El pontífice argentino recordó las palabras de san
Francisco, que pedía a los sacerdotes predicar el evangelio, y si fuera
necesario también con la palabra, refiriéndose a la importancia de
predicar sobre todo con la vida, con el testimonio.
Francisco se refirió a aquellos que predican la fe
también con su "pequeño y humilde testimonio", aquellos que viven "con
sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de
trabajo, de amistad".
"Hay santos del cada día", los santos «ocultos»,
una especie de «clase media de la santidad, de la que todos podemos
formar parte", agregó.
También recordó, como hizo durante el rezo del
Regina Coeli de la mañana en San Pedro, hablando de los católicos
perseguidos, "que en diversas partes del mundo hay también quien sufre,
como Pedro y los Apóstoles, y entrega la propia vida por permanecer fiel
a Cristo, con un testimonio marcado con el precio de su sangre".
En otro de los pasajes de su homilía, el pontífice
explicó que "adorar al señor quiere decir darle a él el lugar que le
corresponde", "creer - pero no simplemente de palabra - que únicamente
él guía verdaderamente nuestra vida" y "que estamos convencidos ante él
de que es el único dios".
Ante ello, invitó a los fieles a despojarse "de
tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos, y en los cuales nos
refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos nuestra
seguridad".
"Son ídolos que a menudo mantenemos bien
escondidos; pueden ser la ambición, el gusto del éxito, el poner en el
centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la
pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que
estamos apegados y muchos otros", añadió.
Antes de la misa, Francisco, el primer papa
jesuita, se retiró unos minutos a orar donde los católicos dicen que se
encuentra el sepulcro de san Pablo, bajo el altar mayor. EFE