(Faro de Vigo) –La noticia de la renuncia de Su Santidad, ¿le sorprendió?
–Claro, como a todos, pero luego me di cuenta de que había signos que uno habría podido interpretar de que el Papa podía haber estado meditándolo. Cuando se entronizó habló de que los buenos pastores tienen que estar al servicio del hombre, dar todo de sí, y cuando no se hallen en condiciones de servirlo, renunciar. No creo que haya sido una decisión tomada del día a la mañana, sino que la ha ido madurando con tiempo y otros signos lo demuestran, como el haber ordenado el acondicionamiento de un convento de clausura o el haber nombrado camarlengo de la Iglesia al cardenal Bertone, lo que muestra que quería una persona muy cercana en ese puesto que orientara el próximo cónclave.
–Como gentilhombre del Papa, ¿cómo recibe la renuncia?
–Con tristeza, pero también con alegría. Juan Pablo II en sus últimos años recibía continuas llamadas para que abdicara porque decían que su salud no era buena. El cardenal Ratzinger fue testigo y debió de pensar que no quería recibir las mismas llamadas.
–Si en estos momentos ocupase el cargo de embajador en el Vaticano, ¿se sobresaltaría?
–No. Mientras estuve allí, entre 1997 y 2004, la salud de Juan Pablo II se iba deteriorando y todos los días existía el temor a una trágica muerte, pero todo seguía funcionando.
–¿Cómo fue su experiencia, su trato, con Benedicto XVI?
–Conversé con él en varias ocasiones. La primera vez, cuando hice las visitas de cortesía a los cardenales. Entonces era prefecto para la Doctrina de la Fe. Lo encontré muy afable, muy correcto, muy culto y con gran interés por España. Conocía muy bien el país porque me preguntó cómo funcionaban las autonomías con preocupación. Fíjese qué premonición, con cierta preocupación hablaba de las autonomías fuertes, las históricas, y las débiles, que habían sido hechas constitucionalmente, y se preocupaba por que esas autonomías fuertes no desgastaran o dividieran la unidad de España. Y eso ya me lo dijo en 1998.
–No fue su único encuentro...
–Hubo varios. Tuve otra conversación cuando Juan Pablo II realizó una cadena de peticiones de perdón, y una de ellas fue por la Inquisición de la Iglesia. Muchos artículos pusieron en su mira sobre todo la Inquisición española, cuando existió en todos los países. Entonces me fui a ver al cardenal Ratzinger y me dijo que eso le preocupaba. «Tiene razón en que se está focalizando sobre España y no sobre la Inquisición en general como un error de la Iglesia en aquel tiempo», me dijo, y me indicó que fuera a hablar de su parte con el confesor del papa para decirle que debía haber algún consultor español en las comisiones que fueran a hacer esto. Seguí sus instrucciones y conseguimos que aquel perdón no enfocara directamente sobre España. Y hubo más charlas en las que vi a un hombre muy enterado, muy discreto, muy tímido, pero con un gran conocimiento y un gran sentir. Por eso creo que esta decisión la ha tomado tras un tiempo de meditación. No creo que haya sido una reacción inmediata por una enfermedad súbita o un malestar pasajero, sino que ha sido una meditación llevada por la oración y por su necesidad de seguir sirviendo a la Iglesia de la mejor forma. Y la mejor forma, ejemplar, era, de no encontrarse apto, renunciar.
–El anterior Papa, dice, era «universal». ¿Qué resaltaría del papado de Benedicto XVI?
–Creo que se recordará no solo por sus ocho años de papado, donde ha hecho algo verdaderamente importante que es la aproximación grande entre la ciencia y la fe, sino también por esa determinación de decir que la caridad es el amor y Cristo, el amor de todos, la caridad total. Ahora, con este gesto, que es nuevo en la Iglesia, porque renuncia de una forma desprendida, sin motivación políticas, sin otra razón que servir a Cristo y a la Iglesia, va a servir de ejemplo, y no solo para muchos servidores de la Iglesia, sino también para mucha gente civil.
–¿Cree que los católicos entenderán esta renuncia?
–Creo que se darán cuenta de la importancia del papado, del peso enorme, que agota a una persona; que hacen falta unas especiales condiciones físicas y mentales para llevarlo a cabo. Y que cuando elegimos un papa, le damos un gran poder, pero también una gran responsabilidad. y que esos cargos cuentan con personalidades tan inmensas como la de Benedicto XVI que, cuando se da cuenta de que no está en condiciones físicas de poder cumplir, renuncia para que haya otro en condiciones mejores que pueda sustituirlo.
–¿Se atreve a hacer pronósticos sobre quién le sucederá?
–En Italia se habla mucho de dos o tres personas, entre ellas el arzobispo de Milán, y creo que ha llegado un poco el momento de tener un papa americano porque hoy la mayor parte de la Iglesia católica reza y habla a Cristo en español. Igual que tuvimos un papa polaco, creo que ha llegado el momento también, si lo inspira así el Espíritu Santo, de tener un Papa iberoamericano.
