(VIS) El encuentro comenzó con el saludo al Obispo de Roma de su cardenal vicario Agostino Vallini al que siguió la lectura de la Primera Carta de San Pablo a los Romanos que contiene las frases que inspiraron la catequesis del Papa: «Porque no me avergüenzo del Evangelio de Cristo ...Porque... como bautizados... no estáis bajo la ley sino bajo la gracia». Ofrecemos a continuación una amplia síntesis de las palabras de Francisco, utilizando tanto el texto de la catequesis prevista como alguna de las improvisaciones que agregó.
«Una revolución para transformar la historia tiene que cambiar en profundidad el corazón humano. Las revoluciones que han tenido lugar durante los siglos han cambiado sistemas políticos y económicos, pero ninguna de ellos ha cambiado realmente el corazón del hombre. La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la ha hecho sólo Jesucristo por medio de su resurrección que, como le gusta recordar a Benedicto XVI, ha sido «la más grande mutación de la historia de la humanidad y ha dado vida a un nuevo mundo».
«Esta es la experiencia que vive el apóstol Pablo: Después de haber encontrado a Jesús en el camino a Damasco, cambia radicalmente su perspectiva de la vida y recibe el bautismo. Dios transforma su corazón: de ser un violento perseguidor de los cristianos, se convierte en apóstol, en valiente testigo de Jesucristo...Con el bautismo, sacramento pascual, también nosotros nos volvemos partícipes del mismo cambio, y como Pablo »podemos caminar en una nueva vida «... Solemos creer que cambiando las estructuras podemos construir un mundo nuevo. La fe nos dice que sólo un corazón nuevo, regenerado por Dios, crea un mundo nuevo; un corazón de `carne´ que ama, sufre y se alegra con los demás, un corazón lleno de ternura para los que, al llevar grabadas las heridas de la vida, sienten que están en la periferia de la sociedad. El amor es la fuerza más grande de transformación de la realidad, porque derrumba las murallas del egoísmo y llena las zanjas que alejan a los unos de los otros».
«También en Roma hay personas que viven sin esperanza y están inmersas en una profunda tristeza, de la que intentan salir creyendo encontrar la felicidad en el alcohol, en las drogas, en los juegos de azar, en el poder del dinero, en la sexualidad sin reglas . Pero así, se decepcionan todavía más y a veces descargan su ira hacia la vida con comportamientos violentos e indignos del hombre ... Nosotros que hemos descubierto la alegría de tener a Dios como Padre y de su amor por nosotros, ¿podemos permanecer de brazos cruzados delante de estos hermanos nuestros sin anunciarles el Evangelio? Nosotros, que hemos encontrado en Jesucristo, muerto y resucitado el sentido de la vida, ¿podemos ser indiferentes a esta ciudad que nos pide, quizá inconscientemente, una esperanza? .... ¡Somos cristianos, somos discípulos de Jesús no para encerrarnos en nosotros mismos, sino para estar abiertos a los demás, para ayudarles, para llevarlos a Cristo y custodiar a cada criatura!».
«San Pablo es consciente de que Jesús - como bien indica su nombre - es el Salvador de toda la humanidad, no sólo de los hombres de una determinada época o área geográfica. El Evangelio es para todos, porque Dios ama a todos y quiere salvar a todos .. El anuncio del Evangelio está destinado en primer lugar a los pobres, a los que a menudo carecen de lo necesario para llevar una vida decente: ellos son los primeros en recibir el mensaje gozoso de que Dios los ama con predilección y viene a visitarlos a través de las obras de caridad que los discípulos de Cristo llevan a cabo en su nombre. Otros piensan que el mensaje de Jesús es para aquellos que carecen de preparación cultural y que, por eso, encuentran en la fe la respuesta a las tantas preguntas de sus corazones. En cambio, el apóstol afirma con fuerza que el evangelio es para todos, también para los doctos: La sabiduría que proviene de la revelación no se opone a la humana, al contrario, la purifica y la eleva. La Iglesia siempre ha estado presente en los lugares donde se elabora la cultura».
