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viernes, 26 de julio de 2013

El Papa pregunta a cada joven: «¿Estás dispuesto a entrar en esta onda de la revolución de la fe?»

Más de un millón de personas, según fuentes de la organización de la JMJ de Río de Janeiro han seguido en la playa de Copacabana el primer acto público del Papa Francisco en esta jornada, concluido poco antes de las 20.00 horas, hora local. El Papa advirtió a los jóvenes contra la tentación de ponerse en el centro y de creer que ellos solos construyen sus vidas y que el tener, el dinero y el poder es lo que da la felicidad. Al contrario, les animó a poner a Cristo en en centro de sus vida y a sumarse a la revolución de la fe.
 
(Agencias/InfoCatólica) El Santo Padre empezó su discurso reconociendo que la vida de un obispo puede llenarse de precoupaciones por tener que tratar multitud de asuntos, pero alertó contra el peligro de que los pastores caigan en la tristeza: «A veces, la vida de un obispo tiene dificultades y la fe del obispo puede entristecerse. ¡Qué feo es un obispo triste! ¡Qué feo que es!».
Francisco advirtió que hoy en día las personas tienen «la tentación» de «ponerse en el centro», de creer que cada uno construye su vida o que «es el tener, el dinero, el poder lo que da la felicidad». Sin embargo, ha indicado que estos pueden ofrecer «un momento de embriaguez, la ilusión de ser felices» pero, al final, «dominan y llevan a querer tener cada vez más, a no estar nunca satisfechos».
«Y terminamos empachados pero no alimentados. Y es muy triste ver a una juventud empachada pero débil. La juventud tiene que ser fuerte, debe alimentarse de su fe, no empacharse de otras cosas», ha añadido de forma improvisada.
Además, ha asegurado que la fe lleva a cabo en la vida de cada persona «una revolución que se podría llamar copernicana», porque «quita a la persona del centro y pone en él a Dios, de forma que el modo de pensar y obrar se transforma en el mismo de Jesús y el corazón se llena de paz, dulzura, ternura, entusiasmo, serenidad y alegría».
Por ello, el papa Francisco ha invitado a los jóvenes a poner «fe, esperanza y amor» a su vida, al igual que ponen sal a un plato soso, para que «realmente tenga sentido y sea plena, como desean y merecen».
«Pon fe y tu vida tendrá un sabor nuevo, tendrá una brújula que te indicará la dirección; pon esperanza y cada día de tu vida estará iluminado y tu horizonte no será ya oscuro, sino luminoso; pon amor y tu existencia será como una casa construida sobre la roca, tu camino será gozoso, porque encontrarás tantos amigos que caminan contigo», ha explicado.
«Pero, ¿quién puede darnos esto?», se ha preguntado para contestar que es Cristo. Por ello, ha exhortado a la juventud a «poner a Cristo» en su vida. «Pon a Cristo en tu vida y encontrarás un amigo del que fiarte siempre; pon a Cristo y verás crecer las alas de la esperanza para recorrer con alegría el camino del futuro; pon a Cristo y tu vida estará llena de su amor, será una vida fecunda», ha añadido.
El Papa ha dicho a los jóvenes que Cristo les «espera en el encuentro con su Carne en la Eucaristía, Sacramento de su presencia, de su sacrificio de amor, y en la humanidad de tantos jóvenes que te enriquecerán con su amistad, te animarán con su testimonio de fe, te enseñarán el lenguaje de la caridad, de la bondad, del servicio».
De nuevo, improvisando ha preguntado a los jóvenes: «¿Estás dispuesto a entrar en esta onda de la revolución de la fe?». Y les ha indicado que solo así su vida va a tener sentido.
Además, ha recordado a los jóvenes que sí ponen a Jesús en su vida, él les acogerá «para curar, con su misericordia, las heridas del pecado». «No tengas miedo de pedir perdón. Él no se cansa nunca de perdonarnos, como un padre que nos ama. ¡Dios es pura misericordia!», ha insistido.
Finalmente, el Papa Francisco ha invitado a encontrar en los otros jóvenes el «lenguaje de la caridad, de la bondad, del servicio» y ha llamado a cada uno a ser «un testigo gozoso de su amor, un testigo entusiasta de su Evangelio para llevar un poco de luz a este mundo». «Qué bien se está aquí», ha exclamado recordando las palabras de Pedro después de haber visto al Señor Jesús transfigurado, revestido de gloria.