(Levante/InfoCatólica) Por fuera, sólo las distingue el hábito, que en esta ocasión sí hace a las monjas: son seis religiosas de la Fraternidad Arca de María llegadas hace un mes a Valencia para instalarse en el convento de clausura de la calle Guillén de Castro que antes ocupaban las Carmelitas Descalzas del Corpus Christi.
Por dentro, sin embargo, mucho las separa de la treintena de comunidades religiosas contemplativas que conserva la diócesis de Valencia con apenas 300 monjas. Y una frase de la superiora del convento, la madre Paula, lo resume todo: «No hay que esperar a que los jóvenes vengan a la Iglesia; hay que ir a por ellos».
Esa filosofía impregna su método de evangelización volcado a la calle. Según ha relatado la madre superiora al periódico diocesano Paraula, cuando han acudido a la Malva-rosa a jugar al voley playa, «la gente se paraba extrañada a mirarnos. Les llamaba la atención vernos jugar con nuestros hábitos». Después del choque visual (a veces pelotean entre ellas, a veces juegan con niños y también participan en partidos mixtos religiosas/no religiosos), las monjas explican su carisma a los curiosos y hasta han terminado «cenando con ellos en la playa, explicándoles nuestro carisma, y también cantando con ellos e invitándoles a rezar el rosario», subraya la madre Paula.
¿De dónde puede surgir la idea del voley playa? En la página web de la comunidad hay una pista importante. Además de las hermanas brasileñas Ignacia Teresa, Cáritas, María Goretti y María Leticia, también integran la comunidad las españolas Mónica, admitida el pasado día 14, de cataluña y la hermana Beatriz, de Benidorm. En esta religiosa valenciana parece que está el germen de la idea. En la web del Arca de María resume su caso en una frase: «Española, 20 años de edad, jugadora profesional de voleibol, vivía en Benidorm y deja todo para entregarse al Señor». Y se muestran dos fotografías del «antes», con Beatriz en pleno partido de voleybol levantando un balón, y el «después», donde el equipaje, la rodillera y la mueca de esfuerzo han sido sustituidos por el hábito de monja, un crucifijo en torno al cuello y una amplia sonrisa.
Por dentro, sin embargo, mucho las separa de la treintena de comunidades religiosas contemplativas que conserva la diócesis de Valencia con apenas 300 monjas. Y una frase de la superiora del convento, la madre Paula, lo resume todo: «No hay que esperar a que los jóvenes vengan a la Iglesia; hay que ir a por ellos».
Esa filosofía impregna su método de evangelización volcado a la calle. Según ha relatado la madre superiora al periódico diocesano Paraula, cuando han acudido a la Malva-rosa a jugar al voley playa, «la gente se paraba extrañada a mirarnos. Les llamaba la atención vernos jugar con nuestros hábitos». Después del choque visual (a veces pelotean entre ellas, a veces juegan con niños y también participan en partidos mixtos religiosas/no religiosos), las monjas explican su carisma a los curiosos y hasta han terminado «cenando con ellos en la playa, explicándoles nuestro carisma, y también cantando con ellos e invitándoles a rezar el rosario», subraya la madre Paula.
¿De dónde puede surgir la idea del voley playa? En la página web de la comunidad hay una pista importante. Además de las hermanas brasileñas Ignacia Teresa, Cáritas, María Goretti y María Leticia, también integran la comunidad las españolas Mónica, admitida el pasado día 14, de cataluña y la hermana Beatriz, de Benidorm. En esta religiosa valenciana parece que está el germen de la idea. En la web del Arca de María resume su caso en una frase: «Española, 20 años de edad, jugadora profesional de voleibol, vivía en Benidorm y deja todo para entregarse al Señor». Y se muestran dos fotografías del «antes», con Beatriz en pleno partido de voleybol levantando un balón, y el «después», donde el equipaje, la rodillera y la mueca de esfuerzo han sido sustituidos por el hábito de monja, un crucifijo en torno al cuello y una amplia sonrisa.