El Papa ha improvisado : «El Evangelio es para todos. Este ir hacia los pobres no significa que debamos convertirnos en pauperistas o en una especie de vagabundos espirituales. No, no es esto. Significa que tenemos que ir hacia la carne de Jesús que sufre, pero la carne de Jesús que sufre es también la de aquellos que no lo conocen con sus estudios, con su inteligencia o su cultura. Tenemos que ir allí. Por eso me gusta usar la frase «ir hacia las periferias», las periferias existenciales. Todas, las de la pobreza física y real y las de la pobreza intelectual que también es real. Todas... Y allí sembrar la semilla del Evangelio, con la palabra y el testimonio».
«Y esto significa que tenemos que tener valor...Quiero deciros algo: En el Evangelio es bello el texto que habla del pastor que, cuando vuelve al redil, se da cuenta de que le falta una oveja; deja las noventa y nueve y va a buscarla. Va a buscar una. Pero... nosotros tenemos una ¡nos faltan las noventa y nueve! Tenemos que salir, tenemos que ir a buscarlas. En esta cultura, digamos la verdad, tenemos solo una, somos minoría. Y ¿no sentimos el fervor, el celo apostólico de salir y buscar a las otras noventa y nueve? Esta es una gran responsabilidad y tenemos que pedir al Señor la gracia de la generosidad y el valor de la paciencia para salir y anunciar el Evangelio».
«Sostenidos por esta certeza, que viene de la Revelación, tengamos el valor, la audacia de salir de nosotros mismos, de nuestra comunidad para ir allí donde los hombres y las mujeres viven, trabajan y sufren y anunciarles la misericordia del Padre que se dio a conocer a los hombres en Jesús de Nazaret... Recordemos siempre, sin embargo, que el Adversario quiere mantener a los hombres separados de Dios y para ello infunde en los corazones la decepción cuando no vemos inmediatamente recompensado nuestro compromiso apostólico. El demonio lanza todos los días en nuestros corazones la semilla del pesimismo y la amargura ... Abrámonos entonces al soplo el Espíritu Santo que no deja de esparcir semillas de esperanza y confianza. No olvidemos que Dios es el más fuerte y que si le dejamos entrar en nuestra vida nada ni nadie puede oponerse a su acción. Por lo tanto, no nos dejemos vencer por el desaliento ni por las dificultades que encontramos cuando hablamos de Jesús y el Evangelio. ¡No pensemos que la fe en nuestra ciudad no tiene futuro!»
«San Pablo añade: `No me avergüenzo del evangelio´. Para él, el Evangelio es el anuncio de la muerte de Jesús en la cruz ... La Cruz nos recuerda con fuerza que somos pecadores, pero, sobre todo, que somos amados, que a Dios le importamos tanto que para salvarnos no ha dudado en sacrificar a Jesús, a su Hijo. El único orgullo del cristiano es el de sentirse amado por Dios ... Todo hombre necesita sentirse amado tal y como es, porque sólo esto hace la vida bella y digna de ser vivida. En nuestra época, en que la gratuidad parece debilitarse en las relaciones personales, nosotros, los cristianos, proclamamos a un Dios que para ser nuestro amigo no pide nada, sólo ser acogido. Pensemos en aquellos que viven en la desesperación porque nunca han conocido a alguien que les haya demostrado su atención, los haya consolado o hecho sentirse valiosos e importantes. Nosotros, los discípulos del Crucificado, ¿podemos negarnos a ir a los lugares donde nadie quiere ir por temor a comprometerse o por el juicio de los demás, y así negar a nuestros hermanos el anuncio de la misericordia de Dios?».
Nuevamente improvisando ha agregado: «!La gratuidad! Hemos recibido esta gratuidad, esta gracia gratuitamente y gratuitamente tenemos que darla. Esto es lo que quiero deciros al final... No tengáis miedo del amor, del amor de Dios, nuestro Padre.. No tengáis miedo de recibir la gracia de Jesucristo, no tengáis miedo de nuestra libertad, que procede de la gracia de Jesucristo o, como decía San Pablo: «No estáis ya bajo la ley, sino bajo la Gracia». No tengáis miedo de la gracia, de salir de nosotros mismos... para ir a buscar a los noventa y nueve que no están en casa. E ir a dialogar con ellos y decirles que pensamos, ir y mostrarles nuestro amor que es el amor de Dios.»
