Macondo, esa aldea primitiva que describe Gabriel García Márquez en su célebre novela Cien años de soledad, se ha convertido con el devenir de los años en un concepto que define un mundo mágico, surrealista, donde todo puede ocurrir, por insólito que parezca, incluso a la vista de todos. Por eso es perfectamente aplicable a la comunicación dominicana, la radio, la televisión, la prensa escrita.
La cultura de la dádiva, concebida en el imperio para mantener sobornado a los países pobres, fue asumida por los propios gobiernos, conservadores y liberales, como estrategia para sostenerse en el poder.
Esta a su vez se trasladó a los medios de comunicación, donde locutores, productores de televisión y presentadores se convirtieron en verdaderos fenómenos de popularidad gracias a que a través de sus programas daban solución a problemas de su público, desde menudos de alimentación (Jack Veneno y su salami) hasta situaciones de salud de suma delicadeza.
Unos con más formalidad que otros se convirtieron en la panacea de innumerables familias que procuraban acercasen a ellos como una manera de procurar tocar algo en medio de la repartidera. Quizás por eso se fue alimentando en el dominicano la cultura de la dádiva, del pedir, del creer que todo aquel que está por encima está casi en la obligación de repartir.
Muchos cuestionaban esta forma a veces indignante de los productores y presentadores de televisión pues en ocasiones el público se veía obligado a hacer estupideces en medio de las calles para ser merecedor de algo tan insignificante como un plato de comida o una plancha.
No pretendemos desmeritar la gran labor social que hicieron personas como Freddy Beras Goico o Rafael Corporán de los Santos, quienes incluso establecieron fundaciones y sus programas eran verdaderas instituciones de socorro para los más necesitados. Nuestro enfoque va dirigido en el sentido de que a pesar de las buenas intenciones que podían tener, cierto que alimentaba, de manera peligrosa la cultura del “dao” que tanto afecta, sobre todo cuando se queda en la dádiva sin ofrecer una solución definitiva.
En ese Macondo en que ha devenido la comunicación dominicana no sorprende que el más popular comentarista de radio, un hombre de grandes luces, con una inteligencia y una memoria fuera de lo común, a quien con cierto eufemismo llaman la enciclopedia humana, sea un deslenguado, un descarado e irreverente, irrespetuoso con el público que se toma el tiempo de escuchar su programa y sobre todo de llamar para intervenir con el derecho que las leyes y el propio espacio le dan.
Le llama pelafustán, entre otras delicias, de manera burda a todo aquel que intenta rebatir sus argumentos, o simplemente pretende aportar una idea contraria a sus intereses. Entiendo cuando siempre que se debate el tema de las palabras soeces en los medios y se enfrenta o se cuestiona el mal uso de estos llegue siempre su nombre a la conversación, sobre todo con el argumento de no saber cómo las autoridades no le han enfrentado con el rigor que se merece.
En esa categoría de personajes salidos de ese realismo mágico nos encontramos con jóvenes cuyo único atributo es su belleza física, mega divas le decían alguna vez, y todavía hoy recurren a ese manido recurso para hablar de lo que justifica su presencia en los medios, generalmente de poca formación, y con poca capacidad para asimilar la popularidad y la atención que se gana con el oficio, por lo que pierden la compostura y como el caso de una joven, sin trabajo fijo en programa alguno, se mantiene sonando gracias a sus tristes escándalos.
Sobre el tema seguiremos la próxima semana.