–Claro, como a todos, pero luego me di cuenta de que había signos que uno habría podido interpretar de que el Papa podía haber estado meditándolo. Cuando se entronizó habló de que los buenos pastores tienen que estar al servicio del hombre, dar todo de sí, y cuando no se hallen en condiciones de servirlo, renunciar. No creo que haya sido una decisión tomada del día a la mañana, sino que la ha ido madurando con tiempo y otros signos lo demuestran, como el haber ordenado el acondicionamiento de un convento de clausura o el haber nombrado camarlengo de la Iglesia al cardenal Bertone, lo que muestra que quería una persona muy cercana en ese puesto que orientara el próximo cónclave.
–Como gentilhombre del Papa, ¿cómo recibe la renuncia?
–Con tristeza, pero también con alegría. Juan Pablo II en sus últimos años recibía continuas llamadas para que abdicara porque decían que su salud no era buena. El cardenal Ratzinger fue testigo y debió de pensar que no quería recibir las mismas llamadas.
–Si en estos momentos ocupase el cargo de embajador en el Vaticano, ¿se sobresaltaría?
–No. Mientras estuve allí, entre 1997 y 2004, la salud de Juan Pablo II se iba deteriorando y todos los días existía el temor a una trágica muerte, pero todo seguía funcionando.
–¿Cómo fue su experiencia, su trato, con Benedicto XVI?
–Conversé con él en varias ocasiones. La primera vez, cuando hice las visitas de cortesía a los cardenales. Entonces era prefecto para la Doctrina de la Fe. Lo encontré muy afable, muy correcto, muy culto y con gran interés por España. Conocía muy bien el país porque me preguntó cómo funcionaban las autonomías con preocupación. Fíjese qué premonición, con cierta preocupación hablaba de las autonomías fuertes, las históricas, y las débiles, que habían sido hechas constitucionalmente, y se preocupaba por que esas autonomías fuertes no desgastaran o dividieran la unidad de España. Y eso ya me lo dijo en 1998.
–No fue su único encuentro...
–Hubo varios. Tuve otra conversación cuando Juan Pablo II realizó una cadena de peticiones de perdón, y una de ellas fue por la Inquisición de la Iglesia. Muchos artículos pusieron en su mira sobre todo la Inquisición española, cuando existió en todos los países. Entonces me fui a ver al cardenal Ratzinger y me dijo que eso le preocupaba. «Tiene razón en que se está focalizando sobre España y no sobre la Inquisición en general como un error de la Iglesia en aquel tiempo», me dijo, y me indicó que fuera a hablar de su parte con el confesor del papa para decirle que debía haber algún consultor español en las comisiones que fueran a hacer esto. Seguí sus instrucciones y conseguimos que aquel perdón no enfocara directamente sobre España. Y hubo más charlas en las que vi a un hombre muy enterado, muy discreto, muy tímido, pero con un gran conocimiento y un gran sentir. Por eso creo que esta decisión la ha tomado tras un tiempo de meditación. No creo que haya sido una reacción inmediata por una enfermedad súbita o un malestar pasajero, sino que ha sido una meditación llevada por la oración y por su necesidad de seguir sirviendo a la Iglesia de la mejor forma. Y la mejor forma, ejemplar, era, de no encontrarse apto, renunciar.
–El anterior Papa, dice, era «universal». ¿Qué resaltaría del papado de Benedicto XVI?
–Creo que se recordará no solo por sus ocho años de papado, donde ha hecho algo verdaderamente importante que es la aproximación grande entre la ciencia y la fe, sino también por esa determinación de decir que la caridad es el amor y Cristo, el amor de todos, la caridad total. Ahora, con este gesto, que es nuevo en la Iglesia, porque renuncia de una forma desprendida, sin motivación políticas, sin otra razón que servir a Cristo y a la Iglesia, va a servir de ejemplo, y no solo para muchos servidores de la Iglesia, sino también para mucha gente civil.
–¿Cree que los católicos entenderán esta renuncia?
–Creo que se darán cuenta de la importancia del papado, del peso enorme, que agota a una persona; que hacen falta unas especiales condiciones físicas y mentales para llevarlo a cabo. Y que cuando elegimos un papa, le damos un gran poder, pero también una gran responsabilidad. y que esos cargos cuentan con personalidades tan inmensas como la de Benedicto XVI que, cuando se da cuenta de que no está en condiciones físicas de poder cumplir, renuncia para que haya otro en condiciones mejores que pueda sustituirlo.
–¿Se atreve a hacer pronósticos sobre quién le sucederá?
–En Italia se habla mucho de dos o tres personas, entre ellas el arzobispo de Milán, y creo que ha llegado un poco el momento de tener un papa americano porque hoy la mayor parte de la Iglesia católica reza y habla a Cristo en español. Igual que tuvimos un papa polaco, creo que ha llegado el momento también, si lo inspira así el Espíritu Santo, de tener un Papa iberoamericano.