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sábado, 19 de enero de 2013

Las veces que dudamos del amor de Dios

Cuando las cosas no salen como nosotros esperamos, generalmente el primer pensamiento es: “Ya Dios me olvidó, no le importo, nunca le he importado; bueno… si Él cree que eso es lo que yo merezco…” Y es así como vamos acumulando una serie de resentimientos, angustias y dolores, apartándonos más y más de la gracia de Dios, que es donde realmente encontramos la paz, la alegría y la fortaleza para continuar por el largo camino de la vida, que con el correr del tiempo se hace cada vez más difícil.
Nuestra naturaleza humana nos hace desear siempre lo mejor: vivir sin problemas, sin dolores, sin tristezas, donde todo sea alegría; que nuestros hijos sean obedientes, exitosos, responsables, que nos sintamos orgullosos de ellos.
   
Sin embargo, son muchas las veces que nos sentimos acorralados,  sin ver el camino hacia la luz, y las tormentas de la vida con sus nubarrones oscuros nos arropan, sintiendo que no podemos respirar; nos ahogamos en el mar de nuestras propias lágrimas y las frustraciones nos vencen, nos derrotan, hasta llegar a desear no vivir.
Ahora bien, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué esta soledad?
   
Lo que pasa es que dudamos del amor de Dios, de su inmensa bondad, de su misericordia, y olvidamos que tanto nos amó que envió a su único Hijo para que diera la vida por nosotros. Mientras estamos felices, acumulando bienes materiales, disfrutando de viajes, fiestas y cuantas cosas nos ofrece el mundo, nos olvidamos inclusive de darle  tiempo a los hijos para saber qué sienten, qué piensan o qué esperan. Entonces, cuando las cosas no funcionan como nosotros quisiéramos, es muy fácil decir “Dios ya me olvidó, no le importo”. Pero, ¿es que acaso tú lo recordaste en tus  momentos felices?
   
Si  en la euforia y la placidez no lo recordaste, no tiene importancia, porque Él de todas maneras siempre estuvo ahí. Gracias a Su presencia fuiste feliz, aún cuando en tu algarabía no lo sintieras. Con toda seguridad Él rió contigo y bailó contigo, ya que en esos momentos, al igual que en los tiempos difíciles, en las tristezas, enfermedades y frustraciones,  Dios siempre ha estado y siempre estará con nosotros. Muchas veces la soledad también es necesaria para poder encontrarlo y saborear su presencia. 
   
Cuántas veces vemos personas felices y nos llama la atención tanta felicidad, porque sabemos que están llenas de problemas, pero siempre tienen una sonrisa, una palabra amable o de consuelo para el que la necesita!  La respuesta es sencilla: son personas que viven en el amor de Dios, en continua comunión con Él, depositando su confianza, sus planes, toda su vida en las manos poderosas y protectoras del Padre, seguras de ser conducidas a través de la luz y la esperanza a una vida nueva.
  
 No importa si en algún momento tú pierdes la seguridad, la comodidad o el lugar donde te sentías acogido y necesario, para tener que adaptarte a otro donde te sientes frágil, desanimado y fuera de lugar. Recuerda siempre que el Señor tiene Sus caminos para lograr  Sus propósitos. Confía, abandónate, cree firmemente en Dios, pues Él tiene en Sus manos tu vida y quiere lo mejor para ti.
   
Sé como esas personas que viven alegres, dando a los demás el amor que necesitan. Sé compasivo y misericordioso al igual que nuestro Señor. Nunca te apartes del amor de Dios, no dudes de Su amor.
   
Él siempre está ahí…esperando por ti.
Bendiciones y paz.

 Rafaela Vargas de Pacheco.