«Una revolución para transformar la historia tiene que cambiar en profundidad el corazón humano. Las revoluciones que han tenido lugar durante los siglos han cambiado sistemas políticos y económicos, pero ninguna de ellos ha cambiado realmente el corazón del hombre. La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la ha hecho sólo Jesucristo por medio de su resurrección que, como le gusta recordar a Benedicto XVI, ha sido «la más grande mutación de la historia de la humanidad y ha dado vida a un nuevo mundo».
«Esta es la experiencia que vive el apóstol Pablo: Después de haber encontrado a Jesús en el camino a Damasco, cambia radicalmente su perspectiva de la vida y recibe el bautismo. Dios transforma su corazón: de ser un violento perseguidor de los cristianos, se convierte en apóstol, en valiente testigo de Jesucristo...Con el bautismo, sacramento pascual, también nosotros nos volvemos partícipes del mismo cambio, y como Pablo »podemos caminar en una nueva vida «... Solemos creer que cambiando las estructuras podemos construir un mundo nuevo. La fe nos dice que sólo un corazón nuevo, regenerado por Dios, crea un mundo nuevo; un corazón de `carne´ que ama, sufre y se alegra con los demás, un corazón lleno de ternura para los que, al llevar grabadas las heridas de la vida, sienten que están en la periferia de la sociedad. El amor es la fuerza más grande de transformación de la realidad, porque derrumba las murallas del egoísmo y llena las zanjas que alejan a los unos de los otros».
«También en Roma hay personas que viven sin esperanza y están inmersas en una profunda tristeza, de la que intentan salir creyendo encontrar la felicidad en el alcohol, en las drogas, en los juegos de azar, en el poder del dinero, en la sexualidad sin reglas . Pero así, se decepcionan todavía más y a veces descargan su ira hacia la vida con comportamientos violentos e indignos del hombre ... Nosotros que hemos descubierto la alegría de tener a Dios como Padre y de su amor por nosotros, ¿podemos permanecer de brazos cruzados delante de estos hermanos nuestros sin anunciarles el Evangelio? Nosotros, que hemos encontrado en Jesucristo, muerto y resucitado el sentido de la vida, ¿podemos ser indiferentes a esta ciudad que nos pide, quizá inconscientemente, una esperanza? .... ¡Somos cristianos, somos discípulos de Jesús no para encerrarnos en nosotros mismos, sino para estar abiertos a los demás, para ayudarles, para llevarlos a Cristo y custodiar a cada criatura!».
«San Pablo es consciente de que Jesús - como bien indica su nombre - es el Salvador de toda la humanidad, no sólo de los hombres de una determinada época o área geográfica. El Evangelio es para todos, porque Dios ama a todos y quiere salvar a todos .. El anuncio del Evangelio está destinado en primer lugar a los pobres, a los que a menudo carecen de lo necesario para llevar una vida decente: ellos son los primeros en recibir el mensaje gozoso de que Dios los ama con predilección y viene a visitarlos a través de las obras de caridad que los discípulos de Cristo llevan a cabo en su nombre. Otros piensan que el mensaje de Jesús es para aquellos que carecen de preparación cultural y que, por eso, encuentran en la fe la respuesta a las tantas preguntas de sus corazones. En cambio, el apóstol afirma con fuerza que el evangelio es para todos, también para los doctos: La sabiduría que proviene de la revelación no se opone a la humana, al contrario, la purifica y la eleva. La Iglesia siempre ha estado presente en los lugares donde se elabora la cultura».
