He pensado tanto en ustedes muchachos, a pesar de la pobre función que han escenificado aprobando penas por hechos más complejos que la especie pecado, esa vieja creación, hoy decadentes, donde la ética, la libertad y la dignidad ajenas son pisoteadas por el chantaje y la autocensura religiosa.
Ustedes aprobaron la ley que penaliza el aborto motivado por cualquier razón, incluida la violación. Y ha crecido en mi un malsano sentimiento, un terrible pensamiento: escenas de una película de venganza corren por mi mente de pecador, en las que aparecen reconocidos delincuentes violando a la pequeña hija de uno de ustedes. Dicen de aquel que levantó su mano para apoyar la mencionada pieza creyendo que ganaría el cielo en recompensa. Gritos de mujeres luchadoras de sus derechos se escucharon denunciando el abuso de los violadores de la niña en la imaginada película, pero extrañamente se oían lloros de madres, afuera del Congreso Nacional, que se sentían abusadas en su libre albedrío.
Esas pecaminosas imágenes me asaltan desde que conocí el suceso legislativo y no se cómo curar mi corazón. He querido redimir mi alma envenenada, pero cada vez que inicio mi oración preferida para estos casos, el “Yo Pecador”, se interrumpe mi arrepentimiento cuando pierdo sus palabras y no logro llegar a la quinta frase, mientras corre ante mi la imagen de la violación.
Y “pusieron otro huevo” muchachos. No se quién les dijo que subiendo penas iban a cambiar la conducta antisocial de nuestros menores. ¿Dónde está el estudio científico que sostiene tal decisión? La ciencia de la conducta reconoce hoy programas de modificación conductual mucho más eficaces que los castigos de cualquier tipo.
¿Conocen los estudios realizados a comunidades de las llamadas “maras” centroamericanas? Los resultados son claros. Mientras más se acercaron los organismos policiales al ‘ojo por ojo y diente por diente’ más se radicalizaban los jóvenes.
Es que olvidamos que vivimos en comunidad y que el egoísmo útil es el que producirá profunda satisfacción cuando todos vivamos juntos y felices, produciendo para todos, y que a nadie se le ocurra comprar el tiempo de ocio de alguien para acumular más de lo que la comunidad permita. En otras palabras, legislen para que las riquezas sean mejor repartidas y ya veréis que no habrá que subir ni bajar penas.
Veréis también, muchachotes, que es más importante y justo perseguir el crimen de los violadores que impedir el derecho que tiene una mujer a elegir si será madre o no, en el tiempo que la naturaleza lo permita.
Escrito por: Víctor Víctor (vitifive@gmail.com)