrecen alegría, como el celebrar la vida de seres queridos y la propia y nos enseña que precisamente esos buenos momentos deben servir como “combustible” y reserva, para enfrentar los peores y amargas situaciones, para no rendirnos ni dejar de luchar, estando consciente de que no caminamos solos, sino con el Creador delante y la fortaleza que nos ha enseñado con los momentos y pruebas desagradables.
Puedo decir que soy un afortunado de la vida, porque soy un ser amado por Dios, a la vez me ha brindado desde el hogar a padres que puedo tener como ejemplo y guía. Asimismo, sentirme orgulloso de sus esfuerzos y luchas.
Una de las cosas más importantes de todo ser humano, es que al morir físicamente, hayas dejado un legado de respeto, amor y cariño de tus seres queridos y quienes tuvieron la oportunidad de tratarte y conocerte.
A pesar de todo, seguiremos adelante con una fe activa y decidida, puesta en alto y confiados en la voluntad de Dios, la cual está por encima de la de los hombres y mujeres.