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domingo, 20 de enero de 2013

La virginidad cristiana, vocación al amor

Pedro Trevijano Etcheverria

 
 
La virginidad, realización de la sublimación hacia la que debe tender todo amor humano, es expresión de un modo de amar, como todo lo que se vive «en el espíritu», y por ello debe ser vivida con alegría porque es la condición más feliz para un cristiano (1 Cor 7,40).
 
La virginidad cristiana es vocación al amor: hace que el corazón esté más libre para amar a Dios y realizar así mejor el servicio a su Reino. La razón de esta virginidad es un motivo esencialmente cristiano: por el reino de los cielos. «La búsqueda de Dios, una vida de comunión y el servicio a los demás son las tres características principales de la vida consagrada» (Exhortación de Juan Pablo II, Ecclesia in Asia 44). Su razón es esencialmente teocéntrica. Se basa, por tanto, en la fe y presupone una llamada de Dios. Dios irrumpe en nuestra vida con su amor y cambia nuestros planes, haciéndonos sus testigos ante el mundo. «Tú, sígueme» (Jn 21,22), nos dice Jesús. La reacción ante esta llamada está expresada en Jer 20,7: «Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir». Supone una invitación divina y la aceptación de la plena entrega para toda la vida que exige esa petición, que también se apoya en la gracia de Dios. En las personas consagradas resplandece de manera singular la naturaleza de la vocación cristiana y la aspiración esponsal de la Iglesia hacia la unión con Jesucristo. Iluminada por la fe en el Señor resucitado «la persona consagrada se siente capaz de un amor radical y universal, que le da la fuerza del autodominio y de la disciplina necesarios para no caer en la esclavitud de los sentidos y de los instintos. La castidad consagrada aparece de este modo como una experiencia de alegría y libertad» (Exhortación de Juan Pablo II, Vita consecrata 88). Sólo si uno la vive y acepta como un don divino, puede sentir su fascinación.
Fuera de este contexto de amor y enamoramiento hacia Dios basado en la fe y en la oración, no tiene sentido. El sacerdote y la persona consagrada deben ser personas de oración, maduros en su elección de vida por Dios, que saben que sólo en la fe se puede vivir la castidad consagrada y que se apoyan en los medios de perseverancia, como el sacramento de la confesión, la devoción a la Santísima Virgen, la mortificación, la entrega apasionada a su misión pastoral y eclesial, la alegría y el sentido del humor. El Espíritu llama a las personas consagradas a una constante conversión para vivir su vocación. La virginidad ejerce más inmediata y totalmente que el matrimonio el amor hacia Cristo. De por sí significa amor, entrega y seguimiento de Cristo e incluso es una cierta anticipación del estado escatológico según Mt 22,30, por lo que es signo de una esperanza puesta totalmente en el Señor y manifiesta que todo amor personal humano, debe ser al menos mediatamente, amor hacia Cristo.
Quienes así eligen están llamados y deben ejercer un mayor amor para que su estado sea signo verdadero y no mentiroso, como sucede en quienes viven mediocremente su vida consagrada. El sentido de la pureza y de la virginidad es crecer en el amor, para así colaborar con Dios en la evolución y desarrollo del mundo y alcanzar la propia plenitud. La virginidad, realización de la sublimación hacia la que debe tender todo amor humano, es expresión de un modo de amar, como todo lo que se vive «en el espíritu», y por ello debe ser vivida con alegría porque es la condición más feliz para un cristiano (1 Cor 7,40), tanto más cuanto que entre los frutos del Espíritu están la fe, el amor, la alegría y la paz (Gál 5,22). Es, ciertamente, una manera muy válida de realizar la propia personalidad, nuestra sexualidad y afectividad, como lo muestran tantos grandes hombres y mujeres que han vivido la virginidad consagrada y han tenido o tienen una vida muy fecunda, pues los consejos evangélicos son un camino totalmente adecuado para la plena realización personal.
Las personas que escogen la virginidad y la vida consagrada ofrecen su vida y quieren hacer presente a Cristo al transmitir esperanza en un mundo en el que los religiosos y religiosas o se dedican fundamentalmente a la oración o trabajan arduamente en las actividades sociales de todo tipo, como la cultura, la enseñanza, la promoción de la mujer, la ayuda a los enfermos y marginados, pero tanto unos como otros viven las virtudes teologales y ponen siempre a Dios y a los hermanos en el primer lugar de la jerarquía de los valores y su presencia y entrega tienen un nivel y una hondura radicalmente distintas a las obras que hacen las organizaciones no gubernamentales. «Los padres por ello deben alegrarse si ven en alguno de sus hijos los signos de la llamada de Dios a la más alta vocación de la virginidad o del celibato por amor del Reino de los cielos» (Consejo Pontificio para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado, 8-XII-1995, 35) . Sin embargo, Pablo no la recomienda sino con suma discreción, ya que es un carisma, un don particular de Dios y también en el orden sobrenatural puede suceder que lo mejor sea enemigo de lo bueno.
La razón primaria de la virginidad está en la donación y entrega de sí mismo, en el amor, y porque es donación se suele confirmar a través del voto. La virginidad hay que vivirla en una entrega total de amor.

Pedro Trevijano, sacerdote.