El matrimonio que soñó no duró para siempre. El hombre que creyó conocer
desde su adolescencia no era quien creía. La violencia envolvió su vida.
“Vivía en un sueño hasta que desperté”, dijo Virginia Durán, una de las
tantas mujeres que llega al Centro de Atención de Sobrevivientes de Violencia en
busca de ayuda para protegerse de los maltratos que sufren de sus esposos.
Esta dama se siente hoy libre y sana de todo el sufrimiento que padeció con
su ex esposo, un adicto a la cocaína con quien vivió 23 años de matrimonio, y
nunca se enteró de esto.
Aunque la violencia física está entre las más comunes, al momento de hacer
una denuncia, Virginia sufrió maltrato psicológico y económico.
¿Maltrato económico? Sí, así lo aseguró. “No me agredió físicamente; solo
psicológica y económicamente, porque él gastaba todo el dinero en el vicio y yo
tenía que hacerme cargo de los gastos”, agrega.
Virginia dijo que su ex esposo, Ramón Sharba, cada vez que llegaba sin dinero
a la casa decía que lo habían atracado o que se había perdido el dinero, todo
para poder consumir la droga que rompió su matrimonio.
“Él era muy hábil para ocultar sus cosas, hasta que no pudimos más; la
situación se fue poniendo insoportable”, dijo, en un recuerdo amargo de su
situación.
Sharba le confesó que consumía cocaína y ella cuenta que luchó e hizo lo
posible para que él se rehabilitara, por sus hijos y por los años de
matrimonio.
Dijo que su ex marido, al ver su determinación de pedirle el divorcio y tener
más de un año sin convivir como pareja, aún viviendo bajo el mismo techo, fue a
la iglesia Las Mercedes y buscó al párroco para que mediara entre ellos,
alegando que ella lo dejaba porque el consumía alcohol.
Narró que él insistió en que fuera a ver al padre y que al explicarle la
situación el sacerdote hizo una carta para enviarlo a un centro de
rehabilitación en San Cristóbal, pero este nunca se presentó.
“Yo me comprometí y le di mi apoyo. Él tenía que estar a las ocho de la
mañana en el lugar y nunca se presentó”, expresó. En ese momento sintió rabia,
impotencia y dolor.
Recogió todas sus ropas y él tomó una percha y se la aventó. Al ver su
reacción, fue a la fiscalía, puso la denuncia y luego la refirieron al
centro.
Una familia infeliz
Llegó cabizbaja, llena de dolor y angustiada.
Su mayor preocupación fue siempre sus tres hijos, de entre los cuales, el varón,
de 26 años, se fue a vivir con su padre y posee el mismo carácter y patrón de
conducta.
“Yo lo traje al centro y la psicóloga me dijo que él es alcohólico seco, es
decir, personas con la misma personalidad de una alcohólica, pero sin tomar
alcohol.
Como si fuera farmacodependiente pero sin tomarlo”, dijo, asegurando que le
causa dolor ver a su hijo con una conducta parecida a la del padre.
Aunque asegura que Sharba no fue un mal padre, está consciente de que sus
hijos sufrieron y pasaron muchas dificultades y escaseces.
“El que nos veía pensaba que éramos una fami- lia feliz. Eso no se ve en la
cara; él supo esconder su vicio”, declaró, mientras hacía esfuerzos por contener
las lágrimas.
Dijo que él era muy cariñoso con sus hijos y que al pensar en el divorcio su
familia le decía que tuviera cuidado porque la separación podría afectar a sus
vástagos.
Esto ocurrió en el año 2008. Su ex esposo tenía una orden de alejamiento,
pero este insistía en ella salir de la vivienda y, por falta de recursos, no
sabía a dónde ir.
“Una carga para una madre sola es duro”, expresó.
Dijo que sentía que era parte de él, porque había compartido toda una vida a
su lado, pero había momentos cuando sentía mucho miedo y dormía con un tubo
debajo de su almohada, porque él no se quería ir.
“Primero lo saqué de mi cama, mojaba la cama para que él no se acostara
cuando llegaba borracho. Eran momentos duros”, recordó.