El Papa ha improvisado : «El Evangelio es para todos. Este ir hacia los pobres no significa que debamos convertirnos en pauperistas o en una especie de vagabundos espirituales. No, no es esto. Significa que tenemos que ir hacia la carne de Jesús que sufre, pero la carne de Jesús que sufre es también la de aquellos que no lo conocen con sus estudios, con su inteligencia o su cultura. Tenemos que ir allí. Por eso me gusta usar la frase «ir hacia las periferias», las periferias existenciales. Todas, las de la pobreza física y real y las de la pobreza intelectual que también es real. Todas... Y allí sembrar la semilla del Evangelio, con la palabra y el testimonio».
«Y esto significa que tenemos que tener valor...Quiero deciros algo: En el Evangelio es bello el texto que habla del pastor que, cuando vuelve al redil, se da cuenta de que le falta una oveja; deja las noventa y nueve y va a buscarla. Va a buscar una. Pero... nosotros tenemos una ¡nos faltan las noventa y nueve! Tenemos que salir, tenemos que ir a buscarlas. En esta cultura, digamos la verdad, tenemos solo una, somos minoría. Y ¿no sentimos el fervor, el celo apostólico de salir y buscar a las otras noventa y nueve? Esta es una gran responsabilidad y tenemos que pedir al Señor la gracia de la generosidad y el valor de la paciencia para salir y anunciar el Evangelio».
«Sostenidos por esta certeza, que viene de la Revelación, tengamos el valor, la audacia de salir de nosotros mismos, de nuestra comunidad para ir allí donde los hombres y las mujeres viven, trabajan y sufren y anunciarles la misericordia del Padre que se dio a conocer a los hombres en Jesús de Nazaret... Recordemos siempre, sin embargo, que el Adversario quiere mantener a los hombres separados de Dios y para ello infunde en los corazones la decepción cuando no vemos inmediatamente recompensado nuestro compromiso apostólico. El demonio lanza todos los días en nuestros corazones la semilla del pesimismo y la amargura ... Abrámonos entonces al soplo el Espíritu Santo que no deja de esparcir semillas de esperanza y confianza. No olvidemos que Dios es el más fuerte y que si le dejamos entrar en nuestra vida nada ni nadie puede oponerse a su acción. Por lo tanto, no nos dejemos vencer por el desaliento ni por las dificultades que encontramos cuando hablamos de Jesús y el Evangelio. ¡No pensemos que la fe en nuestra ciudad no tiene futuro!»
«San Pablo añade: `No me avergüenzo del evangelio´. Para él, el Evangelio es el anuncio de la muerte de Jesús en la cruz ... La Cruz nos recuerda con fuerza que somos pecadores, pero, sobre todo, que somos amados, que a Dios le importamos tanto que para salvarnos no ha dudado en sacrificar a Jesús, a su Hijo. El único orgullo del cristiano es el de sentirse amado por Dios ... Todo hombre necesita sentirse amado tal y como es, porque sólo esto hace la vida bella y digna de ser vivida. En nuestra época, en que la gratuidad parece debilitarse en las relaciones personales, nosotros, los cristianos, proclamamos a un Dios que para ser nuestro amigo no pide nada, sólo ser acogido. Pensemos en aquellos que viven en la desesperación porque nunca han conocido a alguien que les haya demostrado su atención, los haya consolado o hecho sentirse valiosos e importantes. Nosotros, los discípulos del Crucificado, ¿podemos negarnos a ir a los lugares donde nadie quiere ir por temor a comprometerse o por el juicio de los demás, y así negar a nuestros hermanos el anuncio de la misericordia de Dios?».
Nuevamente improvisando ha agregado: «!La gratuidad! Hemos recibido esta gratuidad, esta gracia gratuitamente y gratuitamente tenemos que darla. Esto es lo que quiero deciros al final... No tengáis miedo del amor, del amor de Dios, nuestro Padre.. No tengáis miedo de recibir la gracia de Jesucristo, no tengáis miedo de nuestra libertad, que procede de la gracia de Jesucristo o, como decía San Pablo: «No estáis ya bajo la ley, sino bajo la Gracia». No tengáis miedo de la gracia, de salir de nosotros mismos... para ir a buscar a los noventa y nueve que no están en casa. E ir a dialogar con ellos y decirles que pensamos, ir y mostrarles nuestro amor que es el amor de Dios.»