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martes, 25 de junio de 2013

El sumo pontífice dejó la silla vacía cuando se lo esperaba en un concierto, lo que desató todo tipo de interpretaciones en una curia que espera ansiosa sus primeras decisiones

Crédito foto: AP



Eran las 17:30 de la tarde del sábado. Una sala llena –con los cardenales y personalidades invitadas en la platea- esperaba el ingreso de Francisco para el inicio del concierto del Año de la Fe, en el cual sonaría la Novena Sinfonía de Beethoven. Fue entonces que el arzobispo Rino Fisichella tomó el micrófono y avisó: “El santo padre no podrá estar presente por una tarea urgente e impostergable”.

De inmediato, el vocero papal, Federico Lombardi, se vio obligado a comunicar que todos los compromisos del papa de la mañana siguiente estaban confirmados. Por otra parte, Patrizio Polisca, médico personal del pontífice, y monseñor Georg Gänswein, secretario, estaban en la sala, lo cual alejó el temor a un problema de salud.

Pero disipada esa inquietud, surgió otra de diferente cariz: ¿estaba Francisco enviando una señal –una más- sobre el tono de la reforma de la curia que está preparando?

Por alguna razón, todos los analistas y la prensa coincidieron en imaginar al papa trabajando en estos asuntos mientras el resto de la jerarquía vaticana asistía al concierto en la sala Paulo VI de la santa sede. De hecho, desde la residencia de Santa Marta confirmaron que el papa no se movió de allí.

Más aún, corrió el rumor de que Francisco habría dicho: “No voy al concierto, no soy un príncipe del Renacimiento”. Amante de la música clásica, a la que fue acostumbrado desde pequeño por su madre, como él mismo relata en un libro-entrevista, Bergoglio tuvo que tener un motivo importante para no asistir.

El día anterior, hablando a los nuncios vaticanos, había vuelto a condenar la “mundanidad espiritual” que es la “lepra” de la Iglesia. En particular, criticó la actitud de “ceder al espíritu del mundo que expone a nuestros pastores al ridículo”, esa “especie de burguesía del espíritu y de la vida que lleva a rendirse, a buscar una vida cómoda y tranquila”.

“Ese sillón vacío en el centro del aula Paulo VI, señaló el diario Corriere della Sera, está destinado a convertirse en imagen símbolo del pontificado”. Y agregó: “Asistir a un concierto no está en la línea de un papa que ha renunciado incluso a salir de vacaciones”.

“Todo esto –dice el diario- ha aumentado el nerviosismo curial en la espera espasmódica de las nuevas designaciones, tanto en la curia como en el IOR [banco vaticano]. Hay quienes esperan una primera oleada el 29 de junio, fiesta de San Pedro y San Pablo”.

Vale recordar que todos los “ministros” vaticanos fueron confirmados sólo provisoriamente, como es de uso, a la espera de que el nuevo papa elija a sus colaboradores.

La agencia Reuters cita una fuente -anónima- del Vaticano que, sobre lo sucedido el sábado por la noche, habría dicho: "Nos tomó de sorpresa, aún estamos en un período de adaptación. El está todavía aprendiendo cómo ser papa y nosotros aún estamos aprendiendo cómo quiere hacerlo".

"En la Argentina, probablemente sabían que no tenían que organizar eventos sociales, como conciertos, para él porque probablemente no iría", agregó la fuente, a modo de excusa.


Conversión del centro y apertura a las periferias

¿Está Francisco “aprendiendo” a ser papa? Lo mismo se dijo cuando se produjo la“filtración” del contenido de la conversación que mantuvo con una organización religiosa latinoamericana, cuando habló del “lobby gay presente en el Vaticano. Pero muchos dudan de que Bergoglio haya sido sorprendido por esta infidencia.

Esta actitud, una más de sus muchas rupturas de protocolo, no es aislada. Lo que en un primer momento parecían ser sólo gestos, se va perfilando como método y como programa, como imagen de marca de un pontificado mucho más inclinado a la evangelización –el Papa “predica” todos los días y todos los días su mensaje llega al mundo entero- que al gobierno burocrático de la institución. O, en otras palabras, que buscará evitar que el lastre de un aparato sobredimensionado y laberíntico obstruya la Iglesia de “puertas abiertas” que quiere promover.

Su decisión de permanecer en Santa Marta fue más que el deseo de evitar la soledad o de eludir el boato: resultó ser un primer paso de la reforma, consistente en una declaración de independencia respecto de la curia vaticana que no podrá agobiarlo con asuntos engorrosos, fijar su agenda, controlar su actividad, filtrar información, ni jerarquizar los contactos.

Francisco ha elegido deliberadamente cierta horizontalidad: por Santa Marta transitan obispos de todos los rincones del mundo. De hecho, su misa diaria es siempre concelebrada con sacerdotes de las más diversas procedencias. Y los fieles que asisten son empleados de todos los niveles y sectores de la estructura vaticana.

Quienes al comienzo pensaron que las rupturas de protocolo de Francisco eran sólo una tendencia pasajera o los primeros tanteos de quien necesitaba un poco de tiempo para aprender los gajes del oficio, ya han sido desengañados.

“El consenso que a este respecto [su estilo] rodea al papa -escribe el vaticanista Sandro Magister (ver columna en este mismo portal)- es tan amplio que acalla a los mismos ‘imputados’. La curia está muda, ningún obispo protesta”.

El historiador de la Iglesia, Alberto Melloni, escribió en el Corriere della Sera: “El edificio [el palacio apostólico] en el cual todo era símbolo de un poder es ahora una central en desuso, en la cual él [Francisco] entra permaneciendo incontaminado y priva a la corte de usos y protocolos que no eran tradición sino sólo antiguallas.

Durante cien días Francisco ha tenido a la Iglesia ocupada en un largo curso de ejercicios espirituales. Ha dedicado este primer tiempo de su ministerio a mostrar que tiene la calma de quien no debe leer ningún dossier secreto para saber los secretos de Polichinela de la Roma eclesiástica y de quien sabe que tendrá un pontificado breve pero no por eso condenado a la precipitación”.

Como sustituto de Tarcisio Bertone, quien ocupa la estratégica Secretaría de Estado, circula ya el nombre del cardenal Giuseppe Bertello, miembro también del flamante Consejo nombrado por Francisco para que lo asesore en su pontificado. Se menciona también, como posibles elementos de una reforma, una reducción de la planta vaticana y del número de dicasterios (ministerios) y una mayor colegialidad, o sinodialidad (en referencia al sínodo de obispos).

En resumen, el Papa parece concentrado en predicar, en anunciar el Evangelio día a día, al tiempo que prepara una reforma administrativa y es inminente la designación de su “gabinete”.

En palabras del padre Laurent Fabre, fundador de la comunidad del Camino Nuevo (carismática, pero de origen jesuita), un papa “realmente decidido y capaz de llevar adelante dos cuestiones capitales para el provenir de la Iglesia: la conversión del centro y la apertura a las periferias”.

Por Claudia Peiró