Cuando las cosas no salen como nosotros esperamos, generalmente el
primer pensamiento es: “Ya Dios me olvidó, no le importo, nunca le he
importado; bueno… si Él cree que eso es lo que yo merezco…” Y es así
como vamos acumulando una serie de resentimientos, angustias y dolores,
apartándonos más y más de la gracia de Dios, que es donde realmente
encontramos la paz, la alegría y la fortaleza para continuar por el
largo camino de la vida, que con el correr del tiempo se hace cada vez
más difícil.
Nuestra naturaleza humana nos hace desear siempre lo
mejor: vivir sin problemas, sin dolores, sin tristezas, donde todo sea
alegría; que nuestros hijos sean obedientes, exitosos, responsables, que
nos sintamos orgullosos de ellos.
Sin embargo, son muchas
las veces que nos sentimos acorralados, sin ver el camino hacia la luz,
y las tormentas de la vida con sus nubarrones oscuros nos arropan,
sintiendo que no podemos respirar; nos ahogamos en el mar de nuestras
propias lágrimas y las frustraciones nos vencen, nos derrotan, hasta
llegar a desear no vivir.
Ahora bien, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué esta soledad?
Lo
que pasa es que dudamos del amor de Dios, de su inmensa bondad, de su
misericordia, y olvidamos que tanto nos amó que envió a su único Hijo
para que diera la vida por nosotros. Mientras estamos felices,
acumulando bienes materiales, disfrutando de viajes, fiestas y cuantas
cosas nos ofrece el mundo, nos olvidamos inclusive de darle tiempo a
los hijos para saber qué sienten, qué piensan o qué esperan. Entonces,
cuando las cosas no funcionan como nosotros quisiéramos, es muy fácil
decir “Dios ya me olvidó, no le importo”. Pero, ¿es que acaso tú lo
recordaste en tus momentos felices?
Si en la euforia y la
placidez no lo recordaste, no tiene importancia, porque Él de todas
maneras siempre estuvo ahí. Gracias a Su presencia fuiste feliz, aún
cuando en tu algarabía no lo sintieras. Con toda seguridad Él rió
contigo y bailó contigo, ya que en esos momentos, al igual que en los
tiempos difíciles, en las tristezas, enfermedades y frustraciones, Dios
siempre ha estado y siempre estará con nosotros. Muchas veces la
soledad también es necesaria para poder encontrarlo y saborear su
presencia.
Cuántas veces vemos personas felices y nos llama
la atención tanta felicidad, porque sabemos que están llenas de
problemas, pero siempre tienen una sonrisa, una palabra amable o de
consuelo para el que la necesita! La respuesta es sencilla: son
personas que viven en el amor de Dios, en continua comunión con Él,
depositando su confianza, sus planes, toda su vida en las manos
poderosas y protectoras del Padre, seguras de ser conducidas a través de
la luz y la esperanza a una vida nueva.
No importa si en
algún momento tú pierdes la seguridad, la comodidad o el lugar donde te
sentías acogido y necesario, para tener que adaptarte a otro donde te
sientes frágil, desanimado y fuera de lugar. Recuerda siempre que el
Señor tiene Sus caminos para lograr Sus propósitos. Confía, abandónate,
cree firmemente en Dios, pues Él tiene en Sus manos tu vida y quiere lo
mejor para ti.
Sé como esas personas que viven alegres,
dando a los demás el amor que necesitan. Sé compasivo y misericordioso
al igual que nuestro Señor. Nunca te apartes del amor de Dios, no dudes
de Su amor.
Él siempre está ahí…esperando por ti.
Bendiciones y paz.
Rafaela Vargas de Pacheco.