El miedo que sintió no la dejaba dormir ni andar por las calles o estar
dentro de su lugar de trabajo en paz, pues su ex pareja durante 23 años la
acosaba y turbaba diciéndole que no se iría de su vida y le haría escándalos
donde quiera la encontrara.
El rechazo
Comentó con tristeza que luego de ver la realidad,
comenzó a sentir el rechazo de los demás y de aquellos que creyó eran sus
amigos.
Sus vecinos ya no le hablaban y sus amigos no la frecuentaban como antes.
Dijo que de sus tres hermanos solo uno le brindó ayuda cuando la buscó con
desesperación.
Contó que emprenderían un negocio juntos, un plan que no pudo
materializarse.
Luchó por contener sus lágrimas al recordar el dolor, la soledad y al hombre
que conoció a sus 16 años y con quien tuvo tres hijos.
Dijo que sus hijos, al comentarles del divorcio, le expresaron que mucho
tiempo había aguantado y que estaban de acuerdo con que se divorciara.
“Muchos padres creen que sus hijos no se dan cuenta de las cosas, pero a
veces saben hasta más que tú”, dijo.
Dejó atrás la mochila
“Llegué aquí con mucho dolor (refiriéndose al
Centro de Atención a Sobrevivientes de Violencia, de la Fiscalía del Distrito
Nacional), pero ya estoy sana, no soy la que llegó cabizbaja y triste. Me siento
liberada”.
Dijo que “la mochila” la dejó atrás y que está enfocada en sus hijas, de 18 y
19 años de edad, estudiantes de economía y lenguas modernas.
Considera que no tiene un plan de vida, porque como madre siempre tiene en
prioridad dedicar su tiempo a la familia.
“Eso es otra cosa (dice entre risas); aquí nos ayudan a tener un plan de
vida, nos olvidamos de vivir”.
Dice que piensa en recurrir a su antigua pasión por la cocina y vender
bizcochos y dulces, un negocio que realizaba hace varios años y del cual le iba
bien.
No esclava de violencia
Virginia continúa visitando el centro
donde se siente en familia y se le ayuda a crecer y superarse. Advierte que su
libertad no está en negocio y que no está dispuesta a sentirse esclava de la
violencia.
Recomendó a las mujeres que han sido víctimas de la violencia, igual que
ella, a pensar en que solas no se puede salir de ese círculo de dolor.
“Sola no se sale de esto; todavía estaría yo envuelta en ese mundo, hay que
buscar ayuda. Muchas familias, sin darse cuenta, están sufriendo de violencia”,
expresó.
NO PUEDES SIN AYUDA:
Virginia no creció junto a su padre, pero
éste ha sido quien le ha brindado ayuda desde que se divorció de su ex
esposo.
Ante una situación económica desesperante y no tener hacia donde ir, porque
en la casa que vivía era rentada, su padre Daniel Durán le compró un apartamento
donde vive hoy con sus hijas.
Dice que está consciente de que su progenitor se siente responsable y
culpable por su ausencia, pero que sin su ayuda no sabe cuál habría sido su
suerte. Dijo que mientras sus hermanos y amigos se alejaban, ella se refugió en
Dios, quien le dio la fuerza necesaria para seguir hacia adelante. Su madre
murió hace varios años.
Lamenta que muchas mujeres, en situaciones similares a la suya, no cuenten
con una respuesta rápida. Asegura que más que un problema, es similar a una
enfermedad que necesita de intervención eficaz y definitiva de las
autoridades.
Muchas mujeres no saben reconocer cuando están siendo víctimas de violencia,
situación que puede convertirse en un riesgo para toda la familia.
Otro agravante es que no saben dónde denunciar si están siendo víctimas de
violencia o dónde acudir a recibir apoyo emocional y psicológico.
La violencia física, psicológica y económica causan daños de identidad y
emocional a quienes la sufren.
Para comunicarse al Centro de Atención a Sobrevivientes de Violencia, de la
Fiscalía del Distrito Nacional, se debe llamar al 809-221-7779 Otra institución
donde pueden comunicarse es la Unidad de Prevención y Persecución de la
Violencia de Género, Intrafamiliar y Sexual, al 809- 200